En la última aparición, octubre de 1917, la Virgen María dijo por fin su nombre: “Soy la Señora del Rosario”, y volvió a insistir en su recomendación: “Sigan rezando el rosario todos los días".

sábado, 26 de febrero de 2011

María, la Virgen creyente


La fe. ¿Cómo entender la existencia de la Virgen María fuera o al margen de la fe? Sólo en la fe y gracias a Ella se explica el modo como María afrontó las diversas circunstancias de su vida. Es muy común que se nos presente a María como modelo de fe. Se le ha dado el título de Virgen creyente. Y lo merece con pleno derecho. María creyó con una fe sencilla y a la vez colosal y muy profunda. La fe de María era de esas que podían mover montañas y hacer cosas mucho mayores. Pero no fue una fe fácil, cómoda, sin complicaciones. La fe de María se vio envuelta repetidas veces en nubarrones muy negros y fue puesta a prueba duramente en el trascurso de su peregrinar terreno.

Basta echar un vistazo con ojo atento por la vida de María para ir descubriendo el talante de esa fe fuera de serie que impregnó la existencia de en una mujer que pisó la misma tierra que nosotros.

Fe en la anunciación.

Cuando leemos en el evangelio el relato de la anunciación, salta la vista la fe humilde de María. Fe para creer en esa aparición angélica. Porque aunque en aquel tiempo parecía estar de moda el que Dios enviase a sus ángeles como mensajeros, cualquiera (también María) podría haber pensado que se trataba quizá de una alucinación, o de un engaño. Pero Ella cree que es un enviado celeste y su comportamiento ante él lo atestigua.

Da crédito también a su mensaje. Se lo toma en serio. Tanto que quedó turbada ante semejante salutación y le pareció incomprensible buena parte del mensaje divino de Gabriel. Y con mucha razón. ¿Quién comprende que una virgen vaya a concebir (permaneciendo virgen) y dar a luz al Hijo del Altísimo? María tampoco entendió cómo sería eso posible, pero nunca dudó de que lo fuera. “Creyó tanto al ángel, tanto, que no podía creerlo”, diría Pemán. Creyó en ese anuncio cargado de misterio. Nada menos que del misterio más grande y sublime, el de la encarnación del Hijo de Dios. Y María exclamó: “hágase en mí según tu palabra”, porque tuvo fe en que se cumplirían las palabras que le fueron dichas de parte del Señor.

Hay otro hecho que revela la fe de la Virgen María en la anunciación: el que saliese con presteza a la región montañosa para asistir a su prima Isabel que, conforme a las palabras de Gabriel, debería estar en cinta y necesitaba de sus servicios. Si no hubiese creído, no se hubiera inmutado, ni hubiera salido corriendo para visitar a su prima. Pero su fe le llevó a poner manos a la obra y darse al servicio de su necesitada pariente.

Fe en Belén.

De pronto, cuando María estaba en estado de gestación avanzada, César Augusto tuvo la feliz idea de hacer un censo mundial. Así que, ahí tenemos a la pobre de María y al bueno de José, yendo a empadronarse a su puedo de origen, Belén. No debió ser nada cómodo y placentero para ambos realizar un viaje así, estando María en el estado en que estaba. Pero Ella iba feliz, pues sabía a Quién llevaba en sus entrañas y le era de inmenso conforto. José iba preocupado por Ella, pero también feliz de verla serena y contenta a Ella.

Y sucedió que estando ellos en Belén, se le cumplieron a María los días del alumbramiento. A buena hora al bendito César se le ocurrió ordenar el famoso conteo de su gente... Porque resulta que precisamente esos días, Belén y los alrededores estaba a reventar de gente que venía también a empadronarse. Y, claro, para una mujer a punto de dar a luz era difícil -por no decir imposible- encontrar un sitio discreto y lejos de miradas curiosas. Total que, como era de temerse, no hubo sitio apropiado para ellos en ninguna posada. Tuvieron que retirarse y contentarse con una cueva-establo que encontraron vagando por los contornos.

El Hijo de Dios vino al mundo en un establo y tuvo por cuna un pesebre. María sabía que ese niño recién nacido que acunaba en su regazo era el Hijo del Altísimo, el Mesías, el heredero del trono de David. Y sin embargo Ella, su madre y él, su Dios, estaban en el lugar más humilde y miserable. Y al ponerlo, no sin temblor, en el presepio, a pesar de lo que veían sus ojos y palpaban sus sentidos, siguió creyendo en la promesa: “heredará el trono de David, su padre, y será grande y su reino no tendrá fin...”

No es fácil mantener la fe cuando todo lo que nos rodea parece ir en contradicción directa con lo que se cree. Qué maravilla de fe la de quién acepta, como María, que lo que podía parecer lo peor, fue escogido por Dios como lo mejor...

Fue en Belén también donde un buen día la sagrada familia recibió la inesperada visita de unos Reyes sabios de Oriente. Ellos ofrecieron al niño dones regios: oro, incienso y mirra. Y María, al ver a esos tres ilustres personajes caer postrados y adorar a su Jesús, seguramente sintió reforzarse su fe. Necesitaba ese refuerzo, pues a los pocos días su fe volvería a ser puesta a prueba. Un ángel avisó en sueños a José que debía tomar consigo al niño y a su madre y huir a Egipto, porque el rey Herodes buscaba al pequeño para matarlo.

Fe en la huida a Egipto.

Vaya, precisamente cuando las cosas en Belén comenzaban a ir mejor que nunca. En ese momento tienen que tomar sus bártulos e irse a otra parte. Y ahí tenemos una vez más a la Madre de Dios, al Hijo de Dios y al justo de José huyendo de un tirano caprichoso y yéndose a vivir como inmigrantes a un país extranjero. De nuevo aquí la fe de María se mantuvo encendida y entera, sin dudar que aquel Jesús indefenso que ahora tenía que huir y esconderse, era realmente el Ungido de Dios, el Salvador del mundo, el Rey de reyes y Señor de señores.

Fe durante la vida oculta en Nazaret.

Treinta años de fe sin que pasase aparentemente nada. Treinta años viendo crecer a ese crío como todos los demás; viéndolo jugar y comer y aprender como cualquier otro del pueblo. ¿Qué reino sin fin y poderoso, ni qué grandezas, ni que abundancia de siervos y bienes, podían salir de aquel niño, en aquella pobre casa, donde José, con sierra y cepillo en mano, se ganaba a duras penas el pan de cada día para los tres? Y su madre continuaba creyendo firmemente en Él.

Treinta años sin signos o gestos extraordinarios, creyendo que llegaría una hora que por momentos le parecía a la Virgen que no iba a llegar nunca. Treinta largos años de la más absoluta normalidad, interrumpida tan sólo por el episodio aquel del extravío de Jesús en Jerusalén. Episodio que resultó ser como un relámpago de luz tan intensa y fugaz que quizá no aclaró demasiado la fe de María y la volvió a dejar sumida en ese ir dándole vueltas dentro de su corazón al misterio de su Hijo.

Me imagino a María rezando en aquellas tardes serenas de Nazaret; y mientras hablaba con Dios, la veo recapacitar y darse cuenta de que tenía a ese Dios en sus brazos. Me la imagino cuando el pequeño Jesús llegaba a casa con algún rasguño en la rodilla, después de una accidentada tarde de juegos callejeros con sus amigos. Y en lo que Ella le curaba la herida, seguiría dando vueltas en su corazón a las cosas tan sublimes que sabía acerca de aquel niño que también se hacía daño al caerse al suelo. Me la imagino observando cómo su Jesús se aprendía de memoria pasajes de la Sagrada Escritura, pregúntandose si ese muchachito comprendía que muchos de esos pasajes se referían a él mismo. Me la imagino cuando al atardecer recibía con la cena lista al joven Jesús que llegaba rendido del taller de José; y mientras le servía se preguntaría cómo puede Dios cansarse tanto...

Nazaret, sin dejar de ser algo precioso por la cercanía y convivencia con Jesús, fue para María también un largo crisol para su fe. El crisol purificador de lo ordinario prolongado por treinta años.

Fe durante la vida pública de Jesús.

Un buen día llegó la hora. Jesús se despide de su madre porque ha llegado el momento para Él de predicar e instaurar su Reino. Nada especial en la despedida. Pocas palabras, casi ninguna explicación. Jesús debe partir y María quedarse sola. Quizá no entendió por qué hasta ahora. Por qué justamente cuando, faltando ya José, le era más necesaria la presencia de Jesús junto a Ella. No hubo forcejeos, Ella aceptó en la fe su soledad.

Durante esos años de correrías apostólicas de Jesús, María estaba pendiente de lo que su Hijo hacía y de lo que de Él se decía. Y no todo lo que se hablaba de aquel nuevo profeta era halagüeño ni como para confortar la fe de su madre. Llegaban a los oídos y a la finísima sensibilidad de la Virgen también chismes y calumnias, que sin duda harían mella en su alma y chocarían contra su fe. Pero su fe granítica aguantó firme y segura todo aquello.

En cierta ocasión llegó Jesús a Nazaret. Leyó el pasaje de la Escritura y predicó en la sinagoga, al parecer con palabras excesivamente claras para aquellos pueblerinos. El fracaso apostólico de Cristo ese día fue rotundo y la indignación furiosa de la gente algo que rozaba la locura. Tan es así que a empujones y gritos lo condujeron hasta un precipicio con intención de despeñarlo... Y su madre presenció la bochornosa y dramática escena con el corazón angustiado. El enfurecido rechazo que sus paisanos le propinaron a su Hijo, fue un nuevo atentado contra su fe. Pero tampoco esta vez sucumbió. “Cuando su parentela no creía en Jesús -decía Juan Pablo II-, y las multitudes tenían más entusiasmo que fe, Ella permanecía inflexible en su fe”.

Fe durante la pasión y muerte.

