En la última aparición, octubre de 1917, la Virgen María dijo por fin su nombre: “Soy la Señora del Rosario”, y volvió a insistir en su recomendación: “Sigan rezando el rosario todos los días".

sábado, 2 de abril de 2011

Es Madre de Jesús y nuestra

María es toda de Jesús por derecho, y toda de nosotros por regalo. Pero es toda nuestra y, por tanto aquí, no pensemos que robamos, porque nos la han dado. No pensemos que somos demasiado pecadores, demasiado indignos, para tenerla como madre, porque, a pesar de que eso es cierto, también es cierto que ella es madre nuestra. No nos puedes ver separados de Jesús, como hijos añadidos, sino injertados en su sangre y en la tuya. Por lo tanto, la seriedad con la que una madre ve a su hijo, como su hijo, queda muy lejos de la seriedad, la profundidad y el amor con que nos ve María Santísima a cada uno de nosotros: somos más hijos de ella que de nuestra propia madre de la tierra

La ingratitud con Dios es terrible porque se ofende al Amor con mayúscula. Se desprecia un amor eterno, un amor divino, un amor maravilloso y totalmente gratuito. De una manera semejante, olvidar, despreciar, el amor de una madre tan grande, es una ingratitud terrible. Pero, siendo los sacerdotes hijos predilectos de María Santísima, nuestra ingratitud adquiere unas dimensiones mucho más grandes. Es terrible que un cristiano cualquiera no ame a la Santísima Virgen, no confíe en Ella, pero que un sacerdote, que es otro Jesús, otro Cristo, desprecie, olvide, no ame, no confíe inmensamente en la Santísima Virgen, es un pecado de ingratitud muy grave, muy triste.

“Los pecados que ofenden a Dios lastiman tu corazón porque hieren el corazón de tu hijo y hacen un daño terrible a tus hijos”. “Cómo tengo que decirte esto, Madre: te he llevado pocas flores hasta el día de hoy”.

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