Para todos los devotos de nuestra madre la Virgen de Guadalupe aqui les dejo el link de la pelicula que nos cuenta esta hermosa historia espero lo disfruten
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En la última aparición, octubre de 1917, la Virgen María dijo por fin su nombre: “Soy la Señora del Rosario”, y volvió a insistir en su recomendación: “Sigan rezando el rosario todos los días".
domingo, 11 de diciembre de 2011
domingo, 4 de diciembre de 2011
Ruega por nosotros, pecadores
“Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés
delante del Señor, de decirle cosas buenas de mí”. (Oración de la Santa
Misa de la festividad de María Mediadora de todas de todas las
gracias)
¡María, la Madre de Dios, es mi Madre! Ella, la Madre por excelencia, me quiere , se preocupa de mis cosas, me disculpa, me regala su sonrisa y sus cuidados, y lo que es más maravilloso, “La maternidad de María con respecto a nosotros no consiste sólo en un vínculo afectivo: por sus méritos y su intercesión, ella contribuye de forma eficaz a nuestro nacimiento espiritual y al desarrollo de la vida de la gracia en nosotros(...)María es nuestra Madre: esta consoladora verdad, que el amor y la fe de la Iglesia nos ofrecen de forma cada vez más clara y profunda, ha sostenido y sostiene la vida espiritual de todos nosotros y nos impulsa , incluso en los momentos de sufrimiento, a la confianza y a la esperanza” (1)
Ella, como la mejor de las madres, nos colma de besos y abrazos, nos alberga en su regazo como hijos pequeños, y nos brinda, sin ostentaciones y sin esperar nada a cambio, su ayuda y su cuidado. En su corazón de Madre cabemos todos, pues “con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora (2)
Nadie como Ella conoce mejor nuestros corazones y sabe comprender nuestras palabras y gestos para presentárselas al Señor con una sonrisa cómplice de la que se sabe Mediadora de todas las gracias. Y ante nuestras vacilaciones, penas e imperfecciones nos susurra al oído: “No pasa nada, ven conmigo. Yo te acompáñame y te enseñaré el camino”.
Y, en los “momentos de cansancio, de desilusión, de amargura por las dificultades de la vida, por las derrotas sufridas, por la falta de ayudas y de modelos, por la soledad que lleva a la desconfianza y a la depresión, por la incertidumbre del futuro”, llena de amor por nosotros nos coge de la mano y “nos ayuda, nos exhorta, nos indica con su espiritualidad dónde están la luz y la fuerza para proseguir el camino de la vida. Siendo todavía joven, el padre Maximiliano Kolbe escribía desde Roma a su madre: «¡Cuántas veces en la vida, pero especialmente en los momentos más importantes, he experimentado la protección especial de la Inmaculada...!” (3)
De hecho, ¿a quién se dirige un niño pequeño cuando quiere que se le perdone por alguna “trastada” que acaba de cometer? No hay ninguna duda. Primero, a su madre, ¡claro! El sabe que ella le quiere con locura. Que a pesar de la regañina justa y necesaria para hacerle mejor persona, mejor hijo de Dios, ella le perdonará, y le ofrecerá su ayuda para corregirse y luchar contra las malas inclinaciones. De hecho, como dice la canción, una madre no se cansa de esperar: “Aunque el hijo se alejara del hogar/una madre siempre espera su regreso/ que el regalo más hermoso que a los hijos da el Señor/ es su Madre y el milagro de su amor...”.
“Por tu inmensa bondad, no abandonas a los que andan extraviados, sino que los llamas para que puedan volver a tu amor: tú diste a la Virgen María, que no conoció el pecado, un corazón misericordioso con los pecadores. Éstos, percibiendo su amor de madre, se refugian en ella implorando tu perdón; al contemplar su espiritual belleza, se esfuerzan por librarse de la fealdad del pecado, y, al meditar sus palabras y ejemplos, se sienten llamados a cumplir los mandatos de tu Hijo”. (4)
Así pues, con la alegría y orgullo de ser hija de Santa María, entono esta entrañable oración:
¡María es mi Madre!
Bajo su manto me amparo, con sus frutos me alimento, con el Pan Eucarístico que me proporciona.
¡Ella es mi Madre!
Me arrojo en sus brazos y Ella me estrecha contra su corazón.
La escucho y su palabra me instruye.
La miro y su belleza me alumbra.
¡Ella es mi Madre!
