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martes, 10 de mayo de 2011
EL MISTERIO DE LA HUMANIDAD MADRE Y ESPOSA DE DIOS
Si los católicos designan gustosamente a María como la Santa Virgen, los cristianos de Oriente la llaman La Madre de Dios o, en griego, la Théotokos. Esta diferencia no ilustra la separación entre la Iglesia católica de tradición latina y la Iglesia de Oriente de tradición griega; separación o cisma que, como se sabe, se hizo oficial en 1054. Esta diferencia caracteriza más bien a mentalidades y historias específicas de las que son testimonio ciertas formulaciones sobre el lugar y al papel de María en la economía divina. Nos fundaremos sobre la expresión dogmática de la fe y sobre los testimonios patrísticos de la vida espiritual que le es profundamente ligada para iluminar el lugar de María en la espiritualidad ortodoxa.
En el origen del nombre Madre de Dios, hay un debate que nos lleva a una cuestión cristológica que fue decisiva. El enunciado de la fe cristiana ha conocido un período de intensa reflexión en el transcurso de los siglos IV y V. Los debates teológicos han concurrido en la elaboración y en la maduración del pensamiento cristiano. Tras las controversias del siglo IV (arrianos en particular) que decidieron el emperador Constantino a convocar el primer concilio ecuménico de la historia cristiana en Nicea en el 325, un debate centrado sobre la persona de Cristo agitó el siglo IV. ¿Cómo comprender la Encarnación? ¿Hay dos personas en el Cristo Dios y hombre? Esta crisis es llamada nestoriana, por el nombre de Nestorio, obispo de Constantinopla. Este último oponía los aspectos, humano y divino, de la persona de Cristo. Esta dualidad conllevaba lógicamente que María era solamente la madre del hombre Jesús (Christotokos, la madre de Cristo); ella no podía por consiguiente ser llamada Madre de Dios. Frente a Nestorio, Cirilo, obispo de Alejandría sostenido por el papa Celestino primero, afirmaba la unidad del Verbo encarnado y obtuvo la convocatoria del concilio de Efeso en 431 (III concilio ecuménico). El concilio condenó la doctrina de Nestorius. María fue proclamada "madre del Hijo, consubstancial al Padre" y no del Cristo-hombre como lo querían Nestorio y sus partidarios. Dos años más tarde, en el 433, en un texto llamado a veces "Símbolo de Efeso", Cirilo y su adversario Juan de Antioquía se pusieron de acuerdo en una formulación común: en Cristo, las dos naturalezas, humana y divina, están unidas sin confusión. María es bien la Theotokos. Aquellos que rechazan en María esta cualidad no son verdaderos cristianos, ya que ellos se oponen al dogma de la Encarnación del Verbo.
En su libro La fe ortodoxa (libro III, cap. 12), san Juan Damasceno (675-749), uno de los doctores de la teología marial, resume lo esencial de la fe en la Santa Virgen Madre de Dios:
«Proclamamos a la Santa Virgen propiamente y verdaderamente Madre de Dios (...) ya que la Santa Virgen no ha engendrado un simple hombre, sino al Dios verdadero; no desnudo, sino vestido de carne; no como un cuerpo descendido del cielo y transitado por ella como un canal, sino tomando de ella una carne consubstancial a la nuestra (...) Ya que si este cuerpo hubiera venido del cielo y no viniera de nuestra naturaleza, ¿qué necesidad habría de su descendimiento en el hombre?.»
Este pasaje subraya que la obra salvífica y liberadora de la Encarnación reposa en la realidad del nacimiento de Dios el Verbo en un cuerpo humano. Pero escuchemos la continuación:
«La in-hominización del Verbo de Dios ha venido para que esta misma naturaleza pecadora, caída y corrompida, venza el tirano que nos ha engañado...»