Se ha llamado a este momento la hora suprema del dolor y, por tanto, del amor de María. Pero también lo es de su fe. Porque era ver padecer y morir de esa manera a Jesús, al que era el Mesías prometido, el liberador de Israel, el Hijo del Altísimo, el Rey eterno... Seguramente no hubo prueba mayor que esa para la fe de su Madre.

Ella, con el alma ahogada en sangre, fue capaz de recorrer el camino hacia el calvario con su Hijo apoyándose en la fe y el amor. Con el corazón pesado como el plomo por la pena, pudo mantener su fe tan en pié como Ella misma junto a la cruz. “En aquel momento -dirá Pemán- María reconcentraba en sí toda la fe del universo”. Y con el cuerpo muerto de su Jesús, sostuvo a la vez en sus brazos, bien asida -aunque bañada de serenas lágrimas-, la fe. No permitió que su fe cayese por tierra ante la evidencia de que todo parecía haber acabado drásticamente, de que todo parecía haber sido una farsa sin sentido.

Tres días de combate interior contra esas malditas evidencias que trataban de corroer y minar los fundamentos de su fe. Tres días recordando en su mente y en su corazón todo lo vivido y experimentado con en relación a ese Hijo suyo que había dicho ser la Resurrección y la Vida y que, sin embargo, ahora yacía inerte en un sepulcro. Quizá sólo entonces entendió la lección de aquellos lejanos tres días de angustia buscando a Jesús perdido en Jerusalén, como preparación de estos otros tres buscándolo también, pero sabiéndolo ya muerto.

La llama de la fe de María aguantó encendida en espera del día glorioso y jubiloso de la resurrección.

La resurrección de Jesús y el premio a la fe de María.

No está escrito en el evangelio, pero es segurísimo que Jesús resucitado a la primera persona que se apareció fue su Madre.

La mañana de aquel domingo María despertó antes de lo normal. Tenía el presentimiento de que algo grandioso estaba a punto de suceder. Y efectivamente, sucedió. De pronto Jesús apareció vivo en el umbral de la puerta. María sí lo reconoció de inmediato. Se le echó al cuello y Jesús la abrazó tiernamente. Esta vez Ella no le preguntó como en aquella otra ocasión: “¿por que nos has hecho esto?”. Esta vez fue Él quien habló primero y quizás una de las primeras cosas que le dijo, secándole las lágrimas de alegría, fue: “mujer, ¡qué grande es tu fe!”.

La fe en continuo crecimiento de María llegó realmente a grandezas enormes. A nosotros nos da vértigo sólo de pensarlo. Porque nosotros estamos empeñados en discutirlo todo, juzgarlo todo, entenderlo todo según nuestras ridículas casillas mentales. A nosotros nos produce pánico o nos irrita la fe cuando nos contradice. Nosotros no hubiéramos aceptado una anunciación de semejante irracionalidad, ni las circunstancias miserables de Belén, ni la humillante huida a Egipto, ni mucho menos toda esa locura de la pasión y muerte. A nosotros nos falta, en silencio, aprender de Dios, más que intentar meterlo a Él en nuestras raquíticas categorías. Y en esto María, la virgen creyente, puede enseñarnos todo.

miércoles, 23 de febrero de 2011

La caridad animadora de María


PENTECOSTÉS

Hechos 1, 14)

Composición de Lugar: “Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y con los hermanos de éste” (Hechos 1, 14). Ahí estaba María con los apóstoles, en oración íntima, preparándoles para la venida del Espíritu Santo, animándoles, pues Jesús se acababa de ir al cielo, y ellos se sentían solos, desprotegidos y con mucha añoranza del Maestro. ¿Qué les diría María? ¿Cómo les animaría? Cuántos recuerdos se agolpaban en la mente y en el corazón de María y de los apóstoles. Metámonos también nosotros en ese Cenáculo para prepararnos, con María, para la venida del Espíritu Santo. María ya tenía una larga historia personal con el Espíritu, desde la Encarnación. ¿Quién mejor que Ella para enseñarnos cómo prepararnos para Pentecostés?

Petición: Señor, que sea un gran animador entre mis hermanos los hombres, con una caridad que transmita seguridad, consuelo y aliento, a ejemplo de María en el Cenáculo.

Fruto: Ser siempre a mi alrededor un auténtico paráclito (animador y consuelo) para mis hermanos, como lo fue María en Pentecostés con los apóstoles a quienes ayudó a prepararse para recibir al Espíritu Santo.


Puntos:

1. La caridad de María les enseñaba con paciencia de madre y maestra a rezar a los apóstoles durante la espera de Pentecostés: ¡Qué dichosos los apóstoles que pudieron orar junto con la Virgen! Ella dirigiría la oración. Ella daría ejemplo de fervor. Sólo con mirarla a Ella, se disiparía el cansancio, la tibieza, las distracciones de los apóstoles. Esta caridad de María comprendía el tedio de los apóstoles que estaban ya fatigados de tanto esperar. Esta caridad de María excusaba los defectos de estos hombres tan llenos de defectos todavía, pero cuyo amor a Cristo su Hijo era evidente. Esta caridad de María animaba a estos apóstoles que experimentaron la ausencia de Cristo, después de tres años de tanta intimidad con Él. Les enseñaba a rezar. Enseñar a quien no sabe es una obra de misericordia, es un acto de caridad sublime. Enseñar a rezar, porque María sabía que la oración es fuerza, es luz, es consuelo para el camino. Les enseñaba a rezar con humildad, con confianza, con perseverancia y con corazón limpio y desinteresado. Les enseñaba esa oración personal e íntima, amasada de fe y gratitud, de entrega y humildad. Y también les enseñaba la oración comunitaria, hecha como Iglesia, en nombre de la Iglesia.

Ah, María, ten caridad con nosotros y enséñanos también a nosotros a rezar, porque nos conformamos muchas veces con nuestras devociones y creemos que con eso, basta. La oración es mucho más que rezar nuestras devociones privadas. Es abrirme y escuchar a Dios como persona, con toda mi mente, corazón, afecto y voluntad, y donde Dios me transforma poco a poco, y así poder hacer en mi vida su santísima voluntad.


2. La caridad de María les ayudó a abrir la mente, el corazón y la voluntad de los apóstoles para recibir el don del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El primer “Pentecostés” para María, por así decir, fue el día de la Anunciación, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella e hizo el milagro de la fecundación del Verbo en su seno. La caridad de María les enseñó cómo abrir la mente, el corazón y la voluntad para la venida del Espíritu Santo. Les decía que abrieran la mente, porque el Espíritu Santo es Luz que les iluminaría para que comprendiesen el mensaje de su Hijo Jesús antes de predicarlo. Les decía que abrieran el corazón, porque el Espíritu Santo es Amor que limpia toda impureza y deseos terrenos, y de esta manera harían de su corazón un auténtico oasis donde Cristo podría reponer sus fuerzas e intimar con ellos. Les decía que abrieran su voluntad, para que el Espíritu Santo les llenase de fuerzas para después ser valientes testimonios de Cristo, como realmente lo fueron. Oh, María, dime cómo tengo yo que abrirme a este Don Supremo del Espíritu.


3. La caridad de María fue aliento y estímulo para lanzar a estos apóstoles por el mundo entero predicando el evangelio de su Hijo. Les dijo que ya estaban capacitados para ir y predicar con valentía la buena nueva de su Hijo Jesús. Les dijo que no tenía que importarles lo que dijeran o dejaran de decir los otros, pues el Espíritu Santo pondría las palabras acertadas en su boca. Les alentó para que no se desanimasen ante las dificultades que encontrarían en muchas casas y ciudades. Les consoló el corazón, tan necesitado del cariño maternal. Les aseguró que el Espíritu es viento impetuoso que les llevaría con fuerza por todos los rincones del mundo. Les aseguró que el Espíritu es lengua de fuego que se les meterá en el corazón y les hará hablar sin miedo y sin cobardías, hasta convertirles en celosos apóstoles y mártires. Les aseguró que el Espíritu restaurará la unidad perdida en Babel, donde el orgullo humano fue castigado con la diversidad de lenguas.

El Espíritu es forjador de unidad y comunidad. Ahí está María en esta primera Iglesia, en esta Iglesia primitiva. Está en medio de la Iglesia naciente. Está como la madre de Jesús, amándolo en estos hombres concretos que Él había elegido.

Conoce las debilidades y los miedos de esta primera comunidad eclesial y la ama en su realidad concreta. Les dice que a ellos se les ha encomendado el Reino. La pequeñez de los instrumentos no asusta a María. La presencia de María en este Cenáculo es solidaridad activa y consoladora con la comunidad de su Hijo. Ella es la que con mayor anhelo y fuerza implora la venida del Espíritu. Ella es la Madre de la Iglesia. Todo su amor y todos sus desvelos son ahora para esa Iglesia naciente que es la continuación de la obra de Jesús. Ella acompaña la difusión de la Palabra, goza con los avances del Reino, sigue sufriendo con los dolores de la persecución y las dificultades apostólicas. Ignoramos cómo transcurrieron los últimos años de María y también cuándo y dónde aconteció el final de su vida terrena. Pero seguramente fueron años de íntima unión con Cristo y con su obra. Y ese final marcó el inicio de otra forma de existencia, junto al Señor glorificado y junto a nosotros. Ella desde el Cielo sigue derramando su caridad con su mediación e intercesión por nosotros, sus hijos.


