Aquí te espero, Señora mía, en este punto de mi vida y unos días antes
de Pentecostés para que tú, Madre querida, me enseñes, me expliques, me
acompañes a recibir al que nos ha prometido Jesús...
Quiero
encontrarte hoy Señora, mas, ¿dónde te busco?... mi alma comienza a
susurrarte amorosamente un Ave María: Dios te salve, María, llena eres
de gracia, el Señor es contigo... Sí, Madre, el Señor es contigo y eres
llena de gracia... llena de gracia, esa gracia que enamora al mismo
Dios, y ha sido sembrada en tu alma por el Espíritu Santo... tú le
conoces bien, Señora, háblanos de El...
Y mi corazón te busca, y tú, siempre atenta, te llegas a mi alma y a mis sueños y me cuentas... me enseñas... me amas...
-
Hija querida, para que tu corazón entienda lo que significa
albergar al Espíritu Santo, lo primero y mas necesario es que sea un
corazón de puertas abiertas... un corazón que espera, un corazón que
confía mas allá de los límites, un corazón que pide a Jesús a cada
instante "Señor, aumenta mi fe"...
- Es bien cierto Señora,
tú has hallado gracia delante de Dios por tu oración silenciosa,
perseverante, confiadísima, y por tus virtudes, delicadamente sembradas
en el alma de quien debía recibir al Salvador del mundo, y aceptadas por
ti con alegría, y vividas con fe, no como carga u obligación, sino como
signo de amor... Señora, tú conoces bien al Espíritu... no en vano la
Iglesia nos dice que eres su fiel esposa...
- Así es hija, el Espíritu llego a mí el día de la Encarnación como propuesta de amor... Y me inundó el alma... mi vida no
fue la misma a partir de aquel día, es que las personas ya no son las mismas luego que El entra en sus almas...
-
¿Cómo es esto, Señora? ¿Cómo sabemos que El ha llegado a nuestra alma?,
lo sabemos por fe, sí, que lo hemos recibido en el Bautismo y en la
Confirmación, pero... ¿como nos damos cuenta en nuestra vida diaria, en
la rutina, de que nos estamos dejando guiar por El o si hacemos oídos
sordos a sus consejos, a las santas inclinaciones que sugiere a nuestra
alma?
- No eres la primera que me hace esta pregunta... Hace
ya tiempo me la hizo Tomas... sí, Tomas, el Mellizo, el Apóstol, el que
no había creído cuando Jesús se presentó a sus compañeros..., pero ven,
vamos a Jerusalén, así lo ves por ti misma...
Mi corazón cierra los ojos al mundo y te sigue, es una sensación hermosa, seguirte,
adondequiera que vayas, seguirte, no hay camino más hermoso, María, no hay camino mas seguro...
Jerusalén
se presenta ante nuestros ojos quieto y sin ruido, apenas está por
salir el sol, uno que otro habitante va saliendo a sus diarias tareas,
entramos las dos a la ciudad sin ser vistas... Llegamos a una
construcción de dos plantas, que en nada se diferenciaba del resto de
las viviendas... Allí se reunían los Apóstoles y algunas mujeres...
Quizás era la misma casa en que se celebró la Ultima Cena, pero no quise
preguntar..., era demasiado fuerte toda la situación, preferí seguirte
sin preguntas...
Entraste, delicadamente, como entras en las
almas de los que te aman, te sigo..., era el día de Pentecostés, la
fiesta de la cosecha, la plenitud y la abundancia, habían transcurrido
50 días desde el Domingo de Pascua..., los Apóstoles estaban ya
reunidos en oración en el piso superior...Te dedicaste a prepararles
unos alimentos, te ayudé en lo poco que yo sabía, en realidad, solo
atinaba a mirarte, extasiada... Cuando todo estuvo listo, subiste a
alimentar a tus amigos, a tus hijos... y recordé como alimentas a todos
tus hijos, proporcionando a tus devotos todo lo necesario para el cuerpo
y el alma...
Los hombres habían hecho un alto en la oración y
agradecieron tu gesto maternal... Cuando bajaste, noté que te seguía
Tomas, el Mellizo... el hombre estaba un poco turbado y sus ojos
denotaban una gran preocupación...
Señora mía- te dijo, y su voz rebosaba de amor y respeto- necesito preguntaros algo...
Dime hijo, te escucho...
Señora,
bien sabes lo que me ha sucedido con el Maestro, cuando me negué a
creer en su Resurrección... cuando se presentó ante mí yo me
sentí avergonzado a causa de mi incredulidad y lo que más me dolió fue
la expresión de sus ojos cuando me dijo "En adelante no seas incrédulo
sino hombre de fe"... su mirada reflejaba dolor por mi falta de fe...
Señora, no quiero fallarle de nuevo al Maestro, Él nos dijo que nos
enviaría el Paráclito, el Espíritu Santo y yo... yo tengo miedo de no
reconocerlo... tu sabes, Madre...
Madre... la palabra revoloteaba
en el aire y lo perfumaba, sí Madre, Madre nuestra, Madre de la
Iglesia, Madre que escucha y aconseja, Madre que calma y consuela...
Madre
Tomas, hijo, no temas...-contestó la llena de gracia- no
temas... tu corazón debe tener abierta sus puertas al amor de Dios,
confiar... Él conoce tus debilidades, pero también conoce tu amor...
solo pide, hijo mío, solo pide a Dios luz para el alma, luz para tu
corazón, y el
Espíritu te dará todo lo que pides y más, mucho más...
¿Cómo lo reconoceré, Señora?
Porque El te dará la fuerza que necesites para cumplir la Voluntad de Dios...
¿Cómo sabré que es lo que Dios espera de mí?
Hijo,
lo que Dios espera de ti es que ames como Jesús te ama... el amor,
además de mandamiento es camino, y es mandamiento porque es camino...
ama, hijo, pero ama como Jesús te ama, con esa intensidad.... No esperes
realizar grandes milagros u obras para sentir que estás cumpliendo la
voluntad de Dios.... Se puede cumplir la voluntad del Padre en las cosas
más sencillas, y se puede desobedecer al Padre también en las cosas más
sencillas... La madre, cumple la voluntad de Dios amando, cuidando,
alimentando a sus hijos, siendo su amiga y serena consejera.... El
padre, cumple la
voluntad de Dios protegiendo a su familia, velando por su unidad, siendo
faro en las tormentas del alma, llevando calma y paz... un trabajador
cumple la voluntad de Dios siendo fiel en su labor, respetando a los
demás, buscando siempre la paz...
Tomas te miró con rostro
aliviado, te abrazó con infinita ternura y vi como gruesas lágrimas
surcaban el rostro del hombre... qué hermosa imagen me regalabas al
corazón, Madre querida, un hombre que se abraza a ti y puede llorar...
toda la angustia del alma, se transforma en lágrimas y caen sobre tu
manto... Y retornan al hombre hechas consejo y camino...
Subimos
nuevamente al piso superior, y Pedro comenzó nuevamente las oraciones...
De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de
viento, que llenó toda la casa, y aparecieron unas lenguas, como de
fuego, que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de
ellos... Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar
en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran...