Si estoy débil me sostiene, la invoco y su bondad me atiende.
Si enfermo me sana, si muerto por el pecado me da la vida de la gracia.
¡Ella es mi Madre!
En la lucha me socorre, en la tentación me auxilia, en la angustia me consuela, en el trabajo me sostiene, en la agonía me acompaña.
¡Ella es mi Madre!
Cuando voy a Jesús, me conduce, cuando llego a sus pies, me presenta.
Cuando le pido favores, me protege.
¡Ella es mi Madre!
Si soy constante en mi súplica, me escucha. Si la visito me atiende.
En la vida me guía al cielo y en la muerte recibiré de sus manos la eterna corona.
¡Ella es mi Madre!
Que buena es María, que dulce y hermosa es!
¡Ella es mi Madre!
Todo eso es María, nuestra Madre. Más aún, María, nos concede más de lo que pedimos, consiguiendo de Su Hijo no solo el perdón y el consuelo que necesitamos, sino la gracia, la reconciliación y la paz. Dice Juan Pablo II en "Redemptoris Mater":"...Sólo en el cielo seremos capaces de abarcar y medir el radio de acción de María en la Historia de la Iglesia, de la Humanidad y de cada uno de nosotros".
Cada vez que rezamos el Avemaría acudimos a Nuestra Señora, Madre de Dios y Madre nuestra, como almas sedientas de ayuda y esperanza, diciendo: “Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Por lo tanto, llenos de confianza y cariño filial llámala fuerte, fuerte. Refúgiate en su regazo y pídele su mediación para obtener de Su Hijo el perdón. “Ella es, como la ha llamado la Iglesia, la Omnipotentia supplex, la omnipotencia suplicante. Pues bien, si un buen hijo no se atreve a negar nada de lo que su madre le pide, ¿cómo habría de hacerlo Jesús, que ama con amor infinito a María y siendo Dios lo puede todo? (5)
No estamos solos, María nunca falla porque es madre. Y recuerda: “Antes, solo, no podías... -Ahora, has acudido a la Señora, y, con Ella, ¡qué fácil!”(6)
(1) Juan Pablo II, Audiencia general, 25-X-1995
(2) Lumen Gentium, n. 62).
(3) Juan Pablo II. Pensamientos extractados del Libro "Orar".
(4) Prefacio de la Sta. Misa de la Bienaventurada Virgen, Refugio de los pecadores y Madre de la reconciliación
(5) Antonio Fuertes Mendiola, La aventura divina de Maria, pag.227
(6) S. Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 513.
¡María, la Madre de Dios, es mi Madre! Ella, la Madre por excelencia, me quiere , se preocupa de mis cosas, me disculpa, me regala su sonrisa y sus cuidados, y lo que es más maravilloso, “La maternidad de María con respecto a nosotros no consiste sólo en un vínculo afectivo: por sus méritos y su intercesión, ella contribuye de forma eficaz a nuestro nacimiento espiritual y al desarrollo de la vida de la gracia en nosotros(...)María es nuestra Madre: esta consoladora verdad, que el amor y la fe de la Iglesia nos ofrecen de forma cada vez más clara y profunda, ha sostenido y sostiene la vida espiritual de todos nosotros y nos impulsa , incluso en los momentos de sufrimiento, a la confianza y a la esperanza” (1)
Ella, como la mejor de las madres, nos colma de besos y abrazos, nos alberga en su regazo como hijos pequeños, y nos brinda, sin ostentaciones y sin esperar nada a cambio, su ayuda y su cuidado. En su corazón de Madre cabemos todos, pues “con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora (2)
Nadie como Ella conoce mejor nuestros corazones y sabe comprender nuestras palabras y gestos para presentárselas al Señor con una sonrisa cómplice de la que se sabe Mediadora de todas las gracias. Y ante nuestras vacilaciones, penas e imperfecciones nos susurra al oído: “No pasa nada, ven conmigo. Yo te acompáñame y te enseñaré el camino”.