Preguntas para reflexionar:

· ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo en mi vida? ¿Puedo decir que es para mí Luz para mi mente, consuelo para mi corazón y fuerza para mi voluntad?
· ¿Suelo ser para mis hermanos “paráclito”, es decir, consuelo y aliento, como lo fue María para los apóstoles? ¿O por el contrario los demás se apartan de mí porque soy portador de negativismo, disgustos y reclamos?
· ¿El Espíritu Santo me lanza a llevar el mensaje de Cristo por todas partes: en mi casa, entre mis vecinos, en mi trabajo, con mi grupo de amigos? ¿O soy cobarde y tengo respeto humano para hablar y dar testimonio de Cristo?
· ¿Cómo es mi relación con María Santísima, madre de Cristo, madre de la Iglesia y madre mía: filial e íntima, esporádica o constante?

domingo, 20 de febrero de 2011

María, Madre


Conferencia pronunciada en la Asamblea Nacional de los Montañeros de Santa María. Madrid)

Vamos a dedicar este rato a hablar de la Virgen. María nos dio a Jesús y Jesucristo es nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida. En primer lugar vamos a hablar de los tres Dogmas que relacionan a María con Dios. María es Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Por eso vamos a hablar de los tres Dogmas Marianos: de la Inmaculada Concepción, de la Maternidad divina y de la Virginidad de María. Al final hablaremos de los títulos de María en relación con los hombres.

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Hace dos mil años, dijo María: "Desde ahora me felicitarán todas las generaciones". Y así ha sido. Desde entonces, hasta el fin de los tiempos, todas las generaciones le han llamado y la llamarán Bienaventurada, Elegida de Dios. Elegida para este título fenomenal de María: MADRE DE DIOS. Es lo más grande para María. A esto van vinculados los demás títulos de María. Fijaos. Cristo es tan Hijo de María, como Hijo del Padre; porque cada uno le da su naturaleza. Cristo es Hombre-Dios. María le da la naturaleza de hombre, y Dios Padre le da la naturaleza divina. Por lo tanto, María puede llamar a Jesús "Hijo mío" con el mismo derecho que el Padre Eterno. En el bautismo de Jesús se oyó la voz del Padre que dijo: "Éste es mi Hijo". Pues María puede decir lo mismo y con el mismo derecho. Esto parece un atrevimiento, una irreverencia; pero sin embargo es así. Es una realidad honrosa para la Virgen.

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Los Testigos de Jehová andan por las casas enrollando a los incautos que los escuchan, y los engañan con sofismas, fraudes, falacias y mentiras. Van a destruir la fe. Por eso yo siempre digo: cuando llegue a casa un Testigo de Jehová, de entrada, decirle:

-Soy católico. No tengo nada que hablar con usted. Cuando quiera hablar de religión, me buscaré un sacerdote de mi confianza que me aclare las ideas, y le consultaré lo que yo quiera; pero con usted, no tengo nada que hablar.

Y que nadie piense que los va a convencer. Imposible. Su técnica es no escuchar. No aceptan razones. Son fanáticos. Vienen a quitar la fe. Y es más fácil destruir que construir. Eso ya se sabe. Un barco se hunde en un momento con un torpedo, y una casa se hunde en un segundo de un cañonazo.

Pero ni el barco se construye en un momento, ni la casa se construye en un segundo. Destruir es más fácil que construir. Y como ellos van por las casas a destruir la fe, a poner pegas, a echarte a pique, eso es muy fácil. Es más fácil poner una dificultad que resolverla. No todo el mundo está preparado para resolver las dificultades. Ellos llevan unos cuantos sofismas, unas cuantas falacias, y con eso te echan a pique como con un torpedo. Por ejemplo, una de las dificultades que suelen poner:

-Vosotros sois tontos. Os dejáis engañar por los curas. A quién se le ocurre decir que María es Madre de Dios. ¡Madre de Dios! Si Dios es eterno y María no. Dios existe desde siempre, y María no. ¿Cómo va a ser María Madre de Dios, si Dios es antes que María? ¿Es que el hijo puede ser más viejo que su madre? ¿Cómo va a ser María Madre de Dios, si Dios es eterno y María no es eterna? Los hijos no pueden ser más viejos que su madre. La madre no puede ser posterior al hijo..

Y ya te viene la duda. Sin embargo, es verdad que María es Madre de Dios. ¿Por qué? Porque Dios se encarna en las entrañas de María. Jesús es Dios hecho hombre. María es Madre de Jesús, y si Jesús es Dios, María es Madre de este Hombre que es Dios. Si lo que nace de María es Dios, María es Madre de Dios. Al ser María Madre de Jesús, y ser Jesús-Dios, a María la podemos llamar Madre de Dios, porque es Madre de un Hombre que al mismo tiempo es Dios.

Pongo un ejemplo: Si a un hombre lo hacen alcalde, su madre es madre del alcalde. La madre no le da la alcaldía; pero como es madre de este hombre, y a este hombre lo hacen alcalde, su madre, es madre del alcalde; aunque ella no le dé la alcaldía. Lo mismo. María es Madre de este Hombre que es Dios. Al ser Madre de Jesús-Dios, María es Madre de Dios. Aunque ella no le dé la Divinidad. Pero es Madre de Jesús, que es Hombre y Dios al mismo tiempo. Por lo tanto, María es Madre de Dios.

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Si Dios tomó carne en María, María es una mujer hecha para Madre de Dios. Dios la ha preparado para ser su Madre. Por eso María es la cumbre de la Humanidad. La joya de la Creación. Jamás ha habido una criatura que tenga una dignidad superior a la de María, porque María es la mujer proyectada y realizada por Dios para ser su Madre.

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Fijaos. Nosotros le tenemos un gran amor a nuestra madre. Nuestra madre es maravillosa, aunque reconocemos que nuestra madre tiene sus limitaciones, tiene sus defectos, como todas las personas. Si nosotros hubiéramos podido hacer a nuestra madre a nuestro gusto, ¿cómo hubiéramos dotado a nuestra madre? Para nuestra madre, lo mejor del mundo. Pues Dios ha proyectado y realizado a su Madre a su gusto. Y es Omnipotente. ¿Cómo será esa Madre que Dios ha hecho a su gusto para sí? No es posible pensar en una criatura mejor dotada que María.

Y, ¿cómo la hace? Inmaculada. Limpia de todo pecado. Ni siquiera el pecado original, que, por decirlo de alguna manera, es el menos pecado de los pecados; porque de todos los pecados somos responsables, menos del pecado original, que lo heredamos.

Cuando de algo no somos responsables, no es pecado. El que se emborracha porque quiere, peca. Pero el que se emborracha sin querer, no peca. Para que una persona peque, tiene que hacer una cosa voluntariamente, responsablemente. El único pecado del cual no somos responsables, es el pecado original; porque es el único que heredamos. Por eso podríamos decir que es el menos pecado de los pecados.

Pues María ni ése. Dios ha querido privarla hasta del pecado original. Esto es un privilegio único en la historia de la Humanidad. Dios se lo ha querido conceder a su Madre, porque no ha querido que su Madre, ni por un momento, estuviera manchada por Satanás. Dice la Biblia: “El que peca se hace hijo del diablo”. Y Dios no pudo permitir que aquella mujer que iba a ser su Madre, ni por un instante estuviera manchada por Satanás.

Esto, la sabiduría popular lo expresó con acierto, incluso antes de que fuera Dogma de Fe la Inmaculada Concepción. Cantaban nuestros mayores expresando el pensamiento teológico de Duns Scoto:

“Quiso y no pudo, no es Dios.
Pudo y no quiso, no es Hijo.
Digamos pues que pudo y quiso”.

Muy bonito.
“Quiso y no pudo, no es Dios”. ¿No pudo Dios hacer Inmaculada a la Virgen? Si no pudo, no es Dios. Dios lo puede todo. Es Omnipotente. Dios puede todo lo que no es absurdo, lo que no es contradictorio. Lo absurdo no lo puede Dios. Dios no puede hacer un círculo cuadrado. O es círculo o es cuadrado. Pero un círculo cuadrado es una contradicción. Es un absurdo. Dios no hace absurdos. Los absurdos no se pueden hacer. Pero todo lo que no es absurdo lo puede hacer Dios, que es Omnipotente. Como privar a la Virgen del pecado original no es un absurdo, es un privilegio. Dios puede hacerlo. Por lo tanto, pudo hacerlo. Si quiso hacerlo y no pudo, no es Dios.

“Pudo y no quiso, no es Hijo”. ¿Pudo hacer a su Madre Inmaculada y no quiso hacerlo? ¿No quiso dotar a su Madre de ese don, de verse privada del pecado original?¿Puedo privar a su Madre de esa mancha de Satanás y no quiso? ¿Pudo y no quiso? No es Hijo.

“Digamos pues que pudo y quiso”. Es el canto que cantaban nuestros mayores antes de que fuera Dogma de Fe la Inmaculada Concepción.

***

Por eso a María la llama el ángel: “La llena de gracia”: “Kejaritomene”. Es la palabra griega que emplea el evangelista. Es el sentido teológico del saludo del ángel. Llena de gracia. No le cabe más. Y la gracia es el mayor de los dones que Dios nos puede conceder. La gracia vale más que la belleza, más que la salud, más que la inteligencia, más que la simpatía. El supremo de los valores es la gracia de Dios. Los hombres estimamos la inteligencia, la simpatía, la belleza; pero todo esto es relativo.

¿Cuántas mujeres por ser bellas son pecadoras? Para ellas la belleza es una desgracia. Si no hubieran sido tan bellas, seguramente no hubieran sido tan pecadoras.

¿Cuántos hombres por ser inteligentes son unos malvados? Ponen su inteligencia al servicio del mal. La inteligencia, para ellos ha sido una desgracia. Y cuántas veces la simpatía se usa para engañar a otros, para hacerles daño.

Todas estas cosas si se emplean para el bien, estupendo; pero a veces se emplean para el mal. Por eso no son bienes supremos. El bien supremo es la gracia de Dios. Por eso lo que Dios más estima es la gracia. Nosotros no lo estimamos porque no somos capaces de apreciarla. Porque no se nos ve en la cara. ¡Si el alma se viera en la cara, otra cosa sería! Pero como Dios sabe lo que vale la gracia, es para Él el supremo de los valores.