El paralelismo entre las dos Evas, que se remonta al siglo II en el filósofo apologista Justino (v. 100–165) ha sido desarrollado por Ireneo de Lyon (130–208). En su célebre obra Contra las herejías (III, 22,4), este último precisa:
«Por lo mismo que Eva, desobedeciendo, devino causa de muerte para ella misma y para todo el género humano, por lo mismo María, teniendo como esposo a aquel que le había sido destinado desde antes, y sin embargo virgen, devino, obedeciendo, causa de salvación para ella misma y para todo el género humano (...) El nudo de la desobediencia de Eva ha sido desanudado por la obediencia de María, ya que la Virgen Eva había atado por su incredulidad, la Virgen María lo ha desanudado por su fe.»
En el siglo XI, Michel Psellos, humanista bizantino, retoma este tema de una manera gráfica:
«Hasta la Virgen, nuestra raza ha heredado la maldición de la primera madre. Después el dique ha sido construido contra el torrente y la Virgen Santa ha devenido la muralla que paró el diluvio de males (1).»
Con la nueva Eva, se abre un nuevo eón, el de la reconciliación. María deviene la Madre de todos los vivos, Eva perfeccionada. Ella es el icono de la Iglesia que recibe el Verbo de Dios por el arrepentimiento. En María, la Iglesia tiene su hipóstasis propia y creada, su perfección se ha realizado ya en una persona humana plenamente unida a Dios, encontrándose más allá de la Resurrección y del Juicio (2). Sin Jesucristo, nuevo Adán, no hay unión posible entre Dios y el hombre; sin María, la humanidad no sería ni salvada ni deificada. El Verbo de Dios se ha vuelto verdaderamente hombre viniendo de una mujer (Ga. 4,4). «A causa de El (Dios) tu has venido a la vida, a causa de El tu servirás a la salvación universal, para que el antiguo designio de Dios, que es la Encarnación del Verbo y nuestra divinización, se realice (3)».
La madre de Dios, la "sierva del Señor" es una criatura privilegiada desde antes de su nacimiento. Según el Protoevangelio de Santiago (4), apócrifo del siglo II considerado como una fuente auténtica por Clemente de Alejandría (140–220) o también por Orígenes (185–253), la Virgen ha nacido de una pareja de Justos, Joaquín y Ana. Ultima flor del tallo de Jessé (Is. 11,1), fue llevada por sus padres, a la edad de tres años, al Templo de Jerusalén, el lugar de la Presencia divina (la fiesta de la Presentación de María en el Templo es celebrada en la Iglesia ortodoxa el 21 de noviembre). María es elegida y no predeterminada como lo recuerda también san Juan Damasceno (5). Hija del pueblo elegido, no está ella desligada de la humanidad caída; criatura humana, aunque santificada desde antes de su nacimiento y magnificada bajo la mirada de Dios, ella no está exempta de pecado. La Iglesia ortodoxa no admite la noción de exención planteado por el dogma romano de la Inmaculada Concepción proclamado por el papa Pío IX en 1854 (Bula Ineffabilis Deus). Este privilegio corta a María de sus raíces humanas, disminuye su grandeza natural, su libertad personal, su papel en la salvación del hombre, y debilita la acción salvadora del Verbo por de su encarnación. María es el símbolo vivo de la humanidad frente a su Padre divino.
María concibe al hijo porque en ella y sobre ella reposa el Espíritu Santo que participa en la Encarnación. En el Símbolo de la fe, los fieles proclaman:
«Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre por quien todo fue hecho, que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, descendió de los cielos, se encarnó del Espíritu Santo y de María la Virgen y se hizo hombre...»
La Encarnación es la obra de dos hipóstasis divinas: enviado al mundo por el Padre, el Hijo se encarna como Persona mientras que el Espíritu Santo participa en la Encarnación a través de la carne que El santifica, haciendo de María el cielo terrestre. «En el tiempo de la Encarnación –dice el teólogo contemporáneo Boris Bobrinskoy– el Espíritu santo es el "Espíritu de la Encarnación", Aquel en quien y por quien el Verbo de Dios hace irrupción en la historia, Aquel que Le prepara un cuerpo humano, templo de la divinidad del Verbo» (6).