Los
hombres estaban entre maravillados y emocionados, y comenzó a
escucharse el griterío de la gente que había llegado atraída por el
ruido del viento y se agolpaba fuera de la casa... Los Apóstoles bajaron
y se acercaron a las personas que allí estaban y comenzaron a proclamar
las maravillas de Dios en distintos idiomas, así, cada uno de los
presentes les escuchaba en su propia lengua nativa...
Tan opuesta
esta escena a la de la Torre de Babel, donde el orgullo de los hombres
provocó el nacimiento de las distintas lenguas y no podían entenderse...
aquí, gracias al Espíritu, las diferentes lenguas no eran obstáculo
para el mensaje, sino canal por el que llegar a todo hombre...
Tú, Señora
mía, te quedaste arriba... yo te pregunté, tímidamente...
¿Y ahora, Madre?
Pues,
acabas de presenciar el nacimiento de la Iglesia... Una Iglesia que
proclama el amor de Dios en toda lengua y a toda cultura... Una Iglesia
de puertas abiertas y corazón orante... una Iglesia que es cuerpo de
Cristo... y, como todo cuerpo, tiene muchos miembros...
Explícame esto, Señora...
Hija,
todos acaban de ser bautizados en el único Espíritu, y así lo serán los
que vayan creyendo el mensaje de Jesús... pero cada uno tiene un lugar
dentro del cuerpo Místico de Cristo... para que entiendas... un cuerpo
no es solo ojos, o manos, o pies, eso no seria un cuerpo, un cuerpo esta
formado por muchos miembros, unos mas notables, otros menos notables,
pero todos igualmente necesarios y dignos... algunas personas piensan
que porque no es evidente en ellos alguna
habilidad especial, no pueden encontrar la voluntad de Dios para ellos,
nada más lejos de la realidad... mira, no se trata de las cosas que se
hacen, sino del amor con que se hacen.... Tiene mas mérito a los ojos de
Dios una mamá que sirve un plato de arroz a sus hijos con infinito amor
en la intimidad del hogar, que una persona que alimenta a diez solo
para que los demás vean su generosidad..., no se trata de las escalas
del mundo sino de las escalas de Dios ¿puedes entenderlo? Todos los
bautizados han recibido un don especial del Espíritu Santo... Encontrar
ese don, a veces dormido dentro del alma, es todo un esfuerzo, implica
idas y venidas en el interior de uno mismo, pero luego de la búsqueda y
del esfuerzo, el don despliega las alas... todas las personas son muy
capaces para algo, según los dones del Espíritu, algunos serán
favorecidos con el don de la sabiduría, otros de la inteligencia, otros
de la
fortaleza, otros del consejo, para otros habrá espíritu de ciencia y en
otros de piedad, y para otros habrá un santo temor de Dios..., pero
encontrar esos dones dentro del alma, supone un esfuerzo, nadie pretenda
descubrirlos mágicamente... además, luego de encontrarlos hay que
hacerlos dar fruto, pues recuerda lo que dijo Jesús "Al que tiene se le
dará más y al no tiene, aun lo poco que posee le será quitado" se
refería aquí a los dones del Espíritu...
Te acercas a mí, tu
mirada me da paz, mucha paz... bajamos, la gente se agolpa a la puerta
de la casa, salimos sin ser vistas... Un hombre reparó en ti y te
reconoció, se acercó y te dijo...
Señora... Señora...
Me
alejé para que hablaran solos... Cuando te retiraste, el hombre tenía la
mirada como iluminada, y una sonrisa llena de paz... Los primeros
devotos
tuyos, Señora, los primeros sencillos y fieles devotos...
Volvemos
juntas a mi realidad de todos los días... se acerca el domingo de
Pentecostés, quiero esperarlo en oración y con las puertas de mi corazón
abiertas, como tu me enseñaste... Debemos despedirnos...
-Gracias,
Madre -susurra mi alma sin ganas de dejarte- gracias... cada vez que mi
corazón te encuentra termina fortalecido, gracias...
- Nos vemos, querida, nos vemos en la misa de Pentecostés, te estaré esperando...
Vuelvo a mi realidad, mientras mi corazón te da el último abrazo y se despide de ti...
Tú
susurras algo, que no alcanzo a escuchar... Me quedo con la duda ¿Qué
dijiste María, que mi apuro no me dejó oír?... Un pensamiento me viene
al corazón, quizás dijiste..."Hija, algún día comprenderás que no
hay despedidas entre nosotras, que siempre estamos juntas, que siempre
estoy a tu lado, aunque muchas veces, tu angustia, tu soledad, tu
tristeza, no te permita verme"....
Amigo que lees estas
líneas... espero que tengas un hermoso domingo de Pentecostés... que tu
corazón se llene de fuerza para multiplicar los hermosos dones con que
el Espíritu ha adornado tu alma...
NOTA:
"Estos
relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi
imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído.
Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de
revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla
de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden
exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención
sobrenatural alguna."
Páginas

En la última aparición, octubre de 1917, la Virgen María dijo por fin su nombre: “Soy la Señora del Rosario”, y volvió a insistir en su recomendación: “Sigan rezando el rosario todos los días".
viernes, 1 de julio de 2011
jueves, 23 de junio de 2011
Con María, recordando la Ascensión
Autor: María Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
Cuarenta largos y extraordinarios días han trascurrido, Madre querida, desde el glorioso Domingo de Pascua.
Durante este tiempo, tu humilde corazón de madre repasó una y otra vez sus tesoros escondidos. En ése volver del alma cada acontecimiento vivido cobra ahora, sentido diferente. Pero tú, dulce Madre, a pesar de ser la elegida, la llena de gracia, la saludada por los ángeles y por los creyentes, tú no quieres brillar por esos días, pues Aquél cuya luz es inextinguible aún debe terminar la labor por la que había bajado del cielo a habitar en tu purísimo vientre. Por eso te mantienes casi oculta, limitándote a ser una presencia orante en la Iglesia naciente. Así te encuentro en los Evangelios, pero... necesito que me cuentes, Señora, lo que ha sido para ti el día de la Ascensión.
Y cierro los ojos tratando de imaginar tu rostro, tu mirada, tu voz serena que me responde al alma.
- El día de la Ascensión fue el final ansiado, presentido, mas nunca totalmente imaginado por mí, de la historia de amor más bella que jamás haya existido. Una historia de amor que comenzó un día, ya lejano, y al mismo tiempo tan cercano, en Nazaret. Una historia que trascurrió durante treinta años, en el silencio y sumisión a mi amor materno, de Aquél por quien el mundo debía salvarse.
- ¡Ah, Señora!, en esa sumisión a ti Jesús glorificó grandemente al Padre, por ello es que tus hijos glorificamos al Padre sometiéndonos a ti (1).
Sonríes...
Tu mirada se pierde ahora en la lejanía.
- Como te decía, la Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y esperanza... por esos días Jesús se aparecía a sus amigos y les daba, con la fuerza extraordinaria de quien es la Verdad, los últimos consejos, las últimas recomendaciones, y les regalaba al alma, las más hermosas promesas.