Y de gracia a María, todo lo que le cabía: llena de gracia. El don más grande que Dios puede dar es la gracia. Dios, puesto a dar, lo más grande que puede dar es la gracia, porque nos hace participantes de la naturaleza divina. Y de esto María, llena: “Kejaritomene”. Por eso Dios está orgulloso de su Madre que está tan bien dotada. Y nosotros también orgullosos de tener una Madre así. María es lo más grande que ha salido de las manos de Dios.

***

Pasemos ahora a hablar de la virginidad de María. María Esposa del Espíritu Santo. Primero hay que distinguir algo que mucha gente confunde. No es lo mismo Concepción Virginal de María, que Inmaculada Concepción. Porque la virginidad de María se refiere a la concepción de Jesús. Que María concibió a su hijo, Jesús, sin obra de varón. Por eso es Virgen. En cambio, la Purísima Concepción se refiere a la concepción de María, que fue concebida sin pecado original. Por tanto, no es lo mismo la virginidad de María, que se refiere a cómo fue concebido Jesús, que Inmaculada Concepción, que se refiere a cómo fue concebida María en las entrañas de su madre Santa Ana. Pero a veces la gente confunde la concepción virginal de María con la Inmaculada Concepción, la Purísima Concepción.

***

La concepción virginal de María está clarísima en el Evangelio Por eso es Dogma de Fe. Voy a leer el Evangelio de San Mateo, capítulo 1º, versículo 18. Dice San Mateo:

“El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: desposada María con José, antes de unirse, se halló que ella había concebido por obra del Espíritu Santo”.

El padre jesuita Braulio Manzano, que ha escrito la mejor vida documentada de Jesucristo que hay en castellano, afirma (II.17) que los desposorios entre los judíos equivalían a nuestra boda. Aunque faltaba alguna ceremonia complementaria, ésta no añadía ningún derecho nuevo al marido.

La virginidad de María está clarísima en el Evangelio que acabo de leer, pero está confirmada todavía más, por lo que dice el Evangelio de las dudas de José. María no se lo dijo a José por humildad. Lo que había recibido era tan grande, que no se atrevía a decirlo. Esperaba que fuera Dios quien se lo anunciara a José, como lo hizo con Santa Isabel, que cuando María la visitó, ya estaba Isabel informada de todo. Con más razón pensaría María, debía ser informado José. Pero Dios no le había dicho nada a José. Y menudo problemón para José cuando nota externamente las señales de la maternidad en su mujer. No podía dudar que su mujer estaba embarazada. Lo estaba viendo con sus ojos. Menudo problemón para un marido ver embarazada a su mujer y saber que aquello no era suyo, pues él no había hecho nada para dejarla embarazada.

Por otra parte, José, que no podía dudar de que su mujer estaba embarazada, tampoco se atrevía a pensar mal de ella; porque conocía las virtudes de María, y estaba seguro de que María no le había engañado. Él conocía a María, ¿pero cómo María iba a ser una adúltera? La adúltera estaba condenada a muerte. A la mujer adúltera, la ley hebrea la condenaba a morir apedreada. Y si José sospechaba que su mujer era una adúltera, tenía que denunciarla, para que muriera apedreada. Pero a José, que conocía a María, no le cabía en la cabeza que su mujer fuera una adúltera. Por eso las tremendas dudas de José. Decide dejarla y marcharse. Al fin Dios le saca de dudas y le dice:

-José, no te preocupes, hombre, que lo que ha engendrado tu esposa no es obra de varón, es obra del Espíritu Santo.
-Ah, bueno, si es obra del Espíritu Santo, pase.

Pues a esto voy: las tremendas dudas de José, cuando veía embarazada a su mujer, y sabía que aquello no era suyo, nos confirma la concepción virginal de María. La respuesta que María da al ángel supone en María un voto de virginidad. Porque cuando el ángel le dice que concebirá un hijo, que dará a luz un hijo, dice María:

-¿ Eso cómo va a ser?
Cuando María se extraña que el ángel le anuncie un hijo, es porque tiene voto de virginidad. Porque si ella no tuviera voto de virginidad, lo más lógico es que una mujer recién casada, piense en un hijo. Eso no tiene nada de particular.

Por ejemplo. Una chica sale de la boda. Al salir de la iglesia la están felicitando sus amigas, y una de ellas le dice:

-Mira, cuando tengas el primer hijo, vamos a celebrar una fiesta por
todo lo alto.
Y contesta la recién casada.
-¿Yo un hijo? ¿ De dónde? ¿ Dónde está el hombre que me dé a mí un hijo? ¿Cómo voy a tener yo un hijo?
-Pero niña, ¿no sales de la boda? ¿No acabas de casarte? ¿Te vas a extrañar de que te hablen de un posible futuro hijo.?

Cuando una mujer casada se extraña de que le hablen de un posible futuro hijo, es porque tiene voto de virginidad; porque si ella no tuviera voto de virginidad, no tenía por qué extrañarse. Por lo tanto, la respuesta de María al ángel no tendría sentido si ella no tuviera voto de virginidad.

Ahora bien. Una cosa interesante. Este voto de virginidad que tenía María lo conocía José. Hay que suponer que María había informado a José de que tenía voto de virginidad. Fijaos la sorpresa de José si después de casado, al acercarse a María, ella le dice:

-Lo siento mucho, pero es que tengo voto de virginidad.
-Oye niña, ¿y me lo dices ahora? ¡Eso se avisa antes! Para que yo me haga mis planes. ¿Pero una vez que te has casado, ahora me dices que tienes voto de castidad? ¡Tiene gracia! A buena hora me lo dices.

José hubiera ido a la boda engañado, si María no le previene. Por tanto, este voto de virginidad, por supuesto, lo conocía José. Esto es evidente. Pero José valoraba tanto a María que, a pesar de su voto, quiso casarse con ella.

Y este voto de virginidad que hace María, supone una vocación especial de Dios. Porque todas las hebreas querían tener muchos hijos. Y cuantos más hijos, mejor. Para tener más posibilidades de tener al esperado Mesías en su descendencia. Para ellas la esterilidad era un oprobio, porque sin descendencia no podrían tener al Mesías. Por tanto, era un deseo de todas las mujeres hebreas tener hijos. Por eso el voto de virginidad en una hebrea era una cosa insólita. Ese voto de virginidad era una llamada de Dios, una vocación de Dios. Y Dios premió la respuesta de María. Lo mismo que premió a Abraham.

Sabéis que Dios le pide a Abraham que le sacrifique su único hijo. Y el pobre Abraham, si Dios se lo pide, está dispuesto a obedecer. Dios es el primero. Dios tiene derecho a lo que pida. Entonces Abraham va a sacrificar a su hijo, porque Dios se lo pide. Pero a Dios le basta la buena voluntad de Abraham. Y cuando va a sacrificarlo, le dice: “No hace falta, ya me contento con tu buena voluntad”.

Y le perdonó el sacrificio que Abraham estaba dispuesto a hacer de su único hijo. Y le premió este sacrificio haciéndole padre de todos los creyentes. Pues lo mismo. Dios premia a María su voto de virginidad, y la hace, no antecesora del Mesías, como deseaban todas las mujeres hebreas, la hace Madre del Mesías, que es lo que ella nunca pudo sospechar. Dios premió la generosidad de María.

***

Sobre la virginidad de María ha habido montones de herejías. Algunas herejías son muy descaradas. Por ejemplo, el que niega la posibilidad de que María haya concebido a Jesús virginalmente.

-Usted se ha caído de un pino. ¿Una mujer, un hijo sin obra de varón? ¿Usted se cree que soy tonto? ¿Cómo una mujer va a tener un hijo sin obra de varón?

Pues sí. Esto es así. ¿O es que vamos a creer que Dios no pudo hacerlo?

Pero vamos a ver. ¿Quién ha hecho las leyes de la reproducción? ¿No las ha hecho Dios? ¿Quién ha hecho que los seres humanos se reproduzcan de esta manera ? ¿No ha sido Dios? Dios ha hecho que los hombres se reproduzcan de esta manera, y los peces de otra, y las flores de otra. Si las leyes de la reproducción de los seres humanos son obra de Dios, ¿es que Dios no va a poder cambiar esas leyes? ¡Si las ha hecho Él! Por tanto, es ridículo pensar que Dios no pudo hacer que una mujer conciba sin obra de varón. Es evidente que pudo hacerlo. Y el que dude de la concepción virginal de María es porque duda del poder de Dios. Si creemos en un Dios Omnipotente, no podemos dudar de que realmente eso fue así. Además, es Dogma de Fe.

Hay otros más sutiles. Te dicen:

-Bueno, en la concepción sí. María concibió virginalmente; pero el parto no tiene por qué ser virginal; para el dogma basta la concepción virginal. El parto pudo ser normal; como cualquier parto de cualquier mujer normal.

Pero vamos a ver, ¿es que Dios que hace lo más difícil, no puede hacer lo más fácil? ¿Es que Dios que ha hecho que María conciba virginalmente no va a poder hacer que también el parto sea virginal.? Pero, ¿qué problema hay? No seamos ridículos. ¿Por qué aceptamos lo más y vamos a discutir lo menos? ¿Es que vamos a atar las manos a Dios? Y la fe de la Iglesia, desde el siglo V, en el símbolo de la fe, recogiendo la fe de épocas anteriores, siempre ha dicho que María fue virgen antes del parto, en el parto, y después del parto.

Éste es el contenido de la fe de la Iglesia. Por tanto, como dice el catecismo de una manera bella: “como el rayo del Sol atraviesa el cristal, sin romperlo ni mancharlo”. Por eso digo: en la fe de la Iglesia, desde los primeros siglos, siempre hemos dicho que María fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto.

***

Sobre esto, los Testigos de Jehová andan por ahí engañando y diciendo por las casas, para quitar la fe en María:

-Cómo va a ser virgen, María? ¡Pero si María tuvo muchos hijos! ¡Si lo dice la Biblia!