Lo que Dios realiza en María, de una manera única y perfecta, él desea realizarlo para todos los hombres. Juan Damasceno, que hemos citado más arriba, afirma que el nombre de Théotokos contiene todo el misterio de la economía divina. En Cristo, Dios perfecto y hombre perfecto, lo que significa para esta naturaleza «todo lo que tenía Adán, salvo el pecado», nuestra curación está ofrecida. Más allá de esta curación que consiste en volver a ser verdaderamente hombre, Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios (7). El «si» de María a la concepción del Hijo de Dios y Salvador, es el «si» de la humanidad a su liberación y a la realización del plan divino. La humanidad, es el Adán total en el cual nosotros somos todos Uno, es por eso Gregorio de Niza (330–395), uno de los tres grandes Capadocios, afirma: «Decir que hay varios hombres es un abuso ordinario del lenguaje... Hay ciertamente una pluralidad que comparten la misma naturaleza humana... pero, a través de todos ellos, el hombre es uno...» (8). Jesucristo se nombre el "Hijo del Hombre", él es el Hijo interior de la Adan-humanidad. María es el único ser humano que haya realizado en ella el Adán total, la única que haya dado nacimiento en ella y en el Adán total al Hijo. La único Esposo del hombre, femenino con relación a Dios, es Dios. (9)
En el siglo III, el gran maestro de la escuela de Alejandría que fue Orígenes (185-253) profesó la mística de la virginidad. El movimiento ascético del siglo IV dará a sus puntos de vista un gran vuelo. Orígenes fue uno de los principales creadores del lenguaje místico, la posteridad ha retenido en particular el tema del matrimonio místico. La unión de Cristo y de la Iglesia y la unión del Verbo con el alma son inseparables. Ellos presentan el aspecto colectivo y el aspecto individual de una misma realidad: la una se realiza por la otra y Orígenes pasa de la una a la otra sin transición en su Comentario al Cantar de los Cantares. El ha encontrado la interpretación eclesial de la esposa en la tradición de los dos Testamentos (10), pero parece ser el iniciador de la interpretación individual. En el fondo, cuanto más el alma individual es esposa, más la Iglesia es esposa. Por otra parte, el nacimiento terrestre de Jesús no produce su fruto de salvación que si el Cristo nace espiritualmente en cada uno de sus fieles:
«¿De que me sirve decir que Jesús ha venido solamente en la carne que ha recibido de María, si yo no muestro que él ha venido también en mi carne?» (11).
Esta exhortación bajo forma de pregunta ha conocido desarrollos en numerosos espirituales de los siglos siguientes. Así, en el siglo IV, el Capadocio Gregorio de Nisa (330-395), hermano Basilio, autor de un Tratado de la virginidad, dice:
«Lo que se realizó corporalmente en María la inmaculada... esto se realizó también en toda alma que permanece virgen según la razón» (12).
Pero los desarrollos espirituales son particularmente imponentes en Máximo el Confesor (580–662):
«El Verbo de Dios, nacido una vez por todas según la carne, quiere siempre, por amor del hombre, nacer según el Espíritu en aquellos que lo desean. El se hace niño, formándose él mismo en ellos por las virtudes...» (13)
En su interpretación del Padre Nuestro precisa:
«El Cristo nace siempre misteriosamente, encarnándose a través de aquellos que él salva: él hace del alma que le da a luz una madre virgen, la cual no lleva, para decirlo en una palabra, como en la relación entre macho y hembra, las marcas de la naturaleza sometida a la corrupción y a la generación» (14).
Por la fe, aquel que deviene cristiano y es bautizado se beneficia de la presencia activa del Espíritu Santo, accede por El a una filiación y a una divinización potencial. La gracia bautismal debe crecer y fructificar. En una proceso sinérgico, el hombre colabora en su salvación entregándose a la ascesis y a la práctica de las virtudes (praktikè), con el fin de acceder, liberada el alma de las pasiones, a la contemplación (théoria) y a la unión.