Recuerdo claramente el día de su partida... era casi mediodía, el sol brillaba con fuerza, y hasta casi con alegría. Mi Hijo caminaba cerca de Betania con sus amigos, les pedía que fuesen hasta los confines de la tierra enseñando su Palabra. Su voz sonaba segura, serena, protectora, especialmente cuando les entregó aquella promesa que sería luego manantial de fe y esperanza para tantos hijos de mi alma...” Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”
Yo presentía la partida... y Él sabía que necesitaba abrazarlo... como cuando era pequeño, como cuando le hallamos en el Templo, luego de aquella lejana angustia. Él lo sabía y vino hasta mí, me miró con ternura infinita y me abrazó fuerte, muy fuerte, y susurró a mis oídos...:
- Gracias Madre, gracias... gracias por tu entrega generosa, por tu confianza sin límites, por tu humildad ejemplar... gracias.
Cuando se alejaba ya de mí se acercó Juan, el discípulo a quien Jesús amaba mucho. Entonces el Maestro le dijo, mirándome:
- Cuídala Juan, cuídala y hónrala... protégela y escúchala. Ella será para ti, y para todos, camino corto, seguro y cierto hasta mi corazón. Hónrala Juan, pues haciéndolo... me honras.
- Lo haré, Maestro, lo haré...- contestó Juan desde lo más profundo de su corazón.
Jesús y Juan volvieron con los demás. En ese momento mi Hijo, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos y subió al cielo ante sus ojos y una nube comenzó a cubrirlo, delicadamente.
Los apóstoles se arrodillaron ante Él.
Mientras yo levantaba mi mano en señal de despedida y mis ojos se llenaban de lágrimas, sentí que me miraba... y su mirada me hablaba...
- ¿Qué te decía, Señora? ¿Qué te decía Jesús mientras partía?
- “Espérame, Madre, enviaré por ti... espérame...”
Ay! Hija mía, mi corazón rebosaba de gozo. En tanto los amigos de Jesús miraban fijamente al cielo, como extasiados. En ese momento se acercaron a ellos dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “ Hombres de Galilea, ¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”( Hch 1,11)
Los hombres tardaron un rato en reaccionar, luego, uno a uno, se fueron acercando a mí.
- Debemos volver a Jerusalén, tal como Él lo pidió- dijo Pedro, quien sentía que debía velar por esa Iglesia naciente, hasta en el más mínimo detalle.
Los demás asintieron. Volvimos y subimos a la habitación superior de la casa. Nos sentamos todos. Pedro comenzó a recitar, emocionado, la oración que Jesús nos enseñó, al finalizar dijo:
- Hermanos, permanezcamos en oración hasta que llegue el día en que, según la promesa de Cristo, seamos bautizados con el Espíritu Santo.
Yo me retiré a prepararles algo para comer. Juan se acercó y me abrazó largamente. Yo sentía que comenzaba a amarlos como a mis hijos... me sentía madre... intensamente madre... y nacía en mí una necesidad imperiosa de repetir a cada hijo del alma, aquellas palabras que pronunciara en Caná de Galilea: “...Hagan todo lo que él les diga”( Jn 2,5)
Así nos quedamos, hija, nos quedamos todos esperando Pentecostés, la Iglesia primera, en una humilde casa de Jerusalén.
Espero haber contestado lo que tu alma me preguntó...
-Claro, Madre amada, claro que sí, como siempre, eres para tus hijos modelo de virtud, camino seguro hacia Jesús... compañera y amiga . Una vez más y millones de veces te lo diría, gracias, gracias por haber aceptado ser nuestra mamá, gracias por ocuparte de cada detalle relacionado a la salvación de nuestras almas, gracias por enseñarnos como honrarte, porque haciéndolo, honramos a Jesús... gracias por defendernos en el peligro... gracias por ser compañera, compañera, compañera....
Ahora, Santa Madre, debes enseñarnos a esperar, adecuadamente, Pentecostés.
Amigos que leen estas líneas, María ansía entrar a sus corazones para contarles las maravillas de Pentecostés... háganle sitio... es la mejor decisión que pueden tomar... no lo duden jamás...
___________________________
(1) San Luis María Grignon de Montfort “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” pag 94. Edit. Esin, S.A. -1999
NOTA
"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."
Cuarenta largos y extraordinarios días han trascurrido, Madre querida, desde el glorioso Domingo de Pascua.
Durante este tiempo, tu humilde corazón de madre repasó una y otra vez sus tesoros escondidos. En ése volver del alma cada acontecimiento vivido cobra ahora, sentido diferente. Pero tú, dulce Madre, a pesar de ser la elegida, la llena de gracia, la saludada por los ángeles y por los creyentes, tú no quieres brillar por esos días, pues Aquél cuya luz es inextinguible aún debe terminar la labor por la que había bajado del cielo a habitar en tu purísimo vientre. Por eso te mantienes casi oculta, limitándote a ser una presencia orante en la Iglesia naciente. Así te encuentro en los Evangelios, pero... necesito que me cuentes, Señora, lo que ha sido para ti el día de la Ascensión.
Y cierro los ojos tratando de imaginar tu rostro, tu mirada, tu voz serena que me responde al alma.
- El día de la Ascensión fue el final ansiado, presentido, mas nunca totalmente imaginado por mí, de la historia de amor más bella que jamás haya existido. Una historia de amor que comenzó un día, ya lejano, y al mismo tiempo tan cercano, en Nazaret. Una historia que trascurrió durante treinta años, en el silencio y sumisión a mi amor materno, de Aquél por quien el mundo debía salvarse.
- ¡Ah, Señora!, en esa sumisión a ti Jesús glorificó grandemente al Padre, por ello es que tus hijos glorificamos al Padre sometiéndonos a ti (1).
Sonríes...
Tu mirada se pierde ahora en la lejanía.
- Como te decía, la Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y esperanza... por esos días Jesús se aparecía a sus amigos y les daba, con la fuerza extraordinaria de quien es la Verdad, los últimos consejos, las últimas recomendaciones, y les regalaba al alma, las más hermosas promesas.
Recuerdo claramente el día de su partida... era casi mediodía, el sol brillaba con fuerza, y hasta casi con alegría. Mi Hijo caminaba cerca de Betania con sus amigos, les pedía que fuesen hasta los confines de la tierra enseñando su Palabra. Su voz sonaba segura, serena, protectora, especialmente cuando les entregó aquella promesa que sería luego manantial de fe y esperanza para tantos hijos de mi alma...” Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”
Yo presentía la partida... y Él sabía que necesitaba abrazarlo... como cuando era pequeño, como cuando le hallamos en el Templo, luego de aquella lejana angustia. Él lo sabía y vino hasta mí, me miró con ternura infinita y me abrazó fuerte, muy fuerte, y susurró a mis oídos...:
- Gracias Madre, gracias... gracias por tu entrega generosa, por tu confianza sin límites, por tu humildad ejemplar... gracias.
Cuando se alejaba ya de mí se acercó Juan, el discípulo a quien Jesús amaba mucho. Entonces el Maestro le dijo, mirándome:
- Cuídala Juan, cuídala y hónrala... protégela y escúchala. Ella será para ti, y para todos, camino corto, seguro y cierto hasta mi corazón. Hónrala Juan, pues haciéndolo... me honras.
- Lo haré, Maestro, lo haré...- contestó Juan desde lo más profundo de su corazón.
Jesús y Juan volvieron con los demás. En ese momento mi Hijo, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos y subió al cielo ante sus ojos y una nube comenzó a cubrirlo, delicadamente.
Los apóstoles se arrodillaron ante Él.
Mientras yo levantaba mi mano en señal de despedida y mis ojos se llenaban de lágrimas, sentí que me miraba... y su mirada me hablaba...
