Las viejas crónicas de la Orden del Carmen cuentan una historia sencilla y emocionante a la vez.
Erase un Hermano lego, que se llamaba Joaquín; rudo y tosco como un roble de las montañas de Castilla, pero cándido y bueno como un trozo de pan. No tenía letras, ni su cabeza estaba ya en condiciones de aprenderlas, por lo que el Superior le encomendó guardar una punta de ganado que poseía el Monasterio; los demás Hermanos le miraban con compasión, pero Fr. Joaquín estaba muy a su gusto con el oficio, porque el campo le hablaba de Dios en el único lenguaje que él entendía.
Con esto dicho se está que Fr. Joaquín era un lego muy piadoso y bueno. Hasta se llegó a susurrar por el Monasterio que Fr. Joaquín veía a la Virgen en el campo y que Esta le cuidaba el ganado mientras él rezaba, porque en sus muchos años de pastor nunca había extraviado una res, ni el lobo voraz en los crudos días de invierno había hecho presa en ninguna de ellas. La historia no dice si estas visiones tuvieron lugar o no, pero afirma que efectivamente Fr. Joaquín era muy devoto de la Virgen y que todos los días le rezaba su rosario mientras conducía su hato al aprisco acogedor. Esto era para él una obligación sagrada, y nada ni nadie podía estorbar su cumplimiento.
Cierto día se le olvidó el rosario en el Monasterio. ¿Cómo rezar ahora su devoción favorita? El candoroso Hermano tuvo una idea original: a la vera de una ciénaga donde abrevaba el ganado, crecía un juncal; arrancó de un tirón unos juncos verdes y con ellos fue atando unas pedrezuelas de diez en diez que separó con un palito atravesado, y así improvisó un rosario con el que pudo cumplir con su devoción.
La Virgen se lo premió. Porque, cuenta la leyenda que al ir a cerrar su rebaño en el aprisco colgó este original rosario de la rama de un próximo enebro por si le necesitaba al día siguiente. Y cuando con la luz del día se acercó al enebro para descolgar su rosario, halló colgada en él una guirnalda de rosas blancas, separadas de diez en diez por una rosa encarnada.
Era el rosario de Fr. Joaquín.
La noticia se corrió por el Monasterio y se quiso perpetuar este regalo de la Virgen a su fiel devoto convirtiendo las rosas en cuentas de rosario. Esta historia, con sabor de leyenda medieval, es la que ha dado origen al rosario de pétalos de rosa de olor permanente hecho con las rosas más fragantes de Castilla y por procedimientos que se han venido transmitiendo en la Orden de generación en generación; fragantes rosas de Castilla, que el azul intenso de su cielo cobra y el clima duro de su suelo fija como ninguna otra región del mundo, que ahora se tornan oración viva a la más perfumada de las rosas, la Rosa Mística, la gloriosa Virgen María.
PP. Carmelitas de Burgos (España)
Erase un Hermano lego, que se llamaba Joaquín; rudo y tosco como un roble de las montañas de Castilla, pero cándido y bueno como un trozo de pan. No tenía letras, ni su cabeza estaba ya en condiciones de aprenderlas, por lo que el Superior le encomendó guardar una punta de ganado que poseía el Monasterio; los demás Hermanos le miraban con compasión, pero Fr. Joaquín estaba muy a su gusto con el oficio, porque el campo le hablaba de Dios en el único lenguaje que él entendía.
Con esto dicho se está que Fr. Joaquín era un lego muy piadoso y bueno. Hasta se llegó a susurrar por el Monasterio que Fr. Joaquín veía a la Virgen en el campo y que Esta le cuidaba el ganado mientras él rezaba, porque en sus muchos años de pastor nunca había extraviado una res, ni el lobo voraz en los crudos días de invierno había hecho presa en ninguna de ellas. La historia no dice si estas visiones tuvieron lugar o no, pero afirma que efectivamente Fr. Joaquín era muy devoto de la Virgen y que todos los días le rezaba su rosario mientras conducía su hato al aprisco acogedor. Esto era para él una obligación sagrada, y nada ni nadie podía estorbar su cumplimiento.
Cierto día se le olvidó el rosario en el Monasterio. ¿Cómo rezar ahora su devoción favorita? El candoroso Hermano tuvo una idea original: a la vera de una ciénaga donde abrevaba el ganado, crecía un juncal; arrancó de un tirón unos juncos verdes y con ellos fue atando unas pedrezuelas de diez en diez que separó con un palito atravesado, y así improvisó un rosario con el que pudo cumplir con su devoción.
La Virgen se lo premió. Porque, cuenta la leyenda que al ir a cerrar su rebaño en el aprisco colgó este original rosario de la rama de un próximo enebro por si le necesitaba al día siguiente. Y cuando con la luz del día se acercó al enebro para descolgar su rosario, halló colgada en él una guirnalda de rosas blancas, separadas de diez en diez por una rosa encarnada.
Era el rosario de Fr. Joaquín.
La noticia se corrió por el Monasterio y se quiso perpetuar este regalo de la Virgen a su fiel devoto convirtiendo las rosas en cuentas de rosario. Esta historia, con sabor de leyenda medieval, es la que ha dado origen al rosario de pétalos de rosa de olor permanente hecho con las rosas más fragantes de Castilla y por procedimientos que se han venido transmitiendo en la Orden de generación en generación; fragantes rosas de Castilla, que el azul intenso de su cielo cobra y el clima duro de su suelo fija como ninguna otra región del mundo, que ahora se tornan oración viva a la más perfumada de las rosas, la Rosa Mística, la gloriosa Virgen María.
PP. Carmelitas de Burgos (España)
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