San Máximo sostiene que la fe unida a la practica de las virtudes engendra el Verbo en el alma:
«La Madre del Verbo es la verdad, la fe pura y sin mácula, ella que El había hecho madre aceptando por amor del hombre el nacer en tanto que hombre. Así en nosotros el Verbo crea en primer lugar la fe, a continuación deviene hijo de esta fe en nosotros, "incorporado" de ella por la práctica de las virtudes». (15)
María no es solamente la mediadora de la salvación, la que intercede por las salvación de las almas, la puerta del cielo o la escala mística de Jacob (Gn 28,12), entre las numerosas cualidades cantadas en los textos litúrgicos, ella es nuestra iniciadora y nuestro modelo. Muchos espirituales atribuyen sus progresos a la intercesión de la Madre de Dios. El célebre San Siluano (1866–1938), monje del Monte Athos o de la Santa Montaña (Hagion Oros), sobrenombrado el "jardín de la Virgen", confiesa en uno de sus escritos: «Todavía joven novicio, oraba un día ante el icono de la Madre de Dios, y la "oración de Jesús" entró en mi corazón donde comenzó a ser pronunciada por si misma, sin esfuerzo por mi parte». (16)
Aquel que ora a la Madre de Dios es conducido por ella al amor que ella lleva, a Dios hecho hombre. El monje ruso Serafín de Sarov (1759–1833), testigo de la luz increada, recomienda hacer antes del mediodía la oración de Jesús: «Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mi pecador», y dirigirse después del mediodía a la Virgen María: «Santa Madre de Dios, sálvame pecador».
María inicia a la oración de Jesús, vía de oración cuya tradición permanece todavía viva en el mundo ortodoxo, tanto en los sacerdotes como en los laicos, y más allá del mundo ortodoxo desde hace algunas decenas de años. Para los fieles, es por la oración de Jesús, la invocación-recuerdo continuo del santo Nombre del Salvador en el corazón, como se purifica el alma y la inteligencia (noùs), como se hace humilde y disponible a la recepción del don del Espíritu Santo.
La oración del corazón está ligada al método de oración hesicasta, del griego hesychia, que puede traducirse por quietud, paz interior o recogimiento. San Juan Climaco (klimax significa escala en griego), higumeno del monasterio de Santa Caterina del Monte Sinaí, en los siglos VI y VII, definió el hesicasmo ligando por primera vez los tres términos siguientes: memoria de Jesús, dominio del aliento y hesyquia. En el vigésimo séptimo grado de su libro la Escala Santa, el exhorta a su lector:
«Que el recuerdo de Jesús sea uno con tu aliento y entonces tu conocerá la utilidad de la hesiquia... ya que la hesiquia es un culto y una presencia en Dios continuos»
Según Juan, el hesicasmo requiere el silencio, la soledad, un espacio restringido. Un apotegma de los Padres del desierto (siglo IV) relata la respuesta de un Padre espiritual (Abba) a aquel que le pregunta sobre la utilidad de la hesiquia. El abba dice que aquel que vive en el recogimiento tiene necesidad de tres obras: el temor continuo de Dios, implorar con perseveranza y que su corazón no se relaje del recuerdo de Dios». (17)
La Madre de Dios fue la primera persona humana en pronunciar el divino nombre de Jesús, «nombre por encima de todo nombre, a fin de que en nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y bajo tierra» (Fil. 2 9–11), que le fue revelado por el arcángel Gabriel (Luc. 1,31). A propósito de esta oración del Nombre, dos monjes hagioritas (de Hagion Oros, la santa montaña del Athos) del siglo XIV, Calisto e Ignacio Xanthopouloi, cuyos escritos están recogidos en la Filocalia, antología de textos ascéticos y místicos del siglo IV al XIV, prestan esta cita a san Juan Crisostomo (354–407): «Persevera sin descanso en el nombre del Señor Jesús, con el fin de que el corazón absorba al Señor, que el Señor absorba al corazón, y que los dos se hagan uno».
Ante el icono de la Virgen orante o Virgen del Signo (Is. 7, 13–14), aquella que es más vasta que los Cielos porque contiene a Aquel que los ha creado, nosotros vemos lo que todos nosotros estamos llamados a realizar. Nuestra alma oscurecida y confusa por las pasiones puede y debe volverse virgen para ser digna de la unión con el Esposo divino. Que seamos hombre o mujer, debemos considerarnos como una esposa. Cada uno de entre nosotros puede devenir una "micro-iglesia", una pequeña iglesia, un templo del Espíritu Santo, un icono de la Madre de Dios. Jesús es el "camino" y la "puerta", María es la primera, ella se adelanta a la humanidad. Cada uno es llamado a seguir a aquella que es una hagiofanía, la santidad personalizada. Esto, hasta su nacimiento en el cielo, designado por el nombre de Dormición (Koimesis).
