Autor: María Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
Cuarenta largos y extraordinarios días han trascurrido, Madre querida, desde el glorioso Domingo de Pascua.
Durante este tiempo, tu humilde corazón de madre repasó una y otra vez
sus tesoros escondidos. En ése volver del alma cada acontecimiento
vivido cobra ahora, sentido diferente. Pero tú, dulce Madre, a pesar
de ser la elegida, la llena de gracia, la saludada por los ángeles y por
los creyentes, tú no quieres brillar por esos días, pues Aquél cuya luz
es inextinguible aún debe terminar la labor por la que había bajado del
cielo a habitar en tu purísimo vientre. Por eso te mantienes casi
oculta, limitándote a ser una presencia orante en la Iglesia naciente.
Así te encuentro en los Evangelios, pero... necesito que me cuentes,
Señora, lo que ha sido para ti el día de la Ascensión.
Y cierro los ojos tratando de imaginar tu rostro,
tu mirada, tu voz serena que me responde al alma.
- El día
de la Ascensión fue el final ansiado, presentido, mas nunca totalmente
imaginado por mí, de la historia de amor más bella que jamás haya
existido. Una historia de amor que comenzó un día, ya lejano, y al mismo
tiempo tan cercano, en Nazaret. Una historia que trascurrió durante
treinta años, en el silencio y sumisión a mi amor materno, de Aquél por
quien el mundo debía salvarse.
- ¡Ah, Señora!, en esa
sumisión a ti Jesús glorificó grandemente al Padre, por ello es que tus
hijos glorificamos al Padre sometiéndonos a ti (1).
Sonríes...
Tu mirada se pierde ahora en la lejanía.
- Como
te decía, la Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa,
camino y esperanza... por esos días Jesús
se aparecía a sus amigos y les daba, con la fuerza extraordinaria de
quien es la Verdad, los últimos consejos, las últimas recomendaciones, y
les regalaba al alma, las más hermosas promesas.
Recuerdo
claramente el día de su partida... era casi mediodía, el sol brillaba
con fuerza, y hasta casi con alegría. Mi Hijo caminaba cerca de Betania
con sus amigos, les pedía que fuesen hasta los confines de la tierra
enseñando su Palabra. Su voz sonaba segura, serena, protectora,
especialmente cuando les entregó aquella promesa que sería luego
manantial de fe y esperanza para tantos hijos de mi alma...” Yo estaré
siempre con ustedes hasta el fin del mundo”
Yo presentía la
partida... y Él sabía que necesitaba abrazarlo... como cuando era
pequeño, como cuando le hallamos en el Templo, luego de aquella lejana
angustia. Él lo sabía y vino
hasta mí, me miró con ternura infinita y me abrazó fuerte, muy fuerte, y
susurró a mis oídos...:
- Gracias Madre, gracias... gracias por tu entrega generosa, por tu confianza sin límites, por tu humildad ejemplar... gracias.
Cuando se alejaba ya de mí se acercó Juan, el discípulo a quien Jesús amaba mucho. Entonces el Maestro le dijo, mirándome:
- Cuídala Juan, cuídala y hónrala... protégela y escúchala. Ella será
para ti, y para todos, camino corto, seguro y cierto hasta mi corazón.
Hónrala Juan, pues haciéndolo... me honras.
- Lo haré, Maestro, lo haré...- contestó Juan desde lo más profundo de su corazón.
Jesús y Juan volvieron con los demás. En ese momento mi Hijo, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se
separó de ellos y subió al cielo ante sus ojos y una nube comenzó a cubrirlo, delicadamente.
Los apóstoles se arrodillaron ante Él.
Mientras yo levantaba mi mano en señal de despedida y mis ojos se
llenaban de lágrimas, sentí que me miraba... y su mirada me hablaba...
- ¿Qué te decía, Señora? ¿Qué te decía Jesús mientras partía?
- “Espérame, Madre, enviaré por ti... espérame...”
Ay! Hija mía, mi corazón rebosaba de gozo. En tanto los amigos de Jesús
miraban fijamente al cielo, como extasiados. En ese momento se
acercaron a ellos dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “
Hombres de Galilea, ¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les
ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que
lo han
visto partir”( Hch 1,11)
Los hombres tardaron un rato en reaccionar, luego, uno a uno, se fueron acercando a mí.
- Debemos volver a Jerusalén, tal como Él lo pidió- dijo Pedro, quien
sentía que debía velar por esa Iglesia naciente, hasta en el más mínimo
detalle.
Los demás asintieron. Volvimos y subimos a la
habitación superior de la casa. Nos sentamos todos. Pedro comenzó a
recitar, emocionado, la oración que Jesús nos enseñó, al finalizar dijo:
- Hermanos, permanezcamos en oración hasta que llegue el día en que,
según la promesa de Cristo, seamos bautizados con el Espíritu Santo.
Yo me retiré a prepararles algo para comer. Juan se acercó y me abrazó
largamente. Yo sentía que comenzaba a amarlos como a mis hijos... me
sentía madre... intensamente
madre... y nacía en mí una necesidad imperiosa de repetir a cada hijo
del alma, aquellas palabras que pronunciara en Caná de Galilea:
“...Hagan todo lo que él les diga”( Jn 2,5)
Así nos quedamos, hija, nos quedamos todos esperando Pentecostés, la Iglesia primera, en una humilde casa de Jerusalén.
Espero haber contestado lo que tu alma me preguntó...
-Claro, Madre amada, claro que sí, como siempre, eres para tus hijos
modelo de virtud, camino seguro hacia Jesús... compañera y amiga . Una
vez más y millones de veces te lo diría, gracias, gracias por haber
aceptado ser nuestra mamá, gracias por ocuparte de cada detalle
relacionado a la salvación de nuestras almas, gracias por enseñarnos
como honrarte, porque haciéndolo, honramos a Jesús... gracias por
defendernos en el peligro... gracias por ser
compañera, compañera, compañera....
Ahora, Santa Madre, debes enseñarnos a esperar, adecuadamente, Pentecostés.
Amigos que leen estas líneas, María ansía entrar a sus corazones para
contarles las maravillas de Pentecostés... háganle sitio... es la mejor
decisión que pueden tomar... no lo duden jamás...
___________________________
(1) San Luis María Grignon de Montfort “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” pag 94. Edit. Esin, S.A. -1999
NOTA
"Estos
relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi
imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído.
Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de
revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla
de "Cerrar los ojos
y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la
imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."
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jueves, 23 de junio de 2011
Con María, recordando la Ascensión
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