- ¿Qué te decía, Señora? ¿Qué te decía Jesús mientras partía?
- “Espérame, Madre, enviaré por ti... espérame...”
Ay! Hija mía, mi corazón rebosaba de gozo. En tanto los amigos de Jesús miraban fijamente al cielo, como extasiados. En ese momento se acercaron a ellos dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “ Hombres de Galilea, ¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”( Hch 1,11)
Los hombres tardaron un rato en reaccionar, luego, uno a uno, se fueron acercando a mí.
- Debemos volver a Jerusalén, tal como Él lo pidió- dijo Pedro, quien sentía que debía velar por esa Iglesia naciente, hasta en el más mínimo detalle.
Los demás asintieron. Volvimos y subimos a la habitación superior de la casa. Nos sentamos todos. Pedro comenzó a recitar, emocionado, la oración que Jesús nos enseñó, al finalizar dijo:
- Hermanos, permanezcamos en oración hasta que llegue el día en que, según la promesa de Cristo, seamos bautizados con el Espíritu Santo.
Yo me retiré a prepararles algo para comer. Juan se acercó y me abrazó largamente. Yo sentía que comenzaba a amarlos como a mis hijos... me sentía madre... intensamente madre... y nacía en mí una necesidad imperiosa de repetir a cada hijo del alma, aquellas palabras que pronunciara en Caná de Galilea: “...Hagan todo lo que él les diga”( Jn 2,5)
Así nos quedamos, hija, nos quedamos todos esperando Pentecostés, la Iglesia primera, en una humilde casa de Jerusalén.
Espero haber contestado lo que tu alma me preguntó...
-Claro, Madre amada, claro que sí, como siempre, eres para tus hijos modelo de virtud, camino seguro hacia Jesús... compañera y amiga . Una vez más y millones de veces te lo diría, gracias, gracias por haber aceptado ser nuestra mamá, gracias por ocuparte de cada detalle relacionado a la salvación de nuestras almas, gracias por enseñarnos como honrarte, porque haciéndolo, honramos a Jesús... gracias por defendernos en el peligro... gracias por ser compañera, compañera, compañera....
Ahora, Santa Madre, debes enseñarnos a esperar, adecuadamente, Pentecostés.
Amigos que leen estas líneas, María ansía entrar a sus corazones para contarles las maravillas de Pentecostés... háganle sitio... es la mejor decisión que pueden tomar... no lo duden jamás...
___________________________
(1) San Luis María Grignon de Montfort “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” pag 94. Edit. Esin, S.A. -1999
NOTA
"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."
sábado, 18 de junio de 2011
El amor de María llena nuestro corazón
Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
Dios es amor.
María Santísima es también amor.
Podríamos decir que María es el lado misericordioso y tierno del amor de Dios.
“Tú sola, Virgen María, le curas a Dios de todas las heridas que le hacemos los hombres. Por ti sola valió la pena la redención, aunque, afortunadamente, hay otras y otros que se han tomado en serio la redención ".
Este amor tuyo que, por un lado, sube hasta Dios y, por lo tanto, tiene toda la gratitud de una creatura, toda la profundidad de una madre, toda la pureza de una virgen; por otro lado, se dirige a nosotros, hacia la tierra, hacia tus hijos.
Cómo me impresionó -y aparte al principio no lo creí- leer aquellas palabras de San Alfonso María de Ligorio: "Si juntáramos el amor de todos los hijos a sus madres, el de todas las madres a sus hijos, el de todas las mujeres a sus maridos, el de los santos y los ángeles a sus protegidos: todo ese amor no igualaría al amor que María tiene a una sola de nuestras almas". Primero, no lo creí porque era demasiado grande para ser cierto. Hoy, lo creo, y posiblemente estas palabras de San Alfonso se quedaron cortas.
Yo me pregunto: si uno de veras cree en este amor que le tiene María Santísima como madre ¿podrá sentirse desgraciado? ¿Podrá sentirse desesperado? ¿Podrá vivir una vida sin alegría, sin fuerza, sin motivación? ¿Podrá alguna vez, en su apostolado, llegar a decir "no puedo, me doy"? ¿Podrá algún día decir : "renuncio al sacerdocio y lo dejo"? Si Cristo, por nosotros, dio su sangre, su vida, ¿qué no dará la Santísima Virgen por salvarnos? Ella ha muerto crucificada, espiritualmente, por nosotros. A Cristo le atravesaron manos y pies por nosotros; a ella una espada le atravesó el alma, por nosotros. Si Él dijo: "He ahí a tus hijos" ¿cómo obedece la Santísima Virgen a Dios? Entonces, cuánto nos tiene que amar. Y si somos los predilectos de su hijo: "vosotros sois mis amigos", somos también los predilectos de Ella.
El amor de María llena nuestro corazón, debe llenarlo. El amor de una esposa no es el único que puede llenar el corazón de un hombre como yo. El amor de María Santísima es muchísimo más fuerte, rico, tierno, confortante, que el de todas las esposas de la tierra. El amor de mi madre celestial llena, totalmente, mi corazón. Una mirada, una sonrisa de María Santísima, me ofrecen más que todo lo que pueden darme todas la mujeres de la tierra juntas.
¿Cuál debe ser mi respuesta a tan grande y tierno amor?
Como Juan Pablo II debemos decir cada uno de nosotros, también, "totus tuus": todo tuyo y para siempre. Aquella expresión que el Papa nos decía: "Luchando como María y muy juntos a María", que le repitan siempre: "totus tuus".
¿Por qué no llevarme a todas partes a la Santísima Virgen? En el pensamiento, en el corazón, y también, en una imagen, en un cuadro: su presencia es benéfica. Yo tengo en mi despacho y en mi cuarto una imagen de la Santísima Virgen. Con mucha frecuencia la miro, con mucha frecuencia le hablo y, también, la escucho. Siento su presencia y su amor a través de esa imagen.
María Santísima es también amor.
Podríamos decir que María es el lado misericordioso y tierno del amor de Dios.
“Tú sola, Virgen María, le curas a Dios de todas las heridas que le hacemos los hombres. Por ti sola valió la pena la redención, aunque, afortunadamente, hay otras y otros que se han tomado en serio la redención ".
Este amor tuyo que, por un lado, sube hasta Dios y, por lo tanto, tiene toda la gratitud de una creatura, toda la profundidad de una madre, toda la pureza de una virgen; por otro lado, se dirige a nosotros, hacia la tierra, hacia tus hijos.
Cómo me impresionó -y aparte al principio no lo creí- leer aquellas palabras de San Alfonso María de Ligorio: "Si juntáramos el amor de todos los hijos a sus madres, el de todas las madres a sus hijos, el de todas las mujeres a sus maridos, el de los santos y los ángeles a sus protegidos: todo ese amor no igualaría al amor que María tiene a una sola de nuestras almas". Primero, no lo creí porque era demasiado grande para ser cierto. Hoy, lo creo, y posiblemente estas palabras de San Alfonso se quedaron cortas.
