En la última aparición, octubre de 1917, la Virgen María dijo por fin su nombre: “Soy la Señora del Rosario”, y volvió a insistir en su recomendación: “Sigan rezando el rosario todos los días".

jueves, 17 de mayo de 2012

" QUE NADIE LLAME A MARÍA, MADRE DE DIOS, Y ES IMPOSIBLE QUE DIOS NAZCA DE UNA MUJER ELLA ES UNA MUJER"


Esta afirmación hecha en el año 428 por un sacerdote llamado Anastasio, en la catedral de Constantinopla, sorprendió y estremeció a la multitud de fieles que escuchó como se negaba una verdad reconocida hacia mucho tiempo: María es madre de Dios.
El pueblo escandalizado comenzó a abandonar la Catedral y le pidió a su obispo, el Patriarca Nestorio, que se pronunciase. Este respondió dándole la razón al monje Anastasio y acrecentó: María es madre de la naturaleza de Cristo, pero no podemos llamarla madre de Dios.
Fue así, que su doctrina se empezó a difundir rápidamente por oriente medio, hasta que llegaron los textos de sus homilías a manos de San Cirilo, obispo de Alejandría en Egipto. Este Santo decidió escribir a Nestorio para tratar de explicarle su error. Sorprendido, recibió como respuesta unas cartas en tono elevado, reafirmando todas sus ideas.
San Cirilo, decidió poner al tanto al Papa San Celestino I, para que tomara cartas en el asunto, pero ya Nestorio le había escrito al Papa queriendo ganar su favor. Para resolver el problema el Santo Padre convocó un sínodo de obispos y leyendo atentamente los argumentos, definieron que Nestorio se había apartado de la fe, al negar la maternidad divina de María y al afirmar que en Jesús habían dos personas.
Para calmar los ánimos, el Emperador de Constantinopla Teodosio II, pidió al Papa, convocar un Concilio para definir con precisión el problema, y acabar con la discusión.
Se convocó un Concilio en la ciudad de Éfeso, Presidido por San Cirilo, en la ciudad donde había vivido la misma Santísima Virgen, junto a San Juan. La multitud de fieles esperaba ansiosa escuchar la respuesta en favor del dogma mariano.
El concilio finalmente decretó que en Jesucristo hay dos naturalezas una humana y otra divina, y que hay solo una persona, así pues, María es madre de esa persona que es Dios y hombre.
El pueblo exultante de alegría partió en procesión hacia la Iglesia de Santa María al grito de: “¡Theotokos!” -Madre de Dios- a fin de festejar la sentencia de la maternidad divina.
Finalmente las doctrinas de Nestorio fueron declaradas contrarias a la Fe Católica.

  • Si en Jesús hubieran dos personas, (como afirmaba Nestorio) una persona humana y otra divina, su cuerpo al padecer en la cruz, lo haría en cuanto hombre y la redención no tendría sentido. Pues sólo Dios puede satisfacer con méritos infinitos la ofensa hecha a Dios Padre.
  • Como en Jesús hay solo una persona, la Virgen María es madre de esa persona que es Dios y hombre al mismo tiempo, por eso llamamos a María: Theotokos que significa Madre de Dios.
  • Si en Jesucristo no hubiese una sola persona -humana y divina-, no podría haber dicho a Felipe: “El que me ha visto, ha visto al Padre”.

lunes, 14 de mayo de 2012

OSADIA MATERNAL (CUENTO INFANTIL)


Repasando antiguas revistas, llegué a unas páginas ya amarillentas donde se contaba la historia de un pequeño condado perdido entre las montañas de Europa, que en medio de las turbulencias del siglo XVII se ufanaba de llevar décadas gozando la más perfecta paz.

Comienza el interesante rela­to contando cómo buena parte de la población se encontraba reunida en la majestuosa catedral. Era misa de domingo. Los vitrales filtraban en mil colores el sol veraniego. Llegado el momento oportuno, el viejo obispo leyó las intenciones de la misa; la última de ellas era siempre la misma:
  • Señor, aparta de los hogares de nuestro condado las calamidades de la guerra.

Una comadrona sentada en la primera fila murmuró entonces a su vecina:
  • ¿No te lo dije? Siempre repite la misma intención. ¡Qué exagerado!
El obispo, aunque entrado en años, conservaba el oído fino y contestó:
  • Muchos no dan el debido valor al don de la paz porque jamás conocieron los terribles sufrimientos de la guerra.
Sin embargo, estas sabias palabras no causaron mayor efecto en la numerosa asamblea reunida bajo las bóvedas de la gran catedral. Era gente que ya no sabía apreciar debidamente la paz que disfrutaba.
Una excepción a la indiferencia general era la condesa Alicia, que oía atentamente las palabras del obispo. Durante un duelo, tan común en esa época, había perdido cinco años atrás a su marido. Desde ese día, todo el amor de su corazón lo volcaba en el único hijo que la Providencia le había dado.
Consciente del dolor que causa la pérdida de un ser querido, estrechó al pequeño Gerardo junto a sí, mientras su mirada suplicante buscaba la imagen de María: “¡Oh Madre Santísima, aparta de nosotros el flagelo de la guerra! ¡Ya perdí a mi marido, que no pierda a mi hijo!”