Y para eso no necesitan su Biblia. Los Testigos de Jehová han escrito una Biblia falsaria donde han quitado lo que han querido y han metido lo que han querido. Es una Biblia falsaria. Tengo aquí un libro que se llama “Proceso a la Biblia de los Testigos de Jehová”.

Este libro de Eugenio Danyans, pone a dos columnas, lo que dice el texto original de la Biblia, y cómo traducen los Testigos de Jehová. Es para hacer ver lo mal que traducen los Testigos de Jehová, cómo manipulan, cómo hacen que la Biblia diga lo que ellos quieren, cómo quitan lo que quieren y meten lo que quieren. Esa es la Biblia de los Testigos de Jehová: una Biblia falsaria.

Pero para esto que estoy diciendo, ellos no necesitan su Biblia, les basta la nuestra. Porque en muchas de nuestras Biblias, lees en San Mateo, 13:55: “Santiago y José, hermanos de Jesús”. Y lo pone nuestra Biblia. La católica. Y dicen los Testigos de Jehová:

-¿No lo estáis viendo?, María tuvo muchos hijos. Eso de que María sólo tuvo un hijo, es un cuento de los curas. Lo que pasa es que vosotros no conocéis la Biblia. Como no estudiáis la Biblia, os dejáis engañar por los curas. Pero Santiago y José eran hermanos de Jesús. María tuvo muchos hijos.

Y es mentira. Los Testigos de Jehová saben que Santiago y José no son hijos de María, porque presumen de saber la Biblia de memoria. Eso dicen ellos. Pues si se saben la Biblia de memoria, saben que un poco más adelante, en San Mateo, 27:56 y en San Marcos, 15:40, dice el Evangelio: “Al pie de la cruz, junto a la Madre de Jesús, estaba la madre de Santiago y José”. Luego son distintas.

Una es la madre de Santiago y José, y otra es la madre de Jesús. Y lo saben de sobra, porque dicen que se saben el Evangelio de memoria. Luego entonces, ¿por qué te engañan y te quieren hacer creer que Santiago y José son hijos de María? Para quitarte la fe en la Virgen. Te lanzan el texto oscuro para engañarte, y se callan el texto claro que no les conviene decir. Porque van a engañar, porque van a quitar la fe.

Ahora, me podría decir alguien. Entonces si Santiago y José no son hijos de María, ¿ por qué los llama la Biblia hermanos de Jesús? Porque todo el mundo sabe que entre los hebreos la palabra “hermano” significa pariente en general. Lo mismo, tío, que sobrino, que primo, que cuñado, etc. No como nosotros que llamamos hermanos sólo a los hijos de los mismos padres. Hoy en algunos sitios pasa igual que entre los hebreos. Hace poco hablando yo en Cuenca a la juventud, había una chica de Guinea, y me dijo:

- Padre, allí nos llamamos hermanos todos los parientes.

Hay pueblos donde se llama «hermano» a los parientes. Igual que los hebreos. Y esto además, lo demuestro con la misma Biblia. Porque leo en Génesis 11:27, que Lot era hijo de un hermano de Abraham; luego Lot era sobrino de Abraham. Después cinco veces, en Génesis 13:14,16; etc. dice que Lot y Abraham eran hermanos. Primero dice que son tío y sobrino. Y después dice cinco veces que son hermanos. Lo que pasa es que para un hebreo la palabra “hermano” es pariente (tío, sobrino, primo, etc.) Pariente en general. Por eso la Biblia llama a Santiago y José hermanos de Jesús, aunque sean hijos de otra María, la de Alfeo, hermano de San José. Santiago y José eran primos de Jesús.

***

El ejemplo de María es hoy muy interesante para la juventud actual, porque hoy la virginidad está en baja. Muchas chicas se avergüenzan de ser virgen. Y muchos chicos se ríen de la virginidad de las chicas. Naturalmente esto es mentira. Todo hombre normal quiere casarse con una mujer de estreno. A ningún hombre le hace gracia casarse con una mujer de segunda o de quinta mano. A nadie le gusta comerse las sobras que otro dejó en el plato.

Y toda chica soltera sabe que la virginidad es un tesoro irrecuperable si se pierde. Toda chica normal se ofende si le colocan las cuatro letras. Y el hecho de que haya chicas que no estimen su pureza, no por eso la pureza pierde valor. Las joyas no pierden valor porque haya personas que no saben apreciarlas. El ejemplo de María es una gran lección para la juventud de hoy.

Primero, conservando la pureza hasta el matrimonio, según la ley de Dios. Dios exige virginidad total hasta el matrimonio. Es voluntad de Dios. Y lo mismo para la mujer que para el hombre. No dejarse influenciar de los pornócratas que quieren corromper a la juventud para ellos hacer su negocio. O los políticos que buscan corromper al pueblo para facilitar la difusión de sus ideas. Decía Lenin: “Cuando queramos destruir una nación, lo primero que hemos de destruir es la moralidad”.

La corrupción de las costumbres es un punto de apoyo para algunas ideologías políticas. Así combaten hoy a la Iglesia. Las costumbres corrompidas son incompatibles con la fe. A una persona corrompida, la fe se le cae sola. No hay que quitársela. También podemos imitar a María consagrando la vida entera a Dios, para el bien de las almas. Virginidad perpetua. Los chicos con el sacerdocio y las chicas haciéndose religiosas. Sobre la grandeza de la vocación de la vida consagrada a Dios se podría decir mucho, pero en otro momento.

***

Vamos a hablar un poco de los títulos de María, en relación con los hombres. María respecto a los hombres es Medianera, y Madre de la Iglesia. En primer lugar es Medianera. Medianera entre Dios y nosotros. Intercesora de las gracias. Empezó en Caná, cuando le dice Cristo: “Mujer, a nosotros, qué más nos da que no tengan vino. No ha llegado mi hora”. Eso es lo que suelen traducir los Evangelios: “Qué tenemos que ver tú y yo. No ha llegado mi hora”.Un autor explica así eso de “qué tenemos que ver tú y yo”.

Cuenta una anécdota que le pasó en Palestina. Estaba dando un paseo por el Mar de Galilea con un pescador. De repente le dice el teólogo:

-¿Por qué no vamos a Cafarnaún?
Y contesta el pescador:
-¿Qué tenemos que ver tú y yo?

Es la frase del Evangelio. Significa: “¿Qué hilo misterioso hay entre tú y yo? Porque eso mismo estaba yo pensando”. Cuando Jesús le dice a su Madre “¿Qué tenemos que ver tú y yo?”, lo que quiere decir es: “Precisamente eso es lo que yo estaba pensando ahora mismo. Me has adivinado el pensamiento”.

***

Hay que resolver una dificultad, porque San Pablo dice en la Primera Carta a Timoteo, 2:5, “Cristo es el único Mediador”. Si Cristo es el único Mediador, porque lo dice San Pablo, ¿cómo María va a ser Medianera?

Sí. María es Medianera a pesar de la frase de San Pablo. ¿Por qué? Porque la frase de San Pablo excluye toda mediación paralela, pero no excluye una mediación dependiente y subordinada. María es mediación subordinada.

Cristo es el mediador principal para con el Padre Eterno. Es mediador por sus propios méritos, sin dependencia a ninguna otra persona. En cambio la mediación de María es secundaria, subordinada a la mediación de Cristo. Nadie está obligado a ir a Dios por medio de María. Todos podemos ir a Dios directamente. Pero qué duda cabe que nuestras peticiones en manos de María son más agradables a Dios que en nuestras manos sucias y pecadoras.

María nos lleva a Jesús. El lema de las Congregaciones Marianas: “A Jesús por María”. María nos lleva a Jesús. “María nos lleva a Cristo, como la aurora precede al sol”. La frase no es mía. Es muy bonita. Es del Padre Gracia. En brazos de María, nos acercamos a Dios. Como el niño pequeño que en brazos de su madre se acerca al corazón del padre.

San Bernardo llama a María, cuello. ¿Por qué la llama cuello? Porque une la cabeza con el cuerpo. Cristo es la cabeza del Cuerpo Místico. Nosotros somos el cuerpo del Cuerpo Místico. Y lo mismo que el cuello une la cabeza con el cuerpo, y todo pasa por el cuello, María une a Cristo con el Cuerpo Místico. Es el cuello. Todo pasa por María. Por eso María es la Medianera. La Gran Medianera. Vais a ver.

Os voy a contar tres milagros impresionantes, que ponen de manifiesto esta mediación de María. Uno por medio de la Virgen de Lourdes, otro por la Virgen de Fátima y otro por la Virgen del Pilar: María Medianera.

***

Primero voy a contar el milagro causa de la conversión de Alexis Carrel.

Alexis Carrel era Premio Nobel de Medicina. Y era ateo. Y quiso reírse de Lourdes. Fue allí a demostrar que lo de Lourdes era una patraña, que aquello era mentira, que aquello era todo un fraude. Subió al tren de una peregrinación que iba a Lourdes.

He de decir primero, que en Lourdes existe una Oficina Médica, donde hay médicos, de todas las nacionalidades y de todas las ideologías, que estudian a los enfermos antes y después de salir. Hay un libro, que yo he leído, que se llama “Curaciones milagrosas modernas”, escrito por el Dr. Leuret, Director de la Oficina Médica de Lourdes. En ese libro hay radiografías antes y después de los milagros, con las firmas de médicos, que garantizan que estas curaciones instantáneas de ninguna manera se deben a la Medicina.

Personas que entran con estas radiografías y salen repentinamente curadas. Pues además de este libro del Dr. Leuret, os voy a contar un milagro que es muy llamativo, porque el protagonista fue Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina y ateo. Él iba a Lourdes a reírse. En el tren en el que iba, una enferma, creo que se llamaba Marie Ferrand Bayllie, se echa a morir. Piden un médico, y Alexis Carrel va a ver a aquella mujer, que tenía, al parecer, una peritonitis. Alexis Carrel dice que esa mujer se muere, que esta mujer no llega a Lourdes. No hay nada que hacer. Está desahuciada. Sabía lo que tenía aquella mujer, y sabía que aquello era gravísimo. Entonces de broma dice:

-Bueno, si esta mujer se cura en Lourdes, entonces yo creería en Lourdes.