Y, en los “momentos de cansancio, de desilusión, de amargura por las dificultades de la vida, por las derrotas sufridas, por la falta de ayudas y de modelos, por la soledad que lleva a la desconfianza y a la depresión, por la incertidumbre del futuro”, llena de amor por nosotros nos coge de la mano y “nos ayuda, nos exhorta, nos indica con su espiritualidad dónde están la luz y la fuerza para proseguir el camino de la vida. Siendo todavía joven, el padre Maximiliano Kolbe escribía desde Roma a su madre: «¡Cuántas veces en la vida, pero especialmente en los momentos más importantes, he experimentado la protección especial de la Inmaculada...!” (3)
De hecho, ¿a quién se dirige un niño pequeño cuando quiere que se le perdone por alguna “trastada” que acaba de cometer? No hay ninguna duda. Primero, a su madre, ¡claro! El sabe que ella le quiere con locura. Que a pesar de la regañina justa y necesaria para hacerle mejor persona, mejor hijo de Dios, ella le perdonará, y le ofrecerá su ayuda para corregirse y luchar contra las malas inclinaciones. De hecho, como dice la canción, una madre no se cansa de esperar: “Aunque el hijo se alejara del hogar/una madre siempre espera su regreso/ que el regalo más hermoso que a los hijos da el Señor/ es su Madre y el milagro de su amor...”.
“Por tu inmensa bondad, no abandonas a los que andan extraviados, sino que los llamas para que puedan volver a tu amor: tú diste a la Virgen María, que no conoció el pecado, un corazón misericordioso con los pecadores. Éstos, percibiendo su amor de madre, se refugian en ella implorando tu perdón; al contemplar su espiritual belleza, se esfuerzan por librarse de la fealdad del pecado, y, al meditar sus palabras y ejemplos, se sienten llamados a cumplir los mandatos de tu Hijo”. (4)
Así pues, con la alegría y orgullo de ser hija de Santa María, entono esta entrañable oración:
¡María es mi Madre!
Bajo su manto me amparo, con sus frutos me alimento, con el Pan Eucarístico que me proporciona.
¡Ella es mi Madre!
Me arrojo en sus brazos y Ella me estrecha contra su corazón.
La escucho y su palabra me instruye.
La miro y su belleza me alumbra.
¡Ella es mi Madre!
Si estoy débil me sostiene, la invoco y su bondad me atiende.
Si enfermo me sana, si muerto por el pecado me da la vida de la gracia.
¡Ella es mi Madre!
En la lucha me socorre, en la tentación me auxilia, en la angustia me consuela, en el trabajo me sostiene, en la agonía me acompaña.
¡Ella es mi Madre!
Cuando voy a Jesús, me conduce, cuando llego a sus pies, me presenta.
Cuando le pido favores, me protege.
¡Ella es mi Madre!
Si soy constante en mi súplica, me escucha. Si la visito me atiende.
En la vida me guía al cielo y en la muerte recibiré de sus manos la eterna corona.
¡Ella es mi Madre!
Que buena es María, que dulce y hermosa es!
¡Ella es mi Madre!
Todo eso es María, nuestra Madre. Más aún, María, nos concede más de lo que pedimos, consiguiendo de Su Hijo no solo el perdón y el consuelo que necesitamos, sino la gracia, la reconciliación y la paz. Dice Juan Pablo II en "Redemptoris Mater":"...Sólo en el cielo seremos capaces de abarcar y medir el radio de acción de María en la Historia de la Iglesia, de la Humanidad y de cada uno de nosotros".
Cada vez que rezamos el Avemaría acudimos a Nuestra Señora, Madre de Dios y Madre nuestra, como almas sedientas de ayuda y esperanza, diciendo: “Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Por lo tanto, llenos de confianza y cariño filial llámala fuerte, fuerte. Refúgiate en su regazo y pídele su mediación para obtener de Su Hijo el perdón. “Ella es, como la ha llamado la Iglesia, la Omnipotentia supplex, la omnipotencia suplicante. Pues bien, si un buen hijo no se atreve a negar nada de lo que su madre le pide, ¿cómo habría de hacerlo Jesús, que ama con amor infinito a María y siendo Dios lo puede todo? (5)
No estamos solos, María nunca falla porque es madre. Y recuerda: “Antes, solo, no podías... -Ahora, has acudido a la Señora, y, con Ella, ¡qué fácil!”(6)
(1) Juan Pablo II, Audiencia general, 25-X-1995
(2) Lumen Gentium, n. 62).
(3) Juan Pablo II. Pensamientos extractados del Libro "Orar".
(4) Prefacio de la Sta. Misa de la Bienaventurada Virgen, Refugio de los pecadores y Madre de la reconciliación
(5) Antonio Fuertes Mendiola, La aventura divina de Maria, pag.227
(6) S. Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 513.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
María y la fe de una mamá
Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San
Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti... en tu dolor de madre, en
tu búsqueda de caminos para tu hija...
Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo.... Pero no te entiendo...
Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida... te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez...
De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...
Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!
Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada... Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida... Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.
- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...
Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz...
No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea...
- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta
- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.
- Pues... que me alegro por ella...
- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús...
- No te entiendo, Madre
- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio. , “habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies...” habiendo oído, hija mía, habiendo oído...
Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio... porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer...
Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel “habiendo oído”... Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción... Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea... ¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro... ¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!
De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...
Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....
Ella implora desde y hasta el fondo de su alma... Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza...
Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado... un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...
El milagro de la fe de una mamá....
Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:
- Madre... estoy viendo algo que antes no había visto...
- ¿Qué ves ahora, hija?
- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso.... Jesús hace el milagro por la fe de la madre...
- Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro... la fe de la madre... Debes aprender a orar como ella...
- Enséñame, Madre, enséñame
- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante....
- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...
- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta... y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como “inútil” “para qué insistir”... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...
-¿Cómo es esto Madre?
- Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí “algo” para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...
Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín... y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...
Las oraciones de una mamá...
La fe de una mamá...
Te abrazo en silencio, Madre... y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro...
NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.
Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo.... Pero no te entiendo...
Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida... te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez...
De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...
Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!
Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada... Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida... Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.
- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...
Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz...
No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea...
- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta
- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.
- Pues... que me alegro por ella...
- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús...
- No te entiendo, Madre
- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio. , “habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies...” habiendo oído, hija mía, habiendo oído...
Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio... porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer...
Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel “habiendo oído”... Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción... Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea... ¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro... ¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!
De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...
Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....
Ella implora desde y hasta el fondo de su alma... Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza...
Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado... un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...
El milagro de la fe de una mamá....
Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:
- Madre... estoy viendo algo que antes no había visto...
- ¿Qué ves ahora, hija?
- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso.... Jesús hace el milagro por la fe de la madre...
- Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro... la fe de la madre... Debes aprender a orar como ella...
- Enséñame, Madre, enséñame
- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante....
- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...
- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta... y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como “inútil” “para qué insistir”... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...
-¿Cómo es esto Madre?
- Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí “algo” para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...
Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín... y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...
Las oraciones de una mamá...
La fe de una mamá...
Te abrazo en silencio, Madre... y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro...
NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.
jueves, 24 de noviembre de 2011
Dios te salve, María
Podemos distinguir la relación que tenemos con una persona por el modo
en como la saludamos: «Dime cómo saludas, y te diré quién es esa persona
para ti». Para un ser querido, reservamos las
manifestaciones de cariño más cercanas: un abrazo o un beso. Para un
conocido, un buen apretón de manos, acompañado tal vez de una palmada en
la espalda. Le doy la mano con formalidad a la persona que me presentan
por primera vez. Y se tiende a rehuir el saludo a la persona que no se
desea ver.
En el inicio del Avemaría, la Iglesia nos marca el tipo de relación que debemos tener con María. ¿Cómo le saludamos? Haciendo eco de las palabras del arcángel Gabriel en la Anunciación, le decimos un "Dios te salve". A simple vista, este "hola" puede parecer un tanto formal. Dios te salve. Como quien dice un buenos días acompañado de un "¡Qué gusto saludarle a usted!". Y sí, es verdad que este inicio marca una cierta distancia de respeto con María. Después de todo, Ella es Reina de los Cielos, Madre de Dios. ¡No cualquier creatura ostenta estos títulos! Nos invita, por ello, a darle la veneración que Ella se merece, a admirar su fidelidad a lo que Dios le pidió, a agradecerle todos los favores que Ella nos concede.
No obstante, a este inicio de realeza y veneración se le acompaña con el nombre: María. Llamarle a uno por su nombre implica ya una intimidad con la persona: la conoce, sabe cómo se llama. Esta segunda parte del saludo nos invita a vivir el otro lado de la moneda en nuestro trato con María: la cercanía, el cariño y la ternura filial. Porque estoy convencido que Ella, como buena Madre, no se conforma con el trato formal y delicado -que no deja de ser lícito también- del siervo que llama a su Señora. A María le gusta que le llamemos Madre, así como a Dios le gusta que le llamemos Abbá. Y se regocija, como mujer que es, con las muestras de afecto que le dedicamos: el rosario, las visitas a una de sus imágenes, dejarle alguna flor, etcétera.