Yo me pregunto: si uno de veras cree en este amor que le tiene María Santísima como madre ¿podrá sentirse desgraciado? ¿Podrá sentirse desesperado? ¿Podrá vivir una vida sin alegría, sin fuerza, sin motivación? ¿Podrá alguna vez, en su apostolado, llegar a decir "no puedo, me doy"? ¿Podrá algún día decir : "renuncio al sacerdocio y lo dejo"? Si Cristo, por nosotros, dio su sangre, su vida, ¿qué no dará la Santísima Virgen por salvarnos? Ella ha muerto crucificada, espiritualmente, por nosotros. A Cristo le atravesaron manos y pies por nosotros; a ella una espada le atravesó el alma, por nosotros. Si Él dijo: "He ahí a tus hijos" ¿cómo obedece la Santísima Virgen a Dios? Entonces, cuánto nos tiene que amar. Y si somos los predilectos de su hijo: "vosotros sois mis amigos", somos también los predilectos de Ella.
El amor de María llena nuestro corazón, debe llenarlo. El amor de una esposa no es el único que puede llenar el corazón de un hombre como yo. El amor de María Santísima es muchísimo más fuerte, rico, tierno, confortante, que el de todas las esposas de la tierra. El amor de mi madre celestial llena, totalmente, mi corazón. Una mirada, una sonrisa de María Santísima, me ofrecen más que todo lo que pueden darme todas la mujeres de la tierra juntas.
¿Cuál debe ser mi respuesta a tan grande y tierno amor?
Como Juan Pablo II debemos decir cada uno de nosotros, también, "totus tuus": todo tuyo y para siempre. Aquella expresión que el Papa nos decía: "Luchando como María y muy juntos a María", que le repitan siempre: "totus tuus".
¿Por qué no llevarme a todas partes a la Santísima Virgen? En el pensamiento, en el corazón, y también, en una imagen, en un cuadro: su presencia es benéfica. Yo tengo en mi despacho y en mi cuarto una imagen de la Santísima Virgen. Con mucha frecuencia la miro, con mucha frecuencia le hablo y, también, la escucho. Siento su presencia y su amor a través de esa imagen.
martes, 14 de junio de 2011
Dignos hijos de tal Madre
Allá por el principio de todos los tiempos, un ángel particularmente
avispado y vivaracho merodeaba curioso muy cerca de donde la Santísima
Trinidad estaba reunida en consejo. Se detuvo aguzando sus “sentidos” y
quedó enganchado por la curiosidad ante lo que allí se estaba planeando.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, con encendida ilusión y haciendo pleno uso de su infinita sabiduría, omnipotencia y amor, se daban a la tarea de idear el proyecto creatural más sublime y excelso que iba a salir de sus manos divinas.
Tendrá una mirada limpia e intuitiva como la de los ángeles, pues su alma será tan pura como ellos; y sus ojos serán verdaderas ventanas al cielo, porque cielo será toda su alma.
Su sonrisa lucirá irresistiblemente contagiosa, como trasparencia de una felicidad interior plena y auténtica.
Su voz ha de ser clara y agradable, casi mágica, pues a través de ella inducirá a un sueño tranquilo a los niños, infundirá consuelo, paz y confianza en los corazones atribulados y orientará hacia el bien muchos pasos vacilantes.
Sus dos hermosas manos serán capaces de multiplicarse en mil por lo hacendosas y solícitas ante sus quehaceres y las necesidades de los demás.
El ángel, mientras escuchaba, daba rienda suelta a su vivaz imaginación embelesado ante la imagen de esa creatura; y su arrebato crecía a medida que iban añadiéndose detalles.
Su cuerpo, además de una perfección y belleza sin par, tendrá que ser de una resistencia extrema para soportar constantes desvelos, para mantenerse en actividad de sol a sol, para comer muchas veces a deshoras y otras tantas ni siquiera comer o comer sólo a base de sobras...
Su corazón rebosará de un amor inmenso, el amor más semejante y cercano al nuestro que jamás haya existido ni existirá; y su capacidad de sacrificio igualará a su capacidad de amar.
Cuando el ángel oyó la palabra “sacrificio”, no pudo evitar encogerse de alas y arquear las cejas en señal de incomprensión y admiración.
La bondad será el sello distintivo de todos sus gestos, palabras, actitudes y pensamientos. Su paciencia no habrá de tener límites ya que vendrá puesta a prueba muchas veces, día y noche. Su generosidad tampoco tendrá medida, puesto que quienes se beneficiarán de ella serán innumerables.
De pronto, Dios Padre, que desde el primer momento se había percatado del atrevimiento del ángel, se volvió a él para interpelarlo. Pero éste, con su agilidad y espontaneidad características, se le adelantó con una pregunta:
-¿De quién se trata, Señor? ¡Dímero, por favor!
Dios Padre, desarmado ante la expresión de inocencia e interés de aquella creatura angélica, respondió sin poder disimular su entusiasmo:
-Se llamará María y será Madre de mi Hijo cuando se haga hombre; y será, por tanto, Madre de Dios y también Madre de todos los hombres. Por eso, en su honor, cada mujer y madre que exista en la tierra será creada a su imagen y semejanza.
Quiero, además, que mi Hijo pase con ella la inmensa mayoría del tiempo que dure su vida terrena -30 de sus 33 años- por dos motivos: primero, para que en su progresivo aprender humano sea precisamente de ella de quien aprenda todas las virtudes; y segundo, para que Ella reciba de Él, durante el mayor tiempo posible, el cariño del mejor de los hijos. Ojalá, que de este modo, los hombres valoren qué Madre les he regalado y la traten como se merece, a ejemplo de mi Hijo.
Dicho esto, Dios Padre miró fijamente al ángel y tras un gesto entre admirativo e interrogativo, esbozó una sonrisa y le dijo:
-Vaya, al ver tu reacción, acabo de percatarme de que en los ángeles también puede darse la “envidia”... pero es de la buena. Haz que ese sentimiento te lleve a ti y a tus demás compañeros ángeles custodios, a ayudar a todos los hombres a ser dignos hijos de tal Madre.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, con encendida ilusión y haciendo pleno uso de su infinita sabiduría, omnipotencia y amor, se daban a la tarea de idear el proyecto creatural más sublime y excelso que iba a salir de sus manos divinas.
Tendrá una mirada limpia e intuitiva como la de los ángeles, pues su alma será tan pura como ellos; y sus ojos serán verdaderas ventanas al cielo, porque cielo será toda su alma.
Su sonrisa lucirá irresistiblemente contagiosa, como trasparencia de una felicidad interior plena y auténtica.
Su voz ha de ser clara y agradable, casi mágica, pues a través de ella inducirá a un sueño tranquilo a los niños, infundirá consuelo, paz y confianza en los corazones atribulados y orientará hacia el bien muchos pasos vacilantes.
Sus dos hermosas manos serán capaces de multiplicarse en mil por lo hacendosas y solícitas ante sus quehaceres y las necesidades de los demás.
El ángel, mientras escuchaba, daba rienda suelta a su vivaz imaginación embelesado ante la imagen de esa creatura; y su arrebato crecía a medida que iban añadiéndose detalles.
Su cuerpo, además de una perfección y belleza sin par, tendrá que ser de una resistencia extrema para soportar constantes desvelos, para mantenerse en actividad de sol a sol, para comer muchas veces a deshoras y otras tantas ni siquiera comer o comer sólo a base de sobras...
Su corazón rebosará de un amor inmenso, el amor más semejante y cercano al nuestro que jamás haya existido ni existirá; y su capacidad de sacrificio igualará a su capacidad de amar.