Dios le cogió la palabra. Aquella mujer llegó a Lourdes. Y ante los ojos atónitos de Alexis Carrel aquella mujer instantáneamente se cura de su enfermedad. El cumple su palabra y se convierte. Tiene un libro muy bonito que se llama “Mi viaje a Lourdes”, donde cuenta su conversión. En este libro hay una oración muy bonita a la Virgen, en la que le da las gracias de haberle permitido presenciar aquel milagro maravilloso que le llevó a la fe.

***

Además de este milagro, os voy a contar otros dos milagros. Los cuento como hechos históricos. Prescindo de lo que la Iglesia pueda declarar en su día.

Estando yo en Zaragoza, tuve conferencias en la parroquia de Santa Engracia. Ya que estaba en Zaragoza, quise averiguar algo de lo que yo iba diciendo por España. Hace mucho tiempo que yo hablo de esto. Cuando yo hablaba por España decía: En Zaragoza, en el despacho del Alcalde, está el acta notarial de lo que os voy a contar.

Bien. Pues hace un mes, cuando estuve en la Parroquia de Santa Engracia, de Zaragoza, aproveché para ir directamente a verlo con mis propios ojos. Un día fui a la Catedral, a la Seo de Zaragoza. Llamé al archivero y me sacó el proceso del Obispo Apaolaza. He tenido en mis manos el original del proceso del milagro que os voy a contar. Otro día me fui al Ayuntamiento. En una vitrina del despacho del Alcalde, he visto el original del acta notarial del milagro que os voy a contar. El Secretario del Ayuntamiento, muy amable, me regaló una edición facsímil del acta. La tengo en mi poder. Vais a ver. Es muy interesante.

Por cierto, que en la Basílica del Pilar, en uno de los laterales, el que da a la plaza, hay un cuadro que representa este milagro. Un muchacho de 23 años, llamado Miguel Juan Pellicer, labriego de profesión, un día volviendo del campo, se cae del carro y la rueda le pasa por encima de una pierna. Se la tienen que cortar y la entierran. A él le ponen una pata de palo. Entonces no había la ortopedia que hoy tenemos. Y con su pata de palo se pone a pedir limosna en la puerta del Pilar de Zaragoza, porque con aquella pata de palo no puede trabajar en el campo.

Está dos años y medio pidiendo limosna. Y todo el mundo en Zaragoza lo conoce como el “Cojo de Calanda”. Calanda era su pueblo. Aquel muchacho no se resigna a ser mendigo toda su vida, y le pedía todos los días a la Virgen que él quería trabajar. Un día estando en su casa pasó un soldado que iba a no sé donde. Como no tenían cuarto de huéspedes, porque eran pobres, acuestan al soldado en la cama de Miguel Juan Pellicer, y a él le echan un jergón a los pies de la cama de matrimonio de sus padres. Como estaba cansado se va antes a dormir, y, al cabo de un rato, cuando llegó su madre, da un grito porque ve que debajo de la manta que tapaba el cuerpo de su hijo, aparecen dos piernas.

Llama a su marido. Despiertan al muchacho, y él dice:

-¿Por qué me despertáis? Estaba soñando con la Virgen del Pilar.
-Muchacho, que tienes las dos piernas.
-¿Que tengo las dos piernas?

Se pone en pie y tiene las dos piernas. Y todo Zaragoza que lo había visto dos años y medio con la pierna cortada y la pata de palo, ahora lo ve con las dos piernas. Van a donde estaba enterrada la pierna, y allí no había nada. Y la pierna que le ha crecido tiene la cicatriz de la mordedura de un perro, de cuando él era niño. En el acta notarial firman veinticinco testigos: médicos, enfermeros, vecinos, etc. Habían visto a Miguel Juan Pellicer dos años y medio con la pierna cortada y la pata de palo, y ahora lo ven con las dos piernas enteras. Decidme si esto no es maravilloso.

Yo opino que pocos milagros hay en la Iglesia, tan espectaculares, y tan bien comprobados; porque el acta notarial es lo más serio que tenemos para certificar un hecho. Cuando de un hecho hay un acta notarial, eso es seguro. De eso no se puede dudar. Pues de este milagro tenemos acta notarial. Por eso cuando yo voy por ahí, le digo a los que no creen en Dios.

-¿Y tú no crees en Dios? Pues explícame cómo a un hombre le crece la pierna en una noche.

Los que creemos en Dios, sabemos que Dios hace milagros. Dios puede hacer milagros. Y Dios puede hacer que a este hombre le crezca la pierna en una noche. Lo mismo que resucitó muertos. Dios puede hacer milagros. Y de éste tenemos acta notarial con veinticinco testigos.

***

Pues dicho esto, os voy a contar otro milagro, que he seguido muy de cerca. He conocido a la protagonista. Cuando estaba en Zaragoza, estuve hablando con un señor del milagro del Cojo de Calanda. Le había hecho impacto lo del acta notarial. De repente se me ocurrió: cuando llegue a Cádiz me voy a buscar un notario para levantar acta notarial de este milagro que os voy a contar, porque todavía viven los testigos, y no quiero que se mueran sin que haya acta notarial. Quiero que conste para la posteridad. Este milagro tan formidable que he conocido, no tengo derecho a llevármelo a la tumba. Es tan fenomenal como el del Cojo de Calanda.

Fijaos de lo que se trata. Yo resido en Cádiz. He estado veinte años de capellán de las grandes factorías navales de la Bahía Gaditana. Pues un día estaba en la grada de la Factoría de Astilleros Españoles de Puerto Real, el buque “Talavera”, que era entonces el petrolero más grande construido en España, gemelo del “San Marcial”. Hubo un accidente a bordo. Se cayó una pieza de una grúa y cogió a dos hombres.

Uno murió y el otro quedó herido, dando la casualidad de que eran hermanos. Pues voy a la Clínica San Rafael para ver al herido, y estaba allí su mujer y su suegra. Estaba yo consolándolas y animándolas, y la suegra me dice:

-Mire usted Padre, yo tengo mucha fe, porque a mí la Virgen me curó la vista.

Y, lo digo sinceramente, más por educación y por caridad cristiana, que por esperar que me fuera a contar nada especial, me dispuse a escuchar. Escuchar es una virtud. Y a veces una obligación. Esta señora me dice:

-A mí la Virgen me curó la vista.

Nosotros vivíamos en el campo. Allí no teníamos luz eléctrica y nos alumbrábamos con candiles de carburo. Me reventó en las manos un candil de carburo y me quemó los ojos. (En frase de la familia, tenía los ojos como los de una pescadilla frita).

Entonces me traían a curar a Cádiz. Me curaba el Dr. D. José Pérez Llorca. (Padre del que fue ministro de la U.C.D. y de un médico que todavía vive en Cádiz, que se llama D.Jaime Pérez Llorca, que es oftalmólogo). Estuve seis meses con los ojos quemados. Un día estaba mi hija hablando con el médico y le dice:

-Doctor, dígame si lo de mi madre tiene solución, porque si no la tiene. no volvemos más: porque estamos gastando en taxis un dinero que no tenemos.
Y le contesta el médico:
-Siento decirle que lo de su madre no tiene solución, porque su ceguera es irreversible.
Y lo que es el amor de una madre. Aquella mujer me dijo:
-Yo sólo pensaba que nunca más podría volver a ver a mis hijos.
Y me dice:
-¡Me entró una pena, me entró un dolor! Empecé a llorar, y yo no tenía consuelo.
La llevan en el taxi y la meten en la cama.
Y me dice la mujer:
-Estando en la cama, me acuerdo de una Virgen de Fátima que yo tenía, y le dije con toda mi alma:
-“Madre mía Santísima, tú que eres tan milagrosa, que yo pueda verte otra vez”.
Y me dice:
-Padre, decir aquello y sentir un fuego que se me subía por dentro y que me salía por los ojos. Y dije:
-Si yo veo. Yo veo luz. Pero si yo veo claridad.

Viene su hija, le quita los vendajes y tiene los ojos como nosotros. Cogen un taxi y se van a ver al Dr. Pérez Llorca. Cuando él ve a la mujer que había despachado a las doce del mediodía con los ojos quemados, y que vuelve a las tres de la tarde con los ojos curados, se quedó pálido y repetía:

-Esto no tiene explicación. Esto no tiene explicación.

Pues al volver a Cádiz, hago el acta notarial, reúno treinta y dos testigos: hijas, hijos, yernos, nueras, y vecinos. Ahora vivían en distintos pueblos: Paterna, Puerto Real, Puerto de Santa María, Jerez, etc. Redactamos la narración del hecho y firmaron treinta y dos testigos. Y con ellos el Dr. D. José Pérez Llorca, que Dios me lo puso en las manos, pues vive habitualmente en Madrid, pero aquellos días estaba en Cádiz visitando a su hijo.

Cuando le pedí al Dr. Pérez Llorca que viniera a firmar el acta notarial, me contestó:
-Con mucho gusto. Me acuerdo perfectamente del caso.

Y firmó ante notario la siguiente declaración: “Me quedé sorprendido de la repentina e inexplicable curación de aquella ceguera que yo había diagnosticado irreversible”.

Y debajo de la firma le dije al notario que pusiera todos los títulos del Dr. Pérez Llorca: Miembro de la Real Academia de Medicina, Presidente de la Sociedad Oftalmológica Española, treinta años Catedrático de Oftalmología, General Inspector del Cuerpo de Sanidad de la Armada, etc. etc. Es decir, un médico de enorme categoría.