Dios te salve, María. Un saludo que nos acerca a las dos facetas de la Santísima Virgen: su excelsitud y su maternidad, la grandeza de su figura con la cercanía de su cariño, su ser Reina y su ser creatura como nosotros. Es con estos dos prismas con los que la vemos y le rezamos. Y con estas dos tintas le he escrito estos pequeños versos, que quieren ser el broche a estas líneas:
Caminando a mi lado he descubierto
unos pies que siguen mi travesía,
un corazón que me ama cada día,
y dos manos que alejan desconcierto.
Sabía de su existir. Mas no acierto
a comprender por qué desconocía
que al susurro de su nombre -María-
se esfumaba el desánimo desierto.
Y al contemplarla en su bella sonrisa,
que enamoró a Quien nació de su vientre,
le elevo una oración tierna y sumisa:
“¡Mírame, Madre, permíteme verte!
Pues, al beber de tus ojos sin prisa,
firme, camino la vida y la muerte”.
En el inicio del Avemaría, la Iglesia nos marca el tipo de relación que debemos tener con María. ¿Cómo le saludamos? Haciendo eco de las palabras del arcángel Gabriel en la Anunciación, le decimos un "Dios te salve". A simple vista, este "hola" puede parecer un tanto formal. Dios te salve. Como quien dice un buenos días acompañado de un "¡Qué gusto saludarle a usted!". Y sí, es verdad que este inicio marca una cierta distancia de respeto con María. Después de todo, Ella es Reina de los Cielos, Madre de Dios. ¡No cualquier creatura ostenta estos títulos! Nos invita, por ello, a darle la veneración que Ella se merece, a admirar su fidelidad a lo que Dios le pidió, a agradecerle todos los favores que Ella nos concede.
No obstante, a este inicio de realeza y veneración se le acompaña con el nombre: María. Llamarle a uno por su nombre implica ya una intimidad con la persona: la conoce, sabe cómo se llama. Esta segunda parte del saludo nos invita a vivir el otro lado de la moneda en nuestro trato con María: la cercanía, el cariño y la ternura filial. Porque estoy convencido que Ella, como buena Madre, no se conforma con el trato formal y delicado -que no deja de ser lícito también- del siervo que llama a su Señora. A María le gusta que le llamemos Madre, así como a Dios le gusta que le llamemos Abbá. Y se regocija, como mujer que es, con las muestras de afecto que le dedicamos: el rosario, las visitas a una de sus imágenes, dejarle alguna flor, etcétera.
Dios te salve, María. Un saludo que nos acerca a las dos facetas de la Santísima Virgen: su excelsitud y su maternidad, la grandeza de su figura con la cercanía de su cariño, su ser Reina y su ser creatura como nosotros. Es con estos dos prismas con los que la vemos y le rezamos. Y con estas dos tintas le he escrito estos pequeños versos, que quieren ser el broche a estas líneas:
Caminando a mi lado he descubierto
unos pies que siguen mi travesía,
un corazón que me ama cada día,
y dos manos que alejan desconcierto.
Sabía de su existir. Mas no acierto
a comprender por qué desconocía
que al susurro de su nombre -María-
se esfumaba el desánimo desierto.
Y al contemplarla en su bella sonrisa,
que enamoró a Quien nació de su vientre,
le elevo una oración tierna y sumisa:
“¡Mírame, Madre, permíteme verte!
Pues, al beber de tus ojos sin prisa,
firme, camino la vida y la muerte”.
Autor: P. Juan Antonio Ruiz, L.C. | Fuente: Catholic.net
jueves, 17 de noviembre de 2011
CONSAGRACION DE NUESTRA VIDA AL INMACULADO CORAZON DE MARIA
Amabilísima y Admirabilísima Virgen María, Madre de mi Salvador Jesucristo y madre mía. Postrado a vuestros pies, uniéndome humildemente a todos los actos de devoción y amor de todos los corazones que os aman en el Cielo y en la Tierra, os saludo Madre queridísima, os venero y os elijo hoy Soberana mía y Reina de mi corazón; la guía de mi vida, la protectora, mi abogada y refugio mío en todas mis necesidades espirituales y corporales.
Yo os ofrezco y consagro mi alma, mi corazón, mi cuerpo y todo lo que me pertenece. Deseo también que todos mis pensamientos, palabras, acciones, todos los alientos de mi respiración y latidos de mi corazón, sean en el presente y en el futuro, otros tantos actos de alabanza a la Santísima Trinidad por todos los privilegios y Gracias incomparables que os ha concedido.