Cuando el ángel oyó la palabra “sacrificio”, no pudo evitar encogerse de alas y arquear las cejas en señal de incomprensión y admiración.
La bondad será el sello distintivo de todos sus gestos, palabras, actitudes y pensamientos. Su paciencia no habrá de tener límites ya que vendrá puesta a prueba muchas veces, día y noche. Su generosidad tampoco tendrá medida, puesto que quienes se beneficiarán de ella serán innumerables.
De pronto, Dios Padre, que desde el primer momento se había percatado del atrevimiento del ángel, se volvió a él para interpelarlo. Pero éste, con su agilidad y espontaneidad características, se le adelantó con una pregunta:
-¿De quién se trata, Señor? ¡Dímero, por favor!
Dios Padre, desarmado ante la expresión de inocencia e interés de aquella creatura angélica, respondió sin poder disimular su entusiasmo:
-Se llamará María y será Madre de mi Hijo cuando se haga hombre; y será, por tanto, Madre de Dios y también Madre de todos los hombres. Por eso, en su honor, cada mujer y madre que exista en la tierra será creada a su imagen y semejanza.
Quiero, además, que mi Hijo pase con ella la inmensa mayoría del tiempo que dure su vida terrena -30 de sus 33 años- por dos motivos: primero, para que en su progresivo aprender humano sea precisamente de ella de quien aprenda todas las virtudes; y segundo, para que Ella reciba de Él, durante el mayor tiempo posible, el cariño del mejor de los hijos. Ojalá, que de este modo, los hombres valoren qué Madre les he regalado y la traten como se merece, a ejemplo de mi Hijo.
Dicho esto, Dios Padre miró fijamente al ángel y tras un gesto entre admirativo e interrogativo, esbozó una sonrisa y le dijo:
-Vaya, al ver tu reacción, acabo de percatarme de que en los ángeles también puede darse la “envidia”... pero es de la buena. Haz que ese sentimiento te lleve a ti y a tus demás compañeros ángeles custodios, a ayudar a todos los hombres a ser dignos hijos de tal Madre.
jueves, 9 de junio de 2011
EL PADRE MIO Y LA VIRGEN MARIA
Desde
muy pequeñito el Beato P Pío experimenta un amor muy grande por la
Santísima Virgen María, su “mammusia”, como cariñosamente la llamaba,
que significa en dialecto “mamita”. Su primer peregrinaje siendo un
niño de 8 años fue a la Virgen de Pompey, la Virgen del Rosario, cerca
de Nápoles.
En su casa de Pietralcina, como en todas las familias italianas de la época, el rosario era la oración familiar. Se encontraban alrededor del fuego todas las noches antes de ir a dormir rezando el Rosario. Pero cuando la Virgen apareció en Fátima como la Virgen del Rosario y recomendó el rosario como oración potente para obtener todo bien y alejar todo mal, Padre Pío hizo del rosario su oración incesante e incansable de día a día. Decía el Beato Padre Pío: “¿si la Virgen Santa lo ha siempre calurosamente recomendado donde quiera que ha aparecido, no nos parece que deba ser por un motivo especial?”.
En su casa de Pietralcina, como en todas las familias italianas de la época, el rosario era la oración familiar. Se encontraban alrededor del fuego todas las noches antes de ir a dormir rezando el Rosario. Pero cuando la Virgen apareció en Fátima como la Virgen del Rosario y recomendó el rosario como oración potente para obtener todo bien y alejar todo mal, Padre Pío hizo del rosario su oración incesante e incansable de día a día. Decía el Beato Padre Pío: “¿si la Virgen Santa lo ha siempre calurosamente recomendado donde quiera que ha aparecido, no nos parece que deba ser por un motivo especial?”.
Entre más crecía su clientela mundial, como la llamó
el Papa Pablo VI, de sus hijos espirituales, más él aumentaba las
coronas del Rosario de recitar. Era su secreto, con esta cadena que lo
unía al Corazón de Jesús a través del Corazón Inmaculado de María, él
alejaba los males y obtenía las gracias para sus hijos. Llegó a recitar,
en el curso de un día un número incalculable de rosarios. Su oración
asidua lo hizo un “Hombre hecho Rosario” o como podría ser llamado el
“Santo del Rosario”.
Una
vez lo oyeron decir: “quisiera que los días tuvieran 48 horas para
poder redoblar los Rosarios”. Todo los dones y prodigios para las almas
los obtenía a través del Santo Rosario.
Un
día le pidieron sus hijos espirituales les dejara su herencia
espiritual. Padre Pío respondió inmediatamente sin pensar siquiera: “El
Rosario”. Y poco antes de la muerte a su amigo y hermano Fray Modestino
le dijo: “¡Amen a la Virgen y háganla amar. Reciten siempre el
Rosario!”. El Padre Pío vivió su vida del altar al confesionario.
Siempre con el rosario en la mano, unido al Corazón Inmaculado de María,
quien lo formó imagen encarnada de la misericordia del Corazón
Eucarístico de Jesús para con el siglo XX. Este siglo de tantos pecados y
desafíos a los derechos de Dios como nuestro creador y de ataques
horrendos a la dignidad del Hombre.
Una historia sobre su amor al rosario
Nos
narra P. Stefano Manelli, uno de sus hijos espirituales y gran
conocedor de su espiritualidad, una historia de cuando aún era un
seminarista capuchino:
“P.
Pío oraba mucho aún fuera de las horas de oración comunitaria.
Encontrarlo en el coro (lugar donde rezan los religiosos en las
iglesias), o en su cuarto haciendo oración, era una cosa normal. Le
gustaba mucho ya entonces la oración del Santo Rosario. En sus
propósitos espirituales escribió de rezar cada día quince rosarios.
Llegó
a comprometerse en una competencia (maravilloso y santo deporte) con un
compañero Fray Anastasio, a ver quien rezaba un mayor numero de
rosarios. Una noche sintió un ruido y alguien que se movía en el cuarto
cerca del suyo. Se despertó y pensó que los ruidos eran causados por
fray Anastasio que estaba todavía despierto para hacer rosarios, siempre
en competencia (santa competencia) con este hermano capuchino.
Un
cierto momento, desde la ventana, llamó a fray Anastasio y cual fue su
sorpresa cuando de la ventana no se asomó su compañero sino un enorme
perro negro con los ojos de fuego. Fray Pío se quedó como piedra, y el
horrible perro, con un salto formidable, desapareció. Fray Pío apenas
pudo llegar a la cama casi desmayado. Al día siguiente supo que a su
hermano Fray Anastasio lo habían cambiado de cuarto la noche anterior.”
Su batalla contra Satanás, el mundo y la carne las libró en modo eficaz a través de la recitación del Santo Rosario.
P. Berardo María
viernes, 3 de junio de 2011
Con María, y la soledad de Jesús Sacramentado
Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera.
Autor: Maria Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
Madre, hoy he venido a visitar a tu Hijo en el Sagrario, pero siento que no soy hoy la mejor compañía. Mi corazón está triste, con una tristeza pesada y gris que, como humo denso, tiñe mis afectos y mis sueños. Siento una gran soledad, no porque Jesús o tu, Madre querida, se hayan alejado de mí, sino que soy yo la que no logra hallarlos.