***

Por eso digo María Medianera, porque lo que pedimos por medio de María llega antes a Dios. Aquí fallan las matemáticas. Habéis estudiado en geometría que la línea más corta entre dos puntos es la recta. Cuando María está por medio, falla la geometría. El medio más rápido de llegar a Dios es María. Como os dije antes el niño pequeño en brazos de su madre. Se acerca más al corazón de su padre. Pues así nosotros. En manos de María llegamos antes a Dios. María es como la aurora que anuncia la llegada del Sol que es Cristo.

***

Para terminar: María es Madre de la Iglesia. Es un título que le dio el Papa Pablo VI a María el 21 de noviembre de 1964, al finalizar la tercera sesión del Concilio Vaticano II. La llama “María, Madre de la Iglesia”. Al hacer el Papa Pablo VI esta proclamación, se oyó en la Asamblea Conciliar la ovación más larga de todo el Concilio.

El llamar a María “Madre” no es metáfora. Por ejemplo, cuando llamamos a María “Rosa Mística” o “Torre de Marfil”, eso son metáforas. Pero cuando, llamamos a María Madre, indicamos una realidad. María es nuestra Madre por muchas razones. Si María es Madre de Cristo y Cristo es cabeza del Cuerpo Místico, y nosotros somos el Cuerpo Místico de Cristo, la que es madre de la cabeza es madre del cuerpo. María es Madre de la cabeza del Cuerpo Místico. María es Madre de todo el Cuerpo Místico. Por tanto, María es nuestra Madre, porque es Madre de Cristo. María es Madre física de Cristo y Madre espiritual nuestra.

Finalmente tengo que decir que María es nuestra Madre porque Cristo nos la dejó como Madre, en la cruz. Cristo le dice a San Juan: “Aquí tienes a tu Madre”. En San Juan estamos simbolizados todos nosotros. Según el testimonio de la tradición cristiana, confirmado por innumerables documentos del Magisterio de la Iglesia, San Juan representaba en aquellos momentos a toda la Humanidad redimida por Cristo.

Cristo pudo haber dejado su Madre a sus parientes. Cuando Cristo quiere dejar María a San Juan, es para darle un significado especial. Haciéndola Madre de San Juan, es la Madre Mística, por decirlo así. Cristo nos deja a María como Madre, para que acudamos a Ella. Entonces todo esto quiere decir que nosotros hemos de tener una enorme devoción a María, porque María es nuestra madre.

Cuanto más amemos a María, más contento Jesús, que, como todo hijo bien nacido, disfruta viendo a su Madre agasajada y honrada. Es curioso que, en la Historia, todas las piedades que han dejado a María bajo el pretexto de ir más directamente a Cristo, han terminado dejando a Cristo. Esto lo dice la Historia. Quien tiene a María, tiene a Cristo. Quien deja a María, termina por dejar a Cristo. Por eso tenemos que pedirle a la Virgen, que engendró en su seno a Cristo, que lo engendre también en nuestro corazón.

Que Ella nos lleve a Jesús. María no es estorbo para ir a Cristo. Ayuda a ir a Cristo. A Cristo por María. A Jesús por María. Dios quiere que acudamos a María. La escogió a Ella como Intercesora, como Medianera. Dicho esto voy a terminar con una anécdota que he leído en un libro del Padre Emilio Gracia. Se llama “María y los jóvenes”. En este libro cuenta una anécdota que es muy bonita. Y con esto termino.

Dice el P. Gracia que una mujercita muy pobre iba todos los días a encender una velita a la Virgen. Y el párroco le dice un día:

-Pero mujer, ¿cómo gastas en velas el dinero que necesitas para comer?
Y ella le contestó con los ojos muy abiertos:
-Padre, ¿ puede usted vivir sin corazón ? Pues la velita a la Virgen es mi corazón. Si no la pongo, me muero.

***

Pues pidámosle a María que engendró a Cristo en sus entrañas, que también engendre a Cristo en nuestro corazón para que nunca en la vida nos apartemos de Él. Y sobre todo en la hora de nuestra muerte, como rezamos en el “Ave María”.


N.B.: Esta conferencia está disponible en DISCO COMPACTO (CD) y en vídeo.
Todos los sistemas.
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Correo electrónico (e-mail):spiritusmedia@telefonica.net

jueves, 17 de febrero de 2011

Madre mía te quiero con todo mi corazón


Caminar contigo es tocar el cielo con la mano; vivir junto a Ti es ya adelantar la gloria. Contigo los dolores se mitigan, las lágrimas se detienen.
Autor: P. Mariano de Blas L.C. | Fuente: Catholic.net


Dulcísima Madre mía,
he venido a saludarte con cariño
en este nuevo día.
¿Quién te hizo tan bella?
Quizás Tú no lo sepas,
pero yo no puedo contemplar tu rostro
y mirar tus ojos de cielo
sin emocionarme hasta el alma.

¿Quién me amó tanto, tanto,
que me hizo hijo tuyo?
Hermosísima Reina, Madre de bondad,
estás hecha de bondad y de amor.

¡Qué felices nos has hecho,
qué afortunados por tenerte como madre!
Era yo un gitanillo que inspiraba compasión,
Era un niño pobre, un niño malo.
Había caminado descalzo
Por sendas de piedras y maleza;
traía una carita sucia de lágrimas antiguas
y polvo de muchos caminos.

Era un niño pequeño,
pero había sufrido ya como adulto.
Se me había olvidado la sonrisa.
El futuro era negro de nubes espesas.
Y, de pronto, apareciste Tú en mi vida.
Una mujer muy hermosa,
una mujer que inspiraba todo el cariño del mundo.

Me mirabas con una sonrisa de cielo.
Me llamaste con una voz tan dulce...
Me esforcé en sonreír un tanto,
y me fui acercando temblando de emoción.
De pronto, tus manos se abrieron
y me sumergí en un abrazo tan dulce
que todas mis penas se fueron;
y me sentí el niño más feliz del mundo.

Pero mi alegría fue más grande que yo mismo,
cuando de tus labios graciosos brotó esta palabra: “Hijo mío.”
Quise decir algo que brotaba con ímpetu del corazón.
No pude decirlo, no me atrevía.
Miré mis sandalias rotas, mi vestido raído;
mi corazón y mis manos no eran limpios.

“Hijo mío, cuanto te quiero,
cuánto te he esperado, hijo de mi alma.”
Entonces ya no pude callarme y le dije
con las lágrimas más puras
y la alegría de un niño feliz:
“Madre mía te quiero con todo mi corazón.”
Y un abrazo fundió
a la Madre pura y santa
y al niño pecador.

“He ahí a tu Madre, he ahí a tu hijo”
El que dijo estas bellas palabras
era Dios mismo,
un Dios que moría por mí en una cruz:
un Dios que me dio a su misma madre
en un impulso de amor.
No es un rato de contento,
es una eternidad de felicidad.
La eternidad de la alegría
comenzó desde ese momento
en que Jesús dijo esas palabras en la cruz.
Nos daba su vida y su sangre,
nos daba la Madre de sus sueños.

Desde entonces ya no soy el niño malo;
que malo no puedo seguir siendo
junto a una Madre tan buena.
Ya no soy un niño huérfano,
ni triste ni harapiento.
Soy el niño más feliz.
Ya mis lágrimas son de de amor y alegría,
por Ella, por mi Madre del cielo.

Caminar contigo es tocar el cielo con la mano;
vivir junto a Ti es ya adelantar la gloria.
Contigo los dolores se mitigan,
las amargas lágrimas se detienen
y el desierto vuelve a florecer.
Mi desierto ha vuelto a florecer.
Todo cambió desde aquel día,
el día maravilloso en que te conocí, oh Madre.
Yo no te conocía, primor de los valles.
Ignoraba que existías, amor de mi vida.
Pasé junto a valles hermosos y bellísimas flores
y nunca imaginé que Tú tenías
la luz y la belleza de los valles y las flores.
Vida mía, amor mío,
Vida, belleza y amor ensamblados.

Eres una senda florecida
que me ha conducido a Dios.
Me enamoré de Ti primero para siempre,
pero tu amor me llevó dulcemente, sin fatiga,
hacia el Dios Amor.
Tú me hiciste querer a ese ser infinitamente amable.
Presentaste a mis ojos
a un Dios Niño, ternura infinita,
un encanto de Dios hecho niño por mí.

La mujer que es amor
llevando en sus brazos al Niño que es amor,
porque es el Niño Dios.
Oh Madre dulcísima,
no quiero jamás separarme de Ti,
no quiero jamás separarme del Dios
que me has enseñado a querer;
el mismo Dios que Tú amas tanto
porque es tu Dios y es hijo de tus entrañas.
Enséñame a amarlo con todo mi corazón.

miércoles, 16 de febrero de 2011

¿TE ABURRE EL ROSARIO?


A mi muchas de mis amigas me dicen que como hago para hacer el rosario todos los días sin aburrirme, pues dicen que es muy largo y repetitivo, yo al igual que ellas hubo un tiempo que así lo creía, pero luego de la experiencia con mi mamita Maria, se quedo grabado en mi corazón ese rostro de amor y cada vez que lo hago siento en mi corazón como si volviera a observarlo, y les digo piensen en ella, como una madre, esa madre llena de amor que no espera con los brazos abiertos, para mi María junto a los ángeles me ha acercado a Dios.

Siempre me encierro en mi habitación y frente a mi altar hago el santo rosario, coloco incienso porque me inspira y pongo la canción del ave María, para mi es una alegria grande hacerlo, porque se que cada ave María que le rezo, le estoy regalando una rosa, inténtalo, hazlo con el corazón y veras que no es nada largo, al contrario cuando terminas de hacerlo sientes una paz y alegría que te acompaña el resto del día.

Aquí les enseño una fotito de mi altar esta incompleto puesto que los angelitos se los he prestado temporalmente a mi madre, si te sirve puedes colocar una imagen de María, no quiere decir que sea ella, ni que adores esa imagen, solo es como si tuvieras una foto de tu mamá a la cual quieres mucho y eso te lo recuerda.