¡Oh Virgen amabilísima!, entrego confiadamente a vuestras manos maternales todos mis deseos, propósitos y anhelos, y no quiero jamás aspirar a algo más allá, de lo que sea conforme a la Voluntad de vuestro Divino Hijo y la vuestra. Aceptadme, os lo ruego divinísima Madre, entre vuestros hijos predilectos, y en el número de los servidores escogidos, privilegiados, de poder colaborar con la preparación del Triunfo de vuestro Corazón Inmaculado. Consideradme y tratadme enteramente como posesión vuestra. Disponed de mi y conducidme siempre y en todo lugar –no según mis propias inclinaciones y deseos- sino según vuestro propio beneplácito.
Yo por mi parte, tomo hoy la firme resolución de observar fielmente los mandamientos de vuestro Divino Hijo Jesús; de seguir vuestras maternales exhortaciones ¡Oh Reina del Santo Rosario!, de amaros tiernamente y de consolaros. Quiero también –en cuanto me sea posible- con mis Oraciones y Sacrificios llevar a muchas otras almas a hacer lo mismo. Sobre todo, quiero venerar con especial devoción vuestro Purísimo Corazón ardiente de Caridad, y con vuestra poderosa asistencia ¡Oh mediadora de todas las Gracias!, tratar de imitar tanto como pueda, las sublimes virtudes que os adornaban aquí en la Tierra.
¡Oh Reina de mi corazón!, que por el misterioso obrar del Espíritu Santo en vuestra alma Santísima habéis sido transformada en un verdadero espejo de la Justicia de Jesús vuestro Divino Hijo, imprimid en mi corazón, os lo ruego, una imagen perfecta de las virtudes del vuestro, a fin de que el mío sea un retrato vivo del vuestro Inmaculado.
¡Oh Virgen Gloriosa!, vuestro Purísimo Corazón ha estado durante su existencia terrenal, entrañablemente unido al Divino Corazón de vuestro Hijo, compartiendo plenamente sus nobilísimos sentimientos y espíritu de Sacrificio. Y ahora, elevada a la bienaventuranza del Cielo está perennemente unido a El de modo inigualable en la más sublime felicidad. Por ello os ruego ¡Oh Madre de Dios!, unid mi pobre corazón de tal manera al de mi Jesús, que no abrigue otros sentimientos y deseos que los vuestros, y que no obre nunca, sino lo que sea más agradable a Su Sacratísimo Corazón y a vuestro dulcísimo Corazón Inmaculado, oh Madre benignísima. Amen.
sábado, 12 de noviembre de 2011
María, formadora en el camino cristiano
«Madre de la vida y de la gracia». «El Padre ha puesto en manos de María
los tesoros adquiridos por Cristo, para que ella ejerza las funciones
de su maternidad». María está en el comienzo, acompañando la llamada,
pero también está en el camino: engendra, acompaña y forma. María forma
«recibiendo y entregando» : «es el canal que recibe y deja correr hasta
nosotros». Recordemos que este doble movimiento es el
de la transmisión kerigmática del Evangelio: «porque yo recibí lo que a
mi vez os he transmitido» (1 Cor 15,3 ). Hay que caminar sabiendo
recibir y comunicar lo recibido.
El primer deber de una madre es alimentar a sus hijos, y la primera necesidad que siente es la de amarlos. María no ha querido renunciar a esta obligación sagrada. Madre de la vida y de la gracia, nos ha dado la vida, y cada día derrama en nuestras almas la gracia que debe alimentarlas, fortificarlas y hacerlas llegar a la plenitud de la edad perfecta. Efectivamente, de su bondad recibimos todos los auxilios que conducen a la salvación. Es verdad que Jesucristo, de quien viene todo nuestro valer, es el único que nos ha podido merecer esas gracias por su muerte. Como Padre, ha provisto abundantemente de todo lo necesario para la vida de nuestras almas, para el aumento de nuestras fuerzas, para la curación de nuestras enfermedades y para el desarrollo de la fe y de todas las virtudes.