Pasaron 15 años… ¡Ah, desdicha! Ni los temores de la afligida madre ni los insistentes ruegos del piadoso obispo fueron suficientes para alejar del condado el mal que ambos tanto temían.
La riqueza de la región y el descuido de sus habitantes alimentaron las esperanzas de un codicioso rey vecino por conseguir una conquista fácil y rentable. Así, cuando menos lo esperaban, se vieron obligados a empuñar las armas en defensa de su libertad y su tierra.
Antes del comienzo de las hostilidades, se celebró una última misa en la catedral, repleta como nadie recordaba haberla visto. En el primer banco estaba la condesa y a su lado Gerardo, convertido ahora en un gallardo oficial de imponente uniforme. Alicia no podía ocultar su dolor y aprensión. ¡Qué acierto demostraban las plegarias elevadas durante años por el anciano obispo!
Durante las semanas siguientes se libraron sangrientas batallas. Pero el Altísimo se compadeció de aquella gente y al poco tiempo se firmó un tratado de paz. Felizmente, el condado logró conservar intactas su autonomía y sus fronteras. ¡Pero a qué precio! Pocas, muy pocas eran las familias sin muertos que llorar.
La condesa Alicia estaba angustiada. Gerardo había escapado con vida, pero lo habían capturado y ahora llevaba una vida miserable en la mazmorra de una inexpugnable fortaleza enemiga.
Todos los días muy temprano la condesa iba a la iglesia, oía misa y luego se quedaba largas horas rezando frente a la imagen de la Virgen María. Sus lágrimas mojaban un pañuelo tras otro, y todos se emocionaban al ver tamaño dolor.
Además de las persistentes súplicas al Cielo, la noble dama envió varios emisarios al reino vecino con ventajosas propuestas a cambio de la libertad de su hijo. Todas fueron rechazadas.
Así pasaron casi dos años y la angustiada condesa, después de llorar y pensarlo mucho, tomó una osada resolución. Al amparo de la noche se dirigió a la catedral; pues sabía que a esa hora estaba vacía. Sólo la tenue luz de las velas votivas iluminaba aquí o allá las piedras seculares. Se arrodilló frente a la imagen de la Virgen y rezó esta oración:
  • Virgen Santa, durante todo este tiempo te rogué la liberación de mi hijo y tú no quisiste venir en ayuda de una madre desdichada. Pues bien, así como me quitaron a mi hijo, permitirás que yo tome ahora al tuyo y lo guarde como rehén. Prometo devolvértelo tan pronto como tenga al mío de nuevo en mis brazos, sano y salvo.
Una vez segura de que nadie la observaba, se acercó a la imagen, retiró de sus brazos al pequeño Niño Jesús, lo escondió bajo el manto y lo llevó a su castillo. Ahí lo envolvió en tejidos ricamente bordados y lo guardó en un cofre.
Mientras tanto, a muchos kilómetros de distancia, el infeliz Gerardo seguía prisionero en la mazmorra de la fortaleza. Cargaba su trágico destino con pesadumbre, cuando una súbita luz brilló con fuerza iluminando la celda: ¡era la propia Madre de Dios, resplandeciente de gloria y hermosura! A un suave gesto suyo las pesadas puertas del calabozo se abrieron de par en par. Con una mirada dulce y firme, la Reina del Cielo le dijo:
  • Joven conde, ahora eres libre. Ve a tu hogar y dile a tu madre que me devuelva a mi Hijo, ahora que le he restituido al suyo.
Extasiado, Gerardo se restregaba los ojos, creyendo estar soñando.
  • Pero… pero… ¡Señora!
La celestial visión se esfumó y la cárcel volvió a caer en la oscuridad. El joven Gerardo, con el alma en vilo, se escapó por los corredores. Sorprendido vio a todos los guardias en el suelo, presos de un sueño profundo y misterioso.
Tres días más tarde, poco después del almuerzo, la condesa Alicia escuchó un agitado vocerío en el gran salón de entrada. Sobresaltada, bajó deprisa y encontró una multitud de cortesanos, guardias y criados en torno a un personaje flaco, barbudo y andrajoso. Cuando giró hacia ella, ¡qué sorpresa!
  • ¡Ay, Dios! ¡Hijo, hijo mío querido!
Madre e hijo se estrecharon en un largo y tierno abrazo. Recompuesto de la primera emoción, Gerardo le dijo:
  • Madre, antes que nada es preci­so que cumplas con tu parte del trato.
Alicia comprendió inmediatamente ese mensaje. Para sorpresa de todos, subió a sus aposentos y trajo de vuelta, con lágrimas de alegría, al pequeño y divino cautivo que guardaba consigo.
Una singular procesión se encaminó entonces a la catedral, en donde, frente a una admirada multitud, la condesa fue a los pies de la Virgen Madre, esta vez para decirle:
  • ¡Celestial Señora, te agradezco que me hayas devuelto a mi hijo! Fiel a mi promesa, aquí traigo al tuyo.
Más que la victoria en una terrible guerra, la Virgen premió al condado con el precioso don de ese milagro que demuestra lo que pueden, ante el trono de Dios, el amor y la osadía de una madre. 