- Soledad, hija, soledad... Bien comprendemos esa palabra mi Hijo y yo... soledad. Ven, entra con tu corazón al Sagrario y conversaremos un poco. Sé bien que lo necesitas.
- Gracias, María, gracias. Yo sabía, en lo más íntimo del alma, en ese pequeño rinconcito iluminado y eterno donde la tristeza no llega, allí, sabía que podía contar contigo.
Y mi corazón, lento y pesado por mis pecados y olvidos, se va acercando al Sagrario.
Tú estás a la puerta y me abres. ¡Qué deliciosos perfumes percibe el alma cuando está cerca de ti!
Con gran sorpresa veo que, por dentro, el Sagrario es muchísimo más grande de lo que parece y hay allí demasiados asientos desocupados, demasiados...
Me llevas a un sitio, un lugar inundado de toda la paz que anhela mi alma. Noto que tiene mi nombre, ¡Oh Dios mío, mi nombre!. Me duele el corazón al pensar cuánto tiempo lo he dejado vacío.
- Cuéntame, ahora, de tu soledad- me pides, Madre mía.
Pero ni una palabra se atreve a salir de mi boca. Por el bello y sereno recinto del Sagrario, Jesús camina, mirando uno a uno los sitios vacíos... Solo el más inmenso amor puede soportar la más inmensa soledad.
Inmensa soledad que es larga suma de tantas ausencias. Y cada ausencia tiene un nombre y sé, tristemente, que el mío también suma.
Entonces tu voz, María, me ilumina el alma:
- El Sagrario es demasiado pequeño para tanta soledad. Tú no puedes hacer más grande el Sagrario, pero sí puedes hacer más pequeña su soledad.
Tus ojos están llenos de lágrimas y le miras a Él con un amor tan grande como jamás vi.
- Hija, ¡Si supieras cuánto eres amada! ¡Si supieras cuánto eres esperada!. Cada día, cada minuto, el Amor aguarda tus pasos, acercándose, tu corazón, amándole, tu compañía, que hace más soportable tanta espera.
Siento una dolorosa vergüenza por mis quejas. Cada Sagrario, en su interior, es como todos los Sagrarios del mundo juntos. Miro a mi alrededor y veo a muchas personas. Son todos los que, en este momento, en todo el mundo, están acompañando a Jesús Sacramentado.
Cada uno con su cruz de dolor, tristeza, soledad, vacíos, traiciones.. Y Jesús repite, para cada uno de ellos, las palabras de la Escritura “Vengan a Mí cuando estén cansados y agobiados, que Yo los aliviaré” Mt 11,28.
Y me quedo a tu lado, en mi sitio, Madre, esperando a Jesús que se acerca. Me tomo fuerte de tu mano, para no caerme, para no decir nada torpe e inoportuno, muy habitual en mi. Y allí me quedo, y el Maestro sigue acercándose, y el perfume envuelve al alma y ahuyenta los grises humos de mis penas.
Entonces, escucho en el alma tus palabras, Madre:
- Ahora, ve a confesarte.
Sin preguntar nada, sin saber como terminará este encuentro, te hago caso Madre. Me quedo cerca del confesionario, aunque aún no ha llegado el sacerdote y la misa está por comenzar. Pero si tú lo dices, Madre, seguro lo hallaré. En ese momento llega el sacerdote. Como él no daba la misa, sino el obispo, tuve tiempo de prepararme bien para mi confesión, que me dejó el alma tranquila y sin la pesada carga de mis pecados...
Me quedo pensando en Jesús, que venía a acercándose a mí, en el Sagrario. Pero allí me doy cuenta de tu gesto, Madre querida. Tu me ofrecías algo más. Tú me ofrecías el abrazo real y concreto de Jesús en la Eucaristía, y para que mi alma estuviera en estado de gracia para responder a ese abrazo, me pediste que fuera a confesarme.
¡Gracias Madre! Gracias por amarme y cuidarme tanto... ¡Qué hermosa manera de terminar este encuentro con Jesús! ¡Con su abrazo real, bajo la forma del Pan!
La misa ha comenzado. Siento que la soledad del Sagrario es un poquito más pequeña, no mucho, pero sí mas pequeña... Y si mi compañía alivió su soledad, seguro que la tuya, amigo que lees estas líneas, también la aliviará. Y si invitas a un amigo a hacerle compañía... ¡Oh, cuanto podemos hacer disminuir la soledad de Jesús en el Sagrario!¡Cuánto puede Él, en su infinita Misericordia, colmar nuestras almas de paz!
Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera, diciéndote “Ven a Mi, cuando estés cansado y agobiado, que Yo te aliviaré”
Amigo, nos encontramos en el Sagrario.
NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
Autor: Maria Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
Madre, hoy he venido a visitar a tu Hijo en el Sagrario, pero siento que no soy hoy la mejor compañía. Mi corazón está triste, con una tristeza pesada y gris que, como humo denso, tiñe mis afectos y mis sueños. Siento una gran soledad, no porque Jesús o tu, Madre querida, se hayan alejado de mí, sino que soy yo la que no logra hallarlos.
- Soledad, hija, soledad... Bien comprendemos esa palabra mi Hijo y yo... soledad. Ven, entra con tu corazón al Sagrario y conversaremos un poco. Sé bien que lo necesitas.
- Gracias, María, gracias. Yo sabía, en lo más íntimo del alma, en ese pequeño rinconcito iluminado y eterno donde la tristeza no llega, allí, sabía que podía contar contigo.
Y mi corazón, lento y pesado por mis pecados y olvidos, se va acercando al Sagrario.
Tú estás a la puerta y me abres. ¡Qué deliciosos perfumes percibe el alma cuando está cerca de ti!
Con gran sorpresa veo que, por dentro, el Sagrario es muchísimo más grande de lo que parece y hay allí demasiados asientos desocupados, demasiados...
Me llevas a un sitio, un lugar inundado de toda la paz que anhela mi alma. Noto que tiene mi nombre, ¡Oh Dios mío, mi nombre!. Me duele el corazón al pensar cuánto tiempo lo he dejado vacío.
- Cuéntame, ahora, de tu soledad- me pides, Madre mía.
Pero ni una palabra se atreve a salir de mi boca. Por el bello y sereno recinto del Sagrario, Jesús camina, mirando uno a uno los sitios vacíos... Solo el más inmenso amor puede soportar la más inmensa soledad.
Inmensa soledad que es larga suma de tantas ausencias. Y cada ausencia tiene un nombre y sé, tristemente, que el mío también suma.
Entonces tu voz, María, me ilumina el alma:
- El Sagrario es demasiado pequeño para tanta soledad. Tú no puedes hacer más grande el Sagrario, pero sí puedes hacer más pequeña su soledad.
Tus ojos están llenos de lágrimas y le miras a Él con un amor tan grande como jamás vi.
- Hija, ¡Si supieras cuánto eres amada! ¡Si supieras cuánto eres esperada!. Cada día, cada minuto, el Amor aguarda tus pasos, acercándose, tu corazón, amándole, tu compañía, que hace más soportable tanta espera.
Siento una dolorosa vergüenza por mis quejas. Cada Sagrario, en su interior, es como todos los Sagrarios del mundo juntos. Miro a mi alrededor y veo a muchas personas. Son todos los que, en este momento, en todo el mundo, están acompañando a Jesús Sacramentado.