Al mismo tiempo, ha puesto en manos de María los tesoros de bendición adquiridos por su sangre, para que ella ejerza las funciones de su maternidad. De ese modo, María, como Madre de una gran familia, distribuye todos los bienes según las necesidades, las circunstancias y la fidelidad de cada uno. Por eso, nada viene del cielo sin pasar por la Santísima Virgen. Ella es el canal que recibe y deja correr hasta nosotros el agua bienhechora de la gracia. Como dice san Bernardo, María ha sido dada al mundo para que por ella se transmitan sin cesar los dones celestiales de Dios a los hombres; y Jesucristo ha querido poner en manos de María el fruto de sus méritos para que recibamos de ella todos los bienes que podamos obtener.
El primer deber de una madre es alimentar a sus hijos, y la primera necesidad que siente es la de amarlos. María no ha querido renunciar a esta obligación sagrada. Madre de la vida y de la gracia, nos ha dado la vida, y cada día derrama en nuestras almas la gracia que debe alimentarlas, fortificarlas y hacerlas llegar a la plenitud de la edad perfecta. Efectivamente, de su bondad recibimos todos los auxilios que conducen a la salvación. Es verdad que Jesucristo, de quien viene todo nuestro valer, es el único que nos ha podido merecer esas gracias por su muerte. Como Padre, ha provisto abundantemente de todo lo necesario para la vida de nuestras almas, para el aumento de nuestras fuerzas, para la curación de nuestras enfermedades y para el desarrollo de la fe y de todas las virtudes.
Al mismo tiempo, ha puesto en manos de María los tesoros de bendición adquiridos por su sangre, para que ella ejerza las funciones de su maternidad. De ese modo, María, como Madre de una gran familia, distribuye todos los bienes según las necesidades, las circunstancias y la fidelidad de cada uno. Por eso, nada viene del cielo sin pasar por la Santísima Virgen. Ella es el canal que recibe y deja correr hasta nosotros el agua bienhechora de la gracia. Como dice san Bernardo, María ha sido dada al mundo para que por ella se transmitan sin cesar los dones celestiales de Dios a los hombres; y Jesucristo ha querido poner en manos de María el fruto de sus méritos para que recibamos de ella todos los bienes que podamos obtener.
Autor: Marianistas.org | Fuente: Catholic.net
jueves, 3 de noviembre de 2011
Alabanzas a La Santísima Virgen
Rosa mística
Esta letanía la comprenden quienes aman las flores y son capaces de extasiarse ante alguna de ellas. Pues, bien, María es una flor bellísima, la más bella de todas. ¿Te gustan las flores, una rosa, un clavel...? María es una rosa que no se marchita, perfumada siempre, que nos hace mirarla, quererla como la flor más hermosa. La mejor rosa que ha producido la tierra.
Todas las bellas flores acaban marchitándose, no pueden mantener su encanto sino por un tiempo reducido. María ha florecido en el jardín del cielo y no se marchitará jamás. Por eso produce una ilusión perenne, un éxtasis eterno, una ternura inacabable.
Torre de David
La comparación se refiere a la muralla que rodea y defiende la ciudadela de Jerusalén, la Ciudad Santa. Una torre en la muralla es la parte mas fuerte. Así se quiere comparar a María como un bastión inexpugnable en la Iglesia, la nueva Jerusalén, una fuerza imbatible contra los enemigos de Dios y de nosotros, sobre todo del enemigo eterno de Dios y de los hombres, el Diablo. Contra la Torre de David nada puede el Demonio. Lo sabe desde hace mucho tiempo. Por eso él odia a María con todas sus fuerzas y a los hijos de María. Contra Ella y contra Dios nada puede, pero sí puede contra sus hijos. Ahí se centra su venganza. Se podría decir que ahí está la debilidad de Dios y de la Santísima Virgen. Pero depende de nosotros. Si estamos cerca de María no hay nada que temer. Si nos alejamos de Ella, hay que temer todo, y con razón.
Torre de marfil
El marfil es un elemento muy valioso, muy cotizado. Esto pone en serio peligro de extinción a los pobres elefantes que lo producen en sus colmillos. Se quiere significar que María está hecha de material precioso, de virtudes celestiales, de santidad, de pureza.
Casa de oro
Nuevamente se habla de un mineral precioso, el rey de los metales, el oro. Si una casa se construye completamente de oro, su valor es incalculable. Queremos decir que María vale más que el oro, vale tanto que no tiene precio en los mercados. Por ninguna criatura ha apostado Dios tanto como por María. La valora tanto que la ha hecho su Madre. Y nos valora tanto que la ha hecho nuestra Madre. Aquí podemos comprender el amor de Dios a nosotros. La casa de oro se llama María de Nazareth y se llama nuestra Madre.