jueves, 10 de mayo de 2012

MARÍA Y LA FE DE UNA MAMÁ



Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti, en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija.

Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo... Pero no te entiendo.

Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida, te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez.

De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...

Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!

Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada... Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida... Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.

- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...

Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz.

No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea.

- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta

- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.

- Pues... que me alegro por ella.

- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús.

- No te entiendo, Madre

- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio, "habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies..." habiendo oído, hija mía, habiendo oído...

Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio, porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer.

Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel "habiendo oído". Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción. Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea.

¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro. 
¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!

De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...

Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....

Ella implora desde y hasta el fondo de su alma... Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza.

Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado... un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...

El milagro de la fe de una mamá...

Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:

- Madre, estoy viendo algo que antes no había visto...

- ¿Qué ves ahora, hija?

- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso. Jesús hace el milagro por la fe de la madre.

Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro la fe de la madre. Debes aprender a orar como ella.

- Enséñame, Madre, enséñame

- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante.

- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...

- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta... y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como "inútil" "para qué insistir"... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...

-¿Cómo es esto Madre?

Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...

Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín... y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...

Las oraciones de una mamá.

La fe de una mamá.

Te abrazo en silencio, Madre y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.



Autor: Susana Ratero | Fuente: Catholic.net

miércoles, 2 de mayo de 2012

Mensaje del 2 de mayo de 2012 en Medjugorje, Bosnia-Herzegovina




“Queridos hijos, con amor materno yo les pido: entréguenme sus manos, permitanme que yo los guie. Yo, como Madre, deseo salvarlos de la inquietud, de la desesperación y del exilio eterno. Mi Hijo, con su muerte en la cruz, ha demostrado cuanto los ama, se ha sacrificado a sí mismo por ustedes y por sus pecados. No rechacen su sacrificio y no renueven sus sufrimientos con sus pecados. No se cierren a ustedes mismos la puerta del Paraíso. Hijos míos, no pierdan tiempo. Nada es más importante que la unidad en mi Hijo. Yo los ayudaré, porque el Padre Celestial me envía, para que juntos podamos mostrar el camino de la gracia y de la salvación a cuantos no Lo conocen. No sean duros de corazón. Confíen en mí y adoren a mi Hijo. Hijos míos, no pueden estar sin pastores, que cada día estén en sus oraciones. ¡Les agradezco!"

martes, 1 de mayo de 2012

ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN A LA MILAGROSA


Postrado ante vuestro acatamiento, ¡Oh Virgen de la Medalla Milagrosa!, y después de saludaros en el augusto misterio de vuestra concepción sin mancha, os elijo, desde ahora para siempre, por mi Madre, Abogada, Reina y Señora de todas mis acciones y Protectora ante la majestad de Dios. Yo os prometo, virgen purísima, no olvidaros jamás, ni vuestro culto ni los intereses de vuestra gloria, a la vez que os prometo también promover en los que me rodean vuestro amor. Recibidme, Madre tierna, desde este momento y sed para mí el refugio en esta vida y el sostén a la hora de la muerte. Amén.

lunes, 30 de abril de 2012

Su nombre: María



María, cuyo Nombre cantan los cielos y la tierra, ¡bendita seas!...
¡Bendito sea el Nombre de María, Virgen y Madre!...

¿Por qué tributamos alabanzas tan especiales al Nombre de María? ¿Por qué el Nombre de María nos dice tanto? ¿Por qué repetimos sin más, sola ella, la palabra ¡MARIA!... 
Hemos oído tantas veces el Evangelio de la Anunciación en las Misas de la Virgen, que nos sabemos más que de memoria estas palabras: Y la Virgen se llamaba María.

El nombre de MARIA, junto con el Nombre adorable de Jesús, es lo más entrañable que tenemos metido en nuestras almas. ¿Será preciso desatarnos ahora en alabanzas al Nombre de María? 
Porque podríamos hacerlo con el romanticismo cariñoso de años atrás, cuando tenía éxito seguro el canto con una letra como ésta: 
Es más dulce tu nombre, María, que el arrullo de tierna paloma, es más suave que el plácido aroma que en su cáliz encierra la flor... 