En verdad, no se sabe nada de la muerte de María, ni la fecha, ni el lugar. Si se exceptúa el "signo" de la Mujer y del dragón, que es objeto del capítulo 12 del Apocalipsis, donde es permitido el reconocer una imagen del destino final de la madre del Mesías, el Nuevo Testamento no contiene alusión a la Asunción de la Virgen. Esta aparece en la historia bajo la cobertura de tradiciones apócrifas (18). Un texto atribuido a Meliton de Sardes (siglo II), el Transitus, describe una tumba nueva, al Oriente de Jerusalén: en la entrada del valle de Getsemaní, donde Pedro, siguiendo ordenes de Jesús, habría depositado el cuerpo y no el cadáver. En efecto, muy pronto se impuso el hecho de que la corrupción no podía alcanzar a la que fue el receptáculo del Verbo encarnado, de ahí la expresión de Dormición. Las tres homilías sobre la Dormición compuestas en el siglo VII por Juan Damasceno son uno de los principales testimonios de la tradición según la cual la Madre de Dios fue elevada al cielo en alma y cuerpo. (19)
«¡Oh, el incomparable pasaje, que te vale la gracia de emigrar hacia Dios! Ya que si esta gracia es dada por Dios a todos los servidores que tienen su espíritu –ya que ella les es donada, la fe nos lo enseña–, de todas maneras la diferencia es infinita entre los esclavos de Dios y su Madre. Entonces ¿como llamaremos nosotros a este misterio que se cumple en ti? ¿una muerte?. Pero si, como lo quiere la naturaleza, tu alma toda santa y bienaventurada es separada de tu cuerpo bendito e inmaculado, y si este cuerpo es liberado a la tumba siguiendo la ley común, sin embargo él no permanece en la muerte y no es destruido por la corrupción. Para aquella cuya virginidad ha permanecido intacta en el alumbramiento, al comienzo de esta vida, el cuerpo se ha mantenido sin descomposición, y situado en una morada mejor y más divina, fuera del alcance de la muerte, y capaz de durar por toda la infinidad de los siglos». (I, 10)
María entrada en la gloria, al lado de su Hijo, ejerce su papel de intercesión universal.
¿Es posible sacar conclusiones? A la luz de los Padres, diremos que María, es la humanidad, es la Creación misma que realiza su vocación: traer al mundo a su creador para ser desposada por El y unida a El sin confusión. De san Gregorio Pálamas (1296–1359), teólogo de la visión de la luz increada y defensor de los monjes hesicastas, relatamos esta última cita:
«Queriendo crear una imagen de la belleza absoluta y manifestar claramente a los ángeles y a los hombres la potencia de su arte, Dios ha hecho verdaderamente a María totalmente bella. El ha reunido en Ella las bellezas parciales que El ha distribuido a las otras criaturas y la ha constituido como el común ornamento de todos los seres visibles e invisibles; o mejor, ha hecho de Ella como una mezcla de todas las perfecciones divinas, angélicas y humanas, una belleza sublime embelleciendo los dos mundos, elevándose de la tierra hasta el cielo y sobrepasando incluso este último». (20)
Es tiempo de volver al silencio, «misterio del mundo por venir» según Isaac el Sirio (siglo VII), para el honrar a aquella que es «mas venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines». (21)
*Herri-Pierre RINCKEL * * * * * * * * *
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Madre de Dios y Madre nuestra ruega ante tu adorado hijo por el perdón de nuestros pecados, Virgencita no nos sueltes de tu mano poderosa y cúbrenos siempre con tu manto, te pido por la salvación del mundo entero y la conversión de todo los pecadores. Bendice y protege a mis hijos en todo momento amen.
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