Cada uno con su cruz de dolor, tristeza, soledad, vacíos, traiciones.. Y Jesús repite, para cada uno de ellos, las palabras de la Escritura “Vengan a Mí cuando estén cansados y agobiados, que Yo los aliviaré” Mt 11,28.
Y me quedo a tu lado, en mi sitio, Madre, esperando a Jesús que se acerca. Me tomo fuerte de tu mano, para no caerme, para no decir nada torpe e inoportuno, muy habitual en mi. Y allí me quedo, y el Maestro sigue acercándose, y el perfume envuelve al alma y ahuyenta los grises humos de mis penas.
Entonces, escucho en el alma tus palabras, Madre:
- Ahora, ve a confesarte.
Sin preguntar nada, sin saber como terminará este encuentro, te hago caso Madre. Me quedo cerca del confesionario, aunque aún no ha llegado el sacerdote y la misa está por comenzar. Pero si tú lo dices, Madre, seguro lo hallaré. En ese momento llega el sacerdote. Como él no daba la misa, sino el obispo, tuve tiempo de prepararme bien para mi confesión, que me dejó el alma tranquila y sin la pesada carga de mis pecados...
Me quedo pensando en Jesús, que venía a acercándose a mí, en el Sagrario. Pero allí me doy cuenta de tu gesto, Madre querida. Tu me ofrecías algo más. Tú me ofrecías el abrazo real y concreto de Jesús en la Eucaristía, y para que mi alma estuviera en estado de gracia para responder a ese abrazo, me pediste que fuera a confesarme.
¡Gracias Madre! Gracias por amarme y cuidarme tanto... ¡Qué hermosa manera de terminar este encuentro con Jesús! ¡Con su abrazo real, bajo la forma del Pan!
La misa ha comenzado. Siento que la soledad del Sagrario es un poquito más pequeña, no mucho, pero sí mas pequeña... Y si mi compañía alivió su soledad, seguro que la tuya, amigo que lees estas líneas, también la aliviará. Y si invitas a un amigo a hacerle compañía... ¡Oh, cuanto podemos hacer disminuir la soledad de Jesús en el Sagrario!¡Cuánto puede Él, en su infinita Misericordia, colmar nuestras almas de paz!
Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera, diciéndote “Ven a Mi, cuando estés cansado y agobiado, que Yo te aliviaré”
Amigo, nos encontramos en el Sagrario.
NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
domingo, 29 de mayo de 2011
Con María, levantando el corazón
Cuando escuches en la misa: "Levantemos el corazón" tómate fuerte de la mano de María y pídele que te asista.
Autor: María Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
Madre mía, hace unos días he leído una meditación de San Agustín que dice: "No escuchemos en vano la invitación:" ¡Levantemos el Corazón!" Y con todo el corazón ascendamos a Él"... y allí me quedé, Madrecita, preguntadote: ¿Que es ascender a él?
Y me respondiste:
- Si ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba"(Col 3,1)
Te confieso, Madre, que creí comprender tu respuesta, pero ya no estoy segura. Por eso espero que, en esta Misa, le pidas a tu Esposo, el Espíritu Santo, que me ilumine el alma.
Mientras transcurre la Misa siento la paz de saber que mi oración ha sido escuchada.
Y llega el momento, antes de la Consagración y como preparación a ella, en que el sacerdote pronuncia las palabras:
- "Levantemos el corazón"
En ese momento mil preguntas me inundan el alma y, sin atinar a más, me postro a tus pies y te las presento, de una en una:
-¿Cómo puedo levantar mi corazón, Madre, si me pesa tanto por causa de mis miserias y pecados? ¿Cómo puedo levantarlo si veo que tiene raíces demasiado profundas en las cosas de la tierra?
El tiempo se ha detenido en la Parroquia de Luján. No puedo responder al sacerdote si tú, Madre, no me explicas.
- Hija mía- y mi alma se calma y escucha- como lees en San Pablo (Col 3,1), levantar el corazón es deleitarse en los bienes de arriba, no en los de la tierra.
- Pero, Madre, no todo en mi corazón es anhelo de cielo... Hay demasiadas mezquindades con que me apego a la tierra.
- Comprendo, hija. Lo sientes tan pesado que no puede elevarse por sí mismo.
- ¿No tengo esperanza, entonces?
Y tu mirada sonríe y puedo sentir el océano de misericordia de tu Corazón, dulce Reina y Madre de Misericordia...
- Nada de eso, hija, si tu corazón no sube solo pues, súbelo tu, alto, muy alto...
-¿Qué tan alto, Madrecita? ¡No llego, no puedo!...
Y tu respuesta alegre me asombra el alma:
- Busca un sicómoro, ¡Vamos, trepa!, alto, como Zaqueo, y quédate en espera para que Jesús Eucaristía te diga: "Hoy me hospedaré en tu casa"
-¿Un sicómoro, Madre? Estamos dentro de la Parroquia ¡No hay sicómoros aquí!.. Ay, Madre, sé más explícita que tu torpe hija no te comprende.
Y me tiendes las manos para hacerme "pie", como me hacía mi padre para ayudarme a trepar a un árbol.
- Ven hija ¡Trepa a mi Corazón!
-¡Madre! ¡Claro! ¡Tu Corazón! Sí, solo tú puedes elevar mi corazón lo suficientemente alto...
Y levanto mi corazón hasta el Tuyo, pongo mi corazón en el Tuyo.
Ahora sí puedo responder al sacerdote:
- "Lo tenemos levantado hacia el Señor".
Madre, tú llevas mi corazón hasta donde Cristo ya ha llegado. Y allí me quedo, de tu mano...
Se acerca el momento de la Consagración. Con mi corazón en el Tuyo veo que estamos alto, muy alto, pues sólo desde tan alto puede adorarse plenamente a Jesús Eucaristía...
Sólo desde tan alto el alma puede rendirse ante un milagro cotidiano y conocido, pero jamás comprendido plenamente en su más profunda esencia...
Alto, Madre... mi corazón está alto... Sin embargo, sigo parada en el piso de la parroquia.
- La altura es interior, hija. Es un subir del alma para expresar su más profunda gratitud por tan grande amor...
Me preparo para recibir a Jesús bajo la apariencia de pan. Estoy en tu Corazón, Madre ¿Qué mejor lugar para recibirle?
Allí entregaré a Jesús a su Madre "que lo recibirá amorosamente, le colorará honrosamente, le adorará profundamente, le amará perfectamente, le abrazará estrechamente y le rendirá, en espíritu y en verdad, muchos obsequios que en nuestras espesas tinieblas nos son desconocidos"(San Luis María Grignion de Montfort)
"Levantemos el corazón". Apenas si empiezo a comprender la magnitud de la propuesta.
"Lo tenemos levantado hacia el Señor" Apenas si empiezo a comprender la magnitud de tal respuesta.
Madre... poco a poco voy comprendiendo cuán profundas son las palabras, los actos, los gestos de la Misa. Pide a Jesús me perdone por todas las veces que respondí mecánicamente, sin pensar.
Amigo, amiga que lees estas líneas, cuando escuches la propuesta "Levantemos el corazón" tómate fuerte de la mano de María y pídele que te asista. Tu corazón puede alcanzar alturas no imaginadas, aunque tus pies sigan pegados al piso de la Parroquia.
NOTA de la autora:
Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.
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