Y muchos cantos por el estilo, hoy pasados totalmente de moda, y que casi nos excitan un poquito la hilaridad y nos arrancan una sonrisa compasiva con los soñadores de años atrás... 

Nosotros, sin dejar los encantos de una piedad mariana así de soñadora y tierna, lo miramos desde otra perspectiva, y nos preguntamos: ¿Qué significa para María su nombre? ¿Qué significa, sobre todo, para nosotros?..

Dejemos a los estudiosos de la Biblia que se entretengan desentrañando las raíces de un nombre tan hermoso. María, como ya se llamó la hermana de Moisés, era un nombre muy común de mujer en Israel cuando los tiempos de Jesús. Y nos dicen los filólogos que puede significar hermosa, señora, princesa, excelsa, encumbrada, y no sé cuántas cosas más, a cada cual más bella y sugerente...

A poco que leamos la Biblia, sabemos que cuando Dios elegía a uno para una misión especial, Dios le escogía el nombre o le cambiaba el que ya tenía. Valga por todos los casos el de Simón. Jesús lo mira de hito en hito, y le dice: 

Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca yo edificaré mi Iglesia. 

María venía al mundo con la misión más alta, como era el ser La Madre de Dios, y, sin embargo, ni escoge ni le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARIA, el nombre que le pusieron sus padres. 

Ni tan siquiera ha triunfado el nombre aunque haya triunfado la realidad con que le llamó el Angel: La Agraciada, La Llena de Gracia, la colmada con todos los dones y gracias de Dios... 

¿Pero, qué ha hecho la piedad cristiana? Le ha dado tantos nombres a la Virgen, que ya no sabemos ni con cuál llamarla. 

Y la llamamos con el nombre de los misterios de su vida: Inmaculada, Concepción, Natividad, Purificación, Presentación, Anunciación, Encarnación, Soledad, Dolores, Asunción... 

Y la llamamos con el nombe de sus advocaciones: Carmen, Mercedes, Rosario, Socorro, Patrocinio, Auxiliadora, Con-suelo... 

Y la llamamos con el nombre de sus santuarios y apariciones: Loreto, Lourdes, Fátima, Pilar, Guadalupe, Montserrat, Luján, Aparecida, Begoña, Nuria...

Y sigamos y sigamos contando, porque la llamamos también con nombres locales nuestros, tan queridos: Marielos, Suyapa, María Paz...Y cada una de nuestras Repúblicas nos dictaría una lista bien interesante. 

Todos ellos son el mismo Nombre de María, pero desdoblado, como la luz en el prisma, tal como lo siente y vive nuestra devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra.

Más importante es, sin embargo, la invocación constante que hacemos del Nombre de María. 

Las veces que la llamamos con gritos del corazón. 
Las veces que nos dirigimos a Ella, diciéndole sólo ¡MARIA! Que unas veces es un grito de júbilo. O un grito de amor. O un grito de auxilio. 

Porque ¡María! es un grito que se acomoda a todos los sentimientos de nuestro corazón y a todas las situaciones de nuestra vida. 
¿Cómo responde María a nuestro saludo, cuando pronunciamos su Nombre? Nadie nos lo ha dicho, pero no necesitamos mucha imaginación para suponerlo... ¡Con qué ojos y con qué sonrisa que nos debe mirar! ¡Con qué cariño que se debe volcar sobre nosotros!... 

Como lo hiciera un día con San Bernardo, el monje que pasa como el mayor devoto de María. Cuando caminaba por los claustros de su monasterio, al pasar delante de una imagen de la Virgen le inclinaba la cabeza y la saludaba: ¡Salve, María!. Y así siempre. Hasta que un día ve cómo la imagen se anima, y responde muy educada al saludo: ¡Salve, Bernardo!...

Valdría la pena seguir, ¿verdad?... Pues, aquí nos vamos a quedar hoy. Dándole a Ella el gusto de recordarle su Nombre: y el nombre de la Virgen era María. 
Aquí nos quedamos, saboreando la miel que destila en nuestra boca el dulce Nombre de María. Y afinamos el oído, a ver si oímos su respuesta, y nos contesta también: ¡Salve, Chelita! ¡Salve, Javier! ¡Salve, Manolo! ¡Salve, Lineth!....



Autor: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net

jueves, 26 de abril de 2012

Mensaje del 25 de abril de 2012 en Medjugorje, Bosnia-Herzegovina


“¡Queridos hijos! También hoy los invito a la oración y a que su corazón, hijitos, se abra a Dios como una flor hacia el calor del sol. Yo estoy con ustedes e intercedo por todos ustedes. Gracias por haber respondido a mi llamado.”
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