Besos y Bendiciones

Ingrid

lunes, 14 de febrero de 2011

ESCARCHAS DE LA ROSA MYSTICA


La rápida y universal difusión de la imagen de la Rosa Mística

A diferencia de otras advocaciones Marianas, la imagen de la Rosa Mística se difundió por el mundo a gran velocidad, sin que la gente conozca el origen o los mensajes relacionados con la advocación. Las almas simplemente si enamoraron de la belleza de Maria, y de la enorme cantidad de milagros que se produjeron alrededor de la imagen. Se cuentan literalmente por cientos los reportes de prodigios observados por decenas o cientos de personas, en tan hermosa manifestación de María.

Ella le dijo a Pierina el 8 de septiembre de 1974: "donde quiera que yo vaya, llevo las Gracias del Señor conmigo. Haré descender la bendición sobre estas estatuas que son mi imagen".
¡Qué mejor prueba de la autenticidad de la aparición, que la propia Mano de Dios marcando ésta hermosa manifestación de Su Mamá!.

Los casos más frecuentes son las lacrimaciones de sangre, pero también las lágrimas de un llanto de Madre dolorida se han reportado, así como la exudación de un aceite milagroso que brota de la imagen. Finalmente, la presencia de escarcha de colores que cubre la imagen, ha sido observada en varios lugares del mundo. Muchos cristianos, como tú y como yo, también observamos que el rostro de la Rosa Mística que tenemos en casa cambia su expresión de acuerdo al día. A veces alegre, a veces triste, María nos sorprende con sus signos, sus llamados, en nuestros hogares. Sería imposible reflejar en este breve espacio la totalidad de informes recibidos, por lo que sólo reproduciremos algunos casos a modo de ejemplo.

** Revelación acerca del significado de las escarchas:

En estos tiempos en que los hombres se sienten satisfechos y alejados de aquello que los orienta y mantiene, que es mi Hijo el Señor, quiero manifestar de la manera más humilde, los mensajes que quiero entregarles y manifestarles el significado de las escarchas. Es mi corazón el que les anuncia la protección que ejerzo sobre los hijos de la luz, aquellos que han sido comprados por la sangre de mi Hijo. Por eso, la oración, el sacrificio, la reconciliación y la penitencia son las armas con las cuales van a combatir en las grandes batallas contra Satanás.

Quiero anunciarles el significado de los colores de mis escarchas:

* Las plateadas: en ellas te muestro la magnanimidad de mí corazón. Pídeme lo que quieras.
* Las doradas: en ellas anuncio que me inclino hacia el débil; voy a sanar algo espiritual, físico, psico-lógico o moral.
* Las azules: en ellas te quiero anunciar mi cercanía. Estoy contigo, estoy presente.
* Las verdes: ellas son un canto para que te abras a la esperanza. Yo actuaré en el favor de Dios. Espera en Dios.
* Las rojas: en tiempos de pruebas ofréceme un sacrificio; recuerda que te amo.
* Las transparentes: el camino de la humildad es la senda que lleva a la liberación. Sé humilde y sencillo. En esas actitudes se expresa mi corazón.
* Las aguamarinas o tornasoles: es el camino; por muy tortuoso que sea, quiero anunciarte que en ese camino estaré contigo.

A mis hijos, que han sido agraciados con mis regalos, brotados del amor que les tiene mi Hijo y que son la manifestación amorosísima del Padre, que a todos ama y cobija en su seno, les imparto la bendición en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen

viernes, 11 de febrero de 2011

LA IMAGEN DEL ESPEJO

or María Pureza del Inmaculado Corazón había sido una religiosa piadosa y observante de su regla. Entró en el convento siendo aún muy niña, con tan sólo 15 años, por una autorización extraordinaria del obispo.

1.jpg2400Allí vivió más de seis décadas y toda la comunidad la respetaba de manera especial, y hoy es venerada como una auténtica santa. Su historia es muy interesante y bonita.

Había nacido en el seno de una familia acomodada y su nombre de bautismo era Magdalena María. La única niña entre cinco varones; su madre estaba embelesada con la pequeña; su padre también había mostrado predilección por la que llamaba “mi princesita”.

Ahora bien, todo esto le hizo ser muy vanidosa. Se pasaba horas delante del espejo, peinando sus largos cabellos, rubios y crespos, alisando sus finas cejas o simplemente contemplando sus enormes ojos azules.

Creció muy mimada por su familia, incluso por sus hermanos, recibiendo elogios por su innegable belleza: ¡Qué niña tan linda! ¡Qué muñequita! ¡Si parece una princesa…!

Magdalena se volvió orgullosa, arrogante y egoísta. A veces se acordaba de las clases de Catecismo preparatorias para la Primera Comunión, en las que había aprendido que la belleza más grande de una persona es la que refleja la humildad del alma y la pureza del corazón. Sin embargo, el espejo seguía atrayéndole… y de inmediato apartaba esos buenos pensamientos para caer nuevamente en la más intensa vanidad.

Una noche, no obstante, tuvo una pesadilla. Soñó que estaba admirándose como de costumbre en el espejo y, de pronto, su imagen se transformaba en la figura de un ángel que la miraba de manera severa. Escuchó, asustada, una voz fuerte que le dijo:

— Magdalena... Magdalena...

¿Por qué te preocupas tanto por tu apariencia? ¡El espejo es tu peor enemigo!

La niña se apartó de aquel objeto antes tan atrayente, pero no podía dejar de mirar la imagen que se había fijado allí. Y el ángel continuó diciendo, esta vez con una fisonomía más amena:

— Magdalena, si quieres ser bonita, ¡sé pura! ¡La pureza es la fuente de toda belleza!

Y desapareció…

La pequeña se despertó sofocada…

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Magdalena tomó en serio el consejo de la religiosa y su vida cambió de manera radical.

¿Qué es lo que había pasado? Fue en busca del espejo y se miró, ¡sólo vio su propia imagen! Entendió, desde lo hondo de su alma, cómo su orgullo y vanidad le iban a llevar por el mal camino.

Al día siguiente, se dispuso a visitar a las monjas del monasterio de su ciudad, para pedirles una orientación.

La madre superiora la acogió amablemente y le recomendó que tuviera mucha devoción a la Virgen, Reina de los Ángeles y Madre Purísima, pues nadie en la Tierra había sido tan hermosa como Ella, justamente por su pureza virginal.

Magdalena tomó en serio el consejo de la religiosa y su vida cambió de manera radical. Se volvió humilde y diligente, ayudaba a todos los que a ella acudían, y únicamente se miraba en el espejo lo necesario para estar presentable. Nacía así en su corazón el deseo de reparar sus anteriores faltas. Decidió ser religiosa e hizo el propósito de no mirarse nunca más en un espejo.

Tras vencer diversos obstáculos, entre ellos la incomprensión de sus padres y su corta edad, hecho que merecía una autorización especial, consiguió entrar, por fin, en las paredes benditas del monasterio, donde anhelaba llevar una vida pura, humilde y virtuosa, y donde en ninguna celda había espejos…

Recibió el nombre de Sor María Pureza del Inmaculado Corazón y cumplió su propósito con perfección.

Obediente y con recogimiento, cuando su función consistía en ir a por agua a la fuente para la cocina, lo hacía con los ojos cerrados, para no ver el reflejo de su imagen en el agua. O si le era asignada lavar la ropa del convento, evitaba mirarse en las grandes pilas de la lavandería.

Su devoción a la Santísima Virgen era notoria. Continuamente la veían rezando a los pies de las bellas imágenes de María que había en la capilla o en el claustro, especialmente ante la del Inmaculado Corazón.

Siempre discreta y amable con las otras monjas, su presencia marcaba la vida comunitaria. Por eso, después de pasados muchos años, sus hermanas la respetaban porque era un modelo de santidad.

Ella no se daba cuenta, pero su fisonomía, por la práctica de la virtud, se había hecho más bonita todavía.

Su rostro poseía una luminosidad antes inexistente y sus grandes ojos azules, espejos de su alma pura, adquirieron una nueva profundidad, haciéndose más hermosos y atrayentes.

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Cuando iba a lavar la ropa,
evitaba mirarse en las grandes
pilas de la lavandería.

Los años no consiguieron deteriorar su juvenil lozanía, reflejo de un interior virtuoso.

Su salud, no obstante, empezaba a debilitarse con el tiempo. Continuaba desempeñando sus funciones, sin preocuparse de sí misma, y cumpliendo sus obligaciones con esmero y amor. Hasta que encontrándose ya sin fuerzas se vio obligada a guardar reposo en la enfermería. Se acercaba la hora de rendirle cuentas a Dios.

La Hna. María Pureza presentía que su muerte ya estaba llegando. Con fiebre y extenuada, les pedía algo a las monjas, arrodilladas a su cabecera, que no lograban entender.

Pensaban que estaría delirando y rezaron la oración de los agonizantes. Pero la enferma seguía balbuceando cortas palabras.

Finalmente una joven religiosa creyó comprenderla:

— Por lo visto, ¡parece que quiere un espejo!

— ¿Un espejo?, exclamaron todas.

¿Cómo una persona que había vivido tantos años huyendo de ese objeto, podía pedirlo en la hora de su muerte?

Sin intuir siquiera el motivo de tan inusitado pedido, la superiora decidió atender el deseo de la pobre moribunda. Mandó que buscaran un espejo y lo puso en las manos de la enferma.

Cuando la Hna. Pureza sintió el peso del objeto, sus ojos se abrieron, levantó la cabeza y esbozó una enorme sonrisa. Aquel espejo, milagrosamente, no reflejaba la fisonomía de la agonizante, sino el rostro luminoso de María Santísima. Había venido a buscar el alma de aquella que, desapegándose de su propia belleza, se había hecho digna de contemplar las maravillas celestiales.

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