Arca de la alianza
El Arca antigua de la Alianza era respetada fuertemente por los judíos, por una razón; encerraba las dos tablas de los mandamientos que Dios había revelado a Moisés. María encerró no las tablas de los mandamientos sino a Dios mismo, el autor de la Antigua y de la Nueva Alianza. De ahí que la veneración hacia Ella se alarga y se eleva casi hasta el infinito.
Rezar las letanías con devoción es como ir llenando un cántaro, el de nuestro corazón, de más amor, alegría y admiración. Al final, el cántaro se ha llenado de todas esas hermosas realidades. ¡Qué diferencia de los que las rezan sin amor, distraídos! Su cántaro se llena de nada.
Puerta del cielo
Si el cielo es la felicidad eterna, el lugar donde reside Dios y donde estamos destinados a vivir felices por toda la eternidad, la puerta de entrada es muy importante. Resulta que la puerta se llama María. Al cielo se entra por María. Quien ama a María, quien le tiene gran devoción, tiene el boleto asegurado y la puerta abierta para entrar.
Su sí a Dios abrió la puerta que estaba cerrada. Ella nos abrirá la puerta de la felicidad eterna; nos dará un abrazo cariñoso. y nos presentará a Jesús y al Padre. ¡Cuanta ilusión me da el pensar en ese momento!
A medida que conocemos a la Virgen, nos vamos enterando de su gran importancia en esta vida y en la otra vida. María nos es completamente necesaria e indispensable. Y los que opinan de otra manera, muy su opinión, que respetamos, pero andan muy equivocados.
Abrir la puerta, y encontrarnos con María Santísima es el comienzo del cielo, su preludio, el inicio del éxtasis eterno que comienza...pero no terminará jamás...
Estrella de la mañana
Lucero que precede a la salida del Sol, de Jesús. Estrella del Mar, que orienta a los que andan perdidos. Me llama mucho la atención la devoción que tienen a la Virgen los marineros de muchos puertos. Ellos saben de tormentas, de difíciles momentos pasados en alta mar. Por eso saben también invocar con todas sus fuerzas a la Estrella del Mar.
Salud de los enfermos
María lleva en sus manos y en su corazón la salud, tan necesaria para vivir en plenitud. Por eso, uno de los momentos en que más se invoca a María por parte de todos sus hijos es en la enfermedad. Uno de los momentos en que más necesitamos invocar a María es en los momentos de dolor. Y cuando más se acerca a sus hijos como buena madre es en esos dolorosos momentos...
Salud de los enfermos del alma. Sabe curar enfermedades del cuerpo, pero sobre todo del alma. Ella sabe otorgar algo tan grande como la salud, la paciencia y el amor en la enfermedad. Como buena Madre está a la cabecera de sus hijos enfermos. Y sobre todo en la hora de la muerte. Todos los buenos cristianos mueren en brazos de su Madre, de María. Y morir así, no es triste, todo lo contrario. Cada uno de nosotros nos preparamos la propia muerte. Si queremos morir en brazos de María, digámoselo.
Refugio de los pecadores
Es muy importante que lo sepan todos. El pecador se siente muy solo, terriblemente lejos de Dios y de los hombres. Pero hay un refugio seguro, donde vive una persona muy querida, muy nuestra, tan nuestra que es nuestra Madre. También en el pecado sigue siendo nuestra Madre. Es cuando más la necesitamos, cuando Ella sabe que la necesitamos más. A cuantos ha salvado, incluso en el último instante. No desesperes, mientras exista María.
Un recado urgente, un S.O.S. para todos los que han perdido la esperanza: Mientras exista María Santísima, hay remedio para todos los males, hay perdón para todos los pecados. De todos los títulos hermosos que tiene María, este es el más querido y más aprovechado precisamente por ellos, los pecadores.
Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Quien reza frecuentemente el rosario hace esta petición miles de veces y quien hace una petición miles de veces, la consigue. Mira por donde el rezo del rosario tanto tendrá que ver con nuestra salvación eterna.
Todos conocemos aquella bella reflexión :“Yo les cierro la puerta...pero tu Madre les abre la ventana”. Si tienes miedo de Dios, no lo tengas de María. La Virgen María, la Immaculada, la Madre de Dios no tiene repugnancia de besar las llagas purulentas de sus hijos enfermos